La antigua sala de fiestas de Altavista, hoy Iglesia Coreana, vivió su época de esplendor en los años 60 y 70, como referente indiscutible de la vida nocturna de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Construido en 1964, este edificio, situado en lo alto del mirador de Altavista, constituye un valioso ejemplo del patrimonio arquitectónico moderno de la capital. Tanto por su simbolismo sociocultural como por su ubicación privilegiada, el antiguo Club Altavista, cuya historia está plagada de anécdotas curiosas y coincidencias, es una parte importante de la memoria de esta ciudad.

El magnífico mirador de Altavista alberga hoy la sede de la Iglesia Evangélica Coreana de Las Palmas de Gran Canaria. Pero este emblemático edificio fue el corazón de la vida nocturna de la ciudad durante los años 60 y 70.

En febrero de 1964 abrió la sala de fiestas conocida como Club Altavista, que durante veinte años fue la boite más importante de la capital. En ella actuaron grandes artistas musicales de la talla de Keith Richards o Matt Monro, así como los nacionales Julio Iglesias, Raphael, Teddy Bautista, Nati Mistral o Joan Manuel Serrat.

Por su excelente situación en lo alto de la colina de los Jardines Rubió, anejos al Parque Doramas, el arquitecto Juan Ramírez Guedes, profesor de la Escuela de Arquitectura de la ULPGC, describió poéticamente este enclave como "la corona de la ciudad". Muchos intelectuales tanto isleños como procedentes de fuera se dieron cita alguna vez en el exquisito restaurante del antiguo Club Altavista, que todavía hoy brinda unas extraordinarias vistas al paisaje urbano y marítimo de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

Este vetusto pero imponente edificio de trazos expresionistas y formas geométricas fue obra del arquitecto Andrés León Boyer Ruiz - Beneyán, original de Zaragoza y designado arquitecto delegado de Hacienda en Las Palmas de Gran Canaria, que lo construyó y proyectó entre los años 1963 y 1964. Curiosamente, durante su trayectoria profesional, este arquitecto realizó importantes obras de restauración de Iglesias. En la isla de Gran Canaria, desarrolló el proyecto de rehabilitación de la basílica de Nuestra Señora del Pino, en la Villa Mariana de Teror, así como un trabajo inconcluso en la Iglesia adyacente a la Catedral de Santa Ana, en Vegueta, en colaboración con el arquitecto Secundino Zuazo. Pero también al otro lado del Atlántico, el arquitecto aragonés llevó a cabo la restauración de la Catedral de Cuzco, en Perú. Desde luego, la historia parece no estar exenta de ciertas ironías puesto que, a pesar de su familiaridad con los proyectos eclesiásticos, Boyer Ruiz - Beneyán no pudo vaticinar la conversión de la mítica sala de fiestas en una Iglesia coreana.

Además, para engrosar el listado de casualidades, Juan Ramírez Guedes observó que la planta del inmueble, estudiada desde arriba, emulaba la forma del Tao, también conocido como el símbolo del ying yang, que adorna la bandera de Corea del Sur. De alguna manera, parece que el destino del antiguo Club Altavista estaba escrito en sus orígenes.

El éxito de la sala de fiestas, que vivió sus años dorados en la década de los 70, pronto se vio eclipsado por el desplazamiento de un creciente turismo de masas al sur de la isla. En la década de los 80, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria no fue capaz de competir con el turismo de sol y playa que bullía en Maspalomas, cuya oferta de camas hoteleras, tres veces mayor que la capitalina, supuso la derrota de la capital como destino preferente de los visitantes extranjeros.

Este fenómeno significó el abandono de muchos edificios a otros usos, como fue el caso de la antigua sala de fiestas, que entró en un proceso de deterioro, paralelo al asentamiento de chabolas en el barrio de Altavista, que serían posteriormente desalojadas.

Al mismo tiempo, la colonia coreana de Las Palmas de Gran Canaria, una de las más antiguas y numerosas de España, se instalaba definitivamente en la ciudad, atraída por el dinamismo del Puerto de La Luz. En 1980, miembros de las primeras comunidades coreanas descubrían y rehabilitaban el edificio de Altavista, para transformarlo en la actual Iglesia Coreana.

El espléndido mirador situado entre los dos niveles de la ciudad, con vistas al litoral y al centro, jamás recuperó la vitalidad de antaño, por lo que el edificio y sus inmediaciones sobreviven hoy como la reminiscencia de una joya arquitectónica que no recibió el reconocimiento que merecía.

Alguna vez se barajó la posibilidad de derribar el edificio para construir en su lugar un museo dedicado al pintor canario Manolo Millares. Afortunadamente para la conservación del su pasado histórico del inmueble, este proyecto quedó en papel mojado. Juan Ramírez Guedes reivindicó la importancia de proteger el edificio como parte de la memoria de la ciudad, con independencia del uso al que se destine. "Tendemos a asociar el patrimonio con lo antiguo", señaló el arquitecto, "pero esta obra siempre tendrá un valor incontestable como ejemplo del mejor patrimonio arquitectónico moderno local".