De todas las formas y materiales posibles. Los belenes se extienden por la ciudad con la llegada de la Navidad y los colegios cada año estiran el ingenio para no dejar de sorprender. Los alumnos del colegio Teresiano han creado un Belén con más de 200 piezas hechas todas de plastilina. Y los del colegio María Auxiliadora se han metido en la piel de los que habitaban hace dos mil años para recrear sus costumbres y formas de vida en un Belén viviente de 1.000 metros cuadrados.

En 20 días más de 460 alumnos de primaria del colegio Teresiano han aprendido a moldear y dar formas muy variadas a un bloque de plastilina para avivar la tradición belenística. En el nacimiento no falta detalle, pastores, animales, huertas, panaderías y, cómo no, los reyes magos cargando con el incienso, el oro y la mirra.

El alma mater de la idea es Mercedes Cavanna una profesora del colegio retirada a la que se le ocurrió el proyecto un día al descubrir que a los pequeños les costaba mucho estructurar el cuerpo humano. "Los niños ponían los brazos saliendo del estómago, entonces consideramos que la plastilina era muy buena para hacer el cuerpo por partes y unirlos. Y luego pensamos que con un chaleco y un buen decorado eran unos perfectos pastores", explicó Mercedes.

Los alumnos se agolpaban frente al Belén señalando con entusiasmo la figura que cada uno había hecho. Ignacio Pérez, de ocho años, sabía a la perfección cuál era la oveja que el mismo había hecho, y eso que formaba parte de un gran rebaño. En cinco sencillos pasos enseñó a los demás a confeccionarla. "Se hace una albondiguita para el cuerpo, luego otra bolita más pequeña para la cabeza, con palillos se van uniendo las piezas. Después se ponen las patas, las orejas y finalmente el rabo que es fino y rizado", analizó.

A las puertas del colegio María Auxiliadora esperaba una larga cola de padres para ver el Belén viviente. 400 alumnos del colegio participaron ayer por la tarde durante cuatro horas en la recreación de la vida de Nazaret y Belén hace más de dos mil años. Con algún matiz. Y es que los niños y niñas iban vestidos con los trajes típicos canarios.

Alrededor de 1.000 metros cuadrados de recorrido en el que no faltaba un oficio ni un rincón de los pueblos de entonces. En la ruta era imposible no adentrarse en su vida. A cada paso que se daba había un taller diferente en el que contemplar como trabajaban los orfebres, herreros y panaderos. Todos tenían su espacio y su explicación. En los primeros metros estaban todos los oficios que se solían hacer bajo techo, costureras y fruterías se mezclaban entre las herrerías. En el exterior los pastores tenían sus huertos, un lago para pescar, una lavandería y hasta una taberna donde celebrar que el niño Jesús había nacido. Gabriela Luis, de nueve años, deshojaba una hoja de caña vestida de pastora, "nos gusta mucho el Belén porque somos nosotros los protagonistas de todo", señaló la pequeña.