La capital atlántica tiene vecinos atlánticos. Al mismo tiempo que una guagua de la línea 12 recorre la avenida, mientras unos circulan en bicicleta o buscan aparcamiento, cuando los barcos enfilan la boca del Puerto y unos turistas extranjeros se sientan en una terraza del paseo de las Canteras, a escasa distancia de Las Palmas de Gran Canaria, en su infinito y misterioso jardín azul, se desarrolla un espectáculo de la naturaleza. Sus protagonistas son los cetáceos. Algunos van y vienen, pero otros tendrían derecho a solicitar un certificado de residencia. Plastificado...

Es el caso, por ejemplo, de los calderones. El presidente de la Sociedad de Estudios de los Cetáceos del Archipiélago Canario (Secac), Vidal Martín, explicó ayer que en el pasillo marítimo comprendido entre la avenida marítima de la ciudad y Bañaderos se asientan varios grupos de calderones que suman alrededor de 180 ejemplares. Estos animales cuyo tamaño adulto medio ronda los 3,70 metros, se mueven habitualmente a una distancia de entre dos y tres millas de la costa. A esa altura el fondo litoral es un gran diente de sierra donde la profundidad cae abruptamente de los quinientos a los mil metros, un lugar idóneo para la captura de calamares y pulpos, la base de la alimentación de una especie dotada para sumergirse a quinientos metros o más.

En ocasiones, relata Martín, los calderones se acercan a escasa distancia de la costa, por lo general tras la busca y captura de pulpos, su manjar más preciado. Él en persona los ha visto a tiro de piedra de la barra de Las Canteras, buscando alimento a profundidades que no superan los 20 metros. El equipo de investigación del Secac, que está catalogando actualmente a la población residente de calderones del norte de Gran Canaria, ha verificado que de cuando en cuando se desplazan hasta las dunas del Sur, también con la excusa de los pulpos.

Es su obsesión, tanto que a veces se van a buscarlos a Lanzarote y Fuerteventura, donde se encuentran el resto de poblaciones estables de Canarias junto a la localizada en Garachico, en Tenerife. En el caso de los vecinos grancanarios, su adaptación al medio es tal que los estudios acústicos llevados a cabo por el Secac han demostrado que las señales que emiten para comunicarse entre ellos están moduladas de tal modo que logran su objetivo a pesar de las interferencias de los millares de barcos que rondan el Puerto a lo largo del año. Su frecuencia varía con respecto a la de otros grupos.

Más allá de los calderones, la vecindad marina de Las Palmas de Gran Canaria está compuesta por delfines, zifios y, de manera más ocasional, cachalotes y hasta orcas que se adentran en aguas próximas a la ciudad en busca del atún rojo, cuando es su temporada de paso. El espectáculo azul jamás cesa.