La Iglesia católica conmemora este fin de semana la solemne fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos, celebración que en la Santa Iglesia Catedral Basílica de Canarias tiene singular significación por medio de una genuina lluvia de pétalos de flores que, a través de las troneras del cimborrio -cuya bóveda aparece adornada en repisas por las dieciséis imágenes de Luján Pérez, conocidas como el Apostolado- caerá sobre el presbiterio y altar mayor del templo santuario de Santa Ana -Catedral Primada del Atlántico, Monumento Histórico Artístico Nacional, muestra arquitectónica más importante y espectacular que existe en las Islas Canarias y uno de los símbolos representativos de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria-.

El día de la Ascensión es uno de los tres días del año que "relumbran más que el Sol", junto al Jueves Santo y Corpus Christi). La Ascensión es la fiesta de la celebración gozosa del señorío de Jesús sobre todo y sobre todos. Por eso, este domingo, la Catedral de Canarias, bajo la advocación de Santa Ana, que es la patrona general de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y de la sede episcopal de la Diócesis de Canarias, conmemorará la Ascensión con toda solemnidad y, además, con una impresionante lluvia de flores sobre el presbiterio, en ceremonia muy singular, original y especial, peculiar y única no sólo en toda Canarias sino incluso en España según refiere monseñor Santiago Cazorla León, que fuera prelado de honor de Su Santidad el Papa y canónigo penitencial de la Catedral de Canarias. Es una celebración que anualmente tiene lugar en esta fecha litúrgica y que se remonta al siglo XVII, en una fundación del canónigo don Alonso Pacheco Solís, de lo que mañana domingo se cumplirán 363 años. El propio doctor Cazorla León afirma en su libro Historia de la Catedral de Canarias que la celebración ya tenía lugar en la antigua iglesia y luego continuó en la nueva Catedral, a partir de su bendición en el año 1805.

La ceremonia de las flores se suprimió en 1850 "por ciertos abusos de los muchachos que observó el obispo Codina el año anterior", según consta en el acuerdo del Cabildo Catedral en su reunión del 4 de mayo de dicho año. El propio venerable prelado, don Buenaventura Codina -actualmente en proceso de beatificación, cuyo cuerpo se muestra incorrupto en la capilla de los Dolores de nuestra Catedral- dio al Cabildo las razones de esta supresión al señalar que "los monaguillos, en vez de contentarse con esparcir flores sobre el pavimento, arrojaban muchas a las mujeres que estaban inmediatas" y lo que más horrorizó al obispo Codina fue "ver entrar una tropa de muchachos, los más en solas camisas, saltando por encima de los bancos atropelladamente, para ir a recoger las flores, cargando con ellas en el faldón delantero de sus camisas". Cuatro años más tarde, el propio obispo Codina restableció la lluvia de flores.

Mañana domingo, 20 de mayo de 2012, fiesta de la Ascensión, en la Catedral Basílica de Canarias, al término de las horas canónicas y de la misa conventual -que dará comienzo a las diez- una vez finalizada la eucaristía, en horas de tercia, allá cercanas las once, tendrá lugar esta original ceremonia que a la singular espectacularidad de su forma, realzada además por la luminosidad que desde el cimborrio se proyecta sobre el altar mayor del templo catedralicio, une un profundo significado teológico. Se expone el Santísimo, el coro de canónigos entona el canto de tercia, acompañado del pueblo, y, simultáneamente, comienza la lluvia de pétalos desde el techo de la bóveda hasta el altar, confundida con el repique de campanas y las notas musicales del órgano de Portell y Fullana que en esta ocasión estará tocado o por el canónigo emérito Heraclio Quintana Sánchez o por el también canónigo Matías Navarro Artiles, actual organista y maestro de capilla titular de la Catedral. Ambos son excepcionales maestros para realzar una solemnidad de tanta trascendencia que es signo y símbolo, santo y seña, del tema central de la liturgia del día: la ascensión de Jesús a los cielos. Un Señor que se va, pero que no deja sola a la humanidad. Él se queda presente en la Eucaristía y regala su gracia y sus bienes a través de las peticiones de los fieles.