Hay una estampa portuaria que ha desaparecido para siempre de nuestros muelles. Nos referimos a las tartanas, esas plataformas de dos ruedas de madera bordeadas con acero y tiradas por caballos, mulas o yeguas que servían para el transporte de pasajeros y tripulantes de los barcos, y guiadas con maestría por los tartaneros, unos habilidosos conductores que sabían sortear los obstáculos que se les anteponían por las calles de la ciudad, incluyendo los raíles del tranvía.

Sobre todo en la primera mitad del siglo XX jugaron un papel importante en el tránsito entre el Puerto y la ciudad antigua, como también ocurría con los carros tirados por bestias que se usaban para la carga de mercancías, antes del desarrollo de los vehículos a motor. Eran el complemento que hacía posible el transporte por carretera y que ayudaba al desarrollo del comercio y la agricultura en Las Palmas de Gran Canaria, y del mar.

La tartana jugó un destacado papel, sobre todo en el transporte de los primeros turistas británicos que arribaban en buques como el Yeoward y la Unión Castle, como inmortalizó el músico Andrés Viera Plata, por encargo de Mary Sánchez, en la popular canción El Tartanero. Son tiempos idos para siempre, pero que no debemos olvidar.

Fue muy plausible, siendo alcalde Juan Rodríguez Doreste a finales de los 70, el rescatar al último tartanero, para que la estampa no se perdiera, con suscripción y todo, hasta reemplazar luego el caballo que se perdió por un accidente de tráfico. Pero "la tartana pintada de color canelo", como decía la canción, terminó amarrando para siempre en una calle portuaria.