La actividad pesquera, antes de la llegada del congelado, estuvo ligada de siempre al puerto de La Luz casi desde su creación. La proximidad del banco canario-sahariano, considerado como uno de los más importantes del mundo por la riqueza y variedad de especies, junto con unos fondos aplacerados ricos en plancton, hizo que Las Palmas de Gran Canaria fuera una plataforma ideal para el levantamiento de instalaciones industriales para el procesamiento del pescado que se conocían como las factorías.

Estas se instalaron cerca del recinto portuario, de forma concreta en los terrenos de La Isleta y en lugares más alejados como en El Rincón, donde hoy se levanta el auditorio Alfredo Kraus. La mayor parte de las citadas salazones que recibían los nombres de Escobio, Montenegro, Jorge Marrero, Lloret y Llinares, Santodomingo, Rocar, Ángel Ojeda y Garavilla, entre otros, procedían de la España peninsular, especialmente Galicia, Asturias y de la zona del Levante. Tuvieron en la década de los años 40 y 50 del pasado siglo un gran auge para la exportación de pescado en salmuera envasado en fardos y barricas que iban para los mercados de la Península y África.

Pero la aparición de nuevas técnicas como la congelación a partir del mediados del siglo XX hizo decaer la actividad de las factorías, que daban empleo a hombres y mujeres. Fueron otros tiempos y circunstancias sobre todo en épocas de hambruna, donde el pescado salado, especialmente el cherne y el burro, junto a la corvina, constituían unos excelentes manjares en las mesas de muchos canarios.