La Avenida Marítima empezó a construirse en su tramo Sur, entre lo que hoy es Hoya de la Plata y el cementerio de Las Palmas, donde se ejecutaron los tramos I y II. Eran los años 60 del siglo pasado y esa parte de la ciudad estaba limitada junto al mar por el barrio marinero de San Cristóbal y, tierra adentro, por miles de plataneras que ocupaban el suelo donde hoy se levanta la Vega de San José.

Aquella fue la primera piedra del gran muro llamado frente marítimo y que no son otra cosa que seis carriles de autovía y una mediana que separan más de 50 metros a la ciudad del mar. A comienzos de la siguiente década, el Ministerio de Obras Públicas proyectó los siguientes tramos de la Avenida Marítima, el III, desde el cementerio de Vegueta a la desembocadura del barranco Guiniguada; y el IV, desde aquí a la calle Bravo Murillo. El Ayuntamiento había llevado a cabo la operación urbanística de Cidelmar, que promovía la construcción de una nueva hilera de edificios aprovechando el terreno ganado al mar.

La continuación de la avenida en dirección al Puerto era ya imparable y a mediados de esa década se proyectó el tramo V, hasta Torre Las Palmas. El estrecho muro de cemento crecía a lo largo hasta llegar a las mismas puertas de la playa de las Alcaravaneras a la espera del remate final de la autovía hasta el corazón de La Luz.

Antes de que pudieran arrepentirse, alcaldes, concejales de Urbanismo y técnicos municipales perseveraron en el gran objetivo de dar prioridad al coche frente al peatón, y se construyeron los tramos VI y VII que unieron Torre Las Palmas con La Isleta, pero que separaron más a los vecinos del litoral.

Sólo cuando la Avenida Marítima tal y como se conoce hoy estuvo completamente terminada empezó a debatirse cómo propiciar el reencuentro entre la ciudad y el mar. Y en eso llegaron los planes urbanísticos para el Frente Marítimo del Levante, recogido en el Plan General de 1989 -sólo dos años después de inaugurarse los tramos VI y VII- y la más reciente operación del istmo de Santa Catalina, bautizada como La Gran Marina, de breve y polémica existencia.

Eso sí, desde que renació la preocupación con el reencuentro con el mar todo han sido borradores, anteproyectos, ideas y alguna ocurrencia. Papel mojado. El Plan General de 1989 no hizo sino pintar negro sobre blanco una aspiración de la ciudad, pero todo sin concretar. Tan vaga era la previsión que en 1994, a un año de las elecciones municipales, una delegación del Ministerio de Obras Públicas pactó con el alcalde de la época, el socialista Emilio Mayoral, una propuesta de crear pequeñas playas y muellitos entre el Muelle Deportivo y San Cristóbal.

Como era de prever, el cambio de gobierno municipal, al año siguiente, echó al traste la propuesta. El alcalde popular José Manuel Soria encargó la redacción de un nuevo Plan General, que tardaría un lustro en ver la luz, y en el que se plasmarían algunas ideas más claras sobre lo que se quería: soterramiento de la avenida marítima del Muelle Deportivo al parque San Telmo, pequeños usos comerciales y edificios administrativos. Pero aquello tampoco se definió así.

Cuando se aprobó el nuevo Plan General, en diciembre de 2000, lo que quedó fue una parcelación del litoral a expensas de un desarrollo posterior en planes especiales. Y eso fue lo que dio pie a la alcaldesa Pepa Luzardo a promover La Gran Marina, ganando suelo portuario en el istmo de Santa Catalina para crear un nuevo frente urbanístico y usos ciudadanos. Un concurso ilegal de arquitectos dio al traste con la operación.