Nunca entró en la cárcel pero estuvo 33 años sin ver la luz del sol. En la España de julio de 1936 pensar de manera distinta a la de los golpistas militares se pagaba con la vida y Pedro Nolasco Perdomo Pérez, militante socialista y vecino de La Isleta, estaba en el punto de mira de militares y falangistas por lo que no dudó en encerrarse en casas, esconderse en agujeros en el suelo y no asomar la cabeza por la ventana hasta el año 1969. Se escondió con 30 años y volvió a ver la luz con 63. Como él, decenas de españoles vivieron escondidos en sótanos y buhardillas desde la Guerra Civil y hasta que se decretó una amnistía en el citado año. A estos perseguidos por la dictadura se les llamó topos.

"En casa lo llamábamos tío Roque porque mis padres nos enseñaron a llamarlo así para que si hablábamos de él en la calle no supiesen que era el tío Pedro, el que buscaban por rojo". Francisca Soto Perdomo es sobrina del topo de La Isleta y convivió con él durante su niñez en casa de sus padres, en la calle Bentagache. "Él estuvo aquí 17 años escondido y sólo se fue cuando se murió mi madre", cuenta Francisca, "yo era pequeña pero recuerdo a mi tío como una persona muy buena, que fumaba mucho y que estaba muy blanquito porque nunca veía el sol".

Esta vida de autorreclusión de Pedro Perdomo comenzó el 20 de julio del 36. Ese día, del que se acaban de cumplir los 75 años, él y otros compañeros sindicalistas y militantes de izquierdas protagonizan un incidente armado con tres militares en la calle Faro que acabó con la muerte a tiros de dos soldados. Ese mismo día, Pedro se escondió en casa de una de sus hermanas en la calle Alcorac, detrás de un gallinero. Sus compañeros en la refriega no tuvieron tanta suerte y nueve de ellos fueron detenidos y juzgados por un tribunal militar. Sólo un mes y medio después, cinco de ellos fueron fusilados y los otros cuatro condenados a cadena perpetua.

Sin embargo, falangistas y militares no olvidaron a Pedro Perdomo que acababa de empezar un largo peregrinar que le llevó a esconderse 33 años en las casas de cuatro de sus 11 hermanas. Durante el juicio antes mencionado, el topo se escondía en casa de su hermana Catalina, en La Angostura. Hasta allí llegó también la Guardia Civil buscándole pero se escondió entre unas pacas de alfalfa y logró burlarles. Tal era el empeño en juzgarle que las autoridades militares publicaron un anuncio en los periódicos ofreciendo 3.000 pesetas de la época a quien lo delatara.

A finales del 36, Pedro Perdomo regresó a La Isleta y se refugió en casa de su hermana Manuela, en la calle Bentagache. Allí estuvo hasta 1953. Un día, de madrugada, otras hermanas le llevaron a hasta a casa de su también hermana Rafaela, en la calle Pinzones, donde se escondió durante 16 años en un cuarto de apenas tres metros y con un solo ventanuco. Tal era el miedo a las autoridades franquistas que esta hermana no contó ni a sus hijos que había un familiar escondido en casa. "Mis hermanas y yo íbamos a casa de mi tía a verlo de vez en cuando y siempre mandaba a su hija, mi prima, a la calle a comprar para dejarnos entrar un momento al cuarto donde estaba mi tío y nadie se enterase", cuenta Francisca.

Antonio Soto Perdomo, hermano de Francisca, rememora en la misma casa de la calle Bentagache en la que se escondió su tío hace 75 años, cómo era la vida de este topo. Para evitar ser capturado, el padre de Antonio, y cuñado de Pedro, ideó un ingenioso escondite. Excavó un hoyo en el suelo junto al pasillo de la entrada. Metió un bidón en él, lo tapó con una falsa pila de agua que en realidad era hueca por dentro y lo recubrió de tierra y vegetación. Al otro lado del muro, en el dormitorio, hizo un agujero en la pared que le llevaba directamente al escondite. Tal agujero quedaba disimulado por una mesilla de noche sobre la que se ponía un quinqué encendido con petróleo para no levantar sospechas. "Él lo pasó muy mal sin salir a la calle, apenas se asomaba un pizco por la noche a la ventana, y nunca, nunca, en los 17 años que estuvo aquí, le oí hablar de política", añade Antonio.

Los años de encierro pasaron factura a Pedro Perdomo que, enfermo, sólo pudo vivir cinco años más. Murió en 1974, un año antes de que falleciera su carcelero, el dictador Francisco Franco.