Dos hermanas, en su momento alumnas de Fernando Torres Baena en su escuela de kárate de la capital grancanaria, relataron ayer ante la Audiencia Provincial de Las Palmas el calvario sexual supuestamente sufrido a manos del conocido karateca. "Me amarró un pañuelo en los ojos y empezó a tocarme todo el cuerpo. Cuando terminó, me quitó la venda y me dijo tranquila, ya estás en el grupo", declaró una de las víctimas. "Los niños salían de su habitación con la cara destrozada de pena. Eso no se lo merece nadie", añadió la otra perjudicada durante la octava sesión del juicio por abuso sexual y corrupción de menores que se sigue en la Sección Sexta contra Baena, su pareja María José González, Ivonne González y José Luis Benítez, todos profesores de artes marciales.

Ambas hermanas tenían menos de 13 años cuando padecieron los presuntos abusos, que se prolongaron hasta casi la mayoría de edad. Las dos describieron episodios bastante parecidos, al menos en la mecánica del "adoctrinamiento" y en las precauciones tomadas para mantener los hechos en secreto.

Las testigos sostienen que las primeras relaciones completas las tuvieron con Baena en el altillo del gimnasio. Luego recibieron "instrucciones higiénicas" para asearse y eliminar "olores" e "impurezas", incluso recibieron indicaciones para que tiraran "las bragas a la basura" o se cambiaran de ropa interior.

Esos encuentros se hicieron más intensos en la casa que el procesado tiene en playa de Vargas. Las dos hermanas afirmaron que las obligó a mantener relaciones con otros alumnos, porque allí "siempre había sexo y Fernando decía con quién había que acostarse".

Una de las hermanas, que estaba en kárate desde los cinco años, reveló una relación todavía más íntima con Torres Baena. "Me decía que era de su propiedad e iba a casarse conmigo. Era su juguete", declaró mientras rompía a llorar detrás de un biombo, protegida por un distorsionador de voz para evitar que la identifiquen. También describió una cicatriz que el imputado tiene "desde el muslo hasta el glúteo".

Las dos perjudicadas concluyeron que cayeron en una espiral de adulaciones, sometimiento emocional y promesas de éxito deportivo que anularon la relación con sus padres y amigos. Lo hicieron, sobre todo, para explicar a las defensas por qué seguían en la escuela pese a los abusos. "Era nuestra vida".