El barrio residencial de Ciudad Jardín, ubicado en el corazón de Las Palmas de Gran Canaria, aloja al bellísimo parque Doramas, un oasis de quietud y verdor en medio de la algarabía de la capital.

Muchos consideran que el parque Doramas se circunscribe a la esquina trasera del hotel Santa Catalina, pero lo cierto es que el complejo Doramas abarca también los amplios jardines delanteros del hotel, coronados con la figura de Atis Tirma; el clásico Pueblo Canario y las piscinas municipales de Julio Navarro, que colindan con parque; los jardines Rubió que ascienden perezosos hasta el mirador de Altavista; y, al otro lado, el recinto del Club Metropole y el Parque Romano.

La construcción de las calles Emilio Ley y León y Castillo, a uno y otro lado del complejo, así como las puertas de madera que compartimentan el parque, rompen la continuidad del jardín y le confieren a este espacio un aspecto fragmentado, con el que se sacrifica la idea de un gran parque transversal en la ciudad. Según la arquitecta y paisajista Flora Pescador, también profesora de arquitectura en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC): "La gente no tiene la percepción de un único lugar. Tenemos como tarea pendiente recuperar la coherencia de este espacio".

Los anales del parque se retrotraen a finales del siglo XIX, con el asentamiento de los ingleses en la ciudad. Su impronta en el distrito de Ciudad Jardín también se extendió al parque Doramas, que entonces era un gran jardín privado al más puro estilo británico que circundaba un antiguo hotel inglés, donde ahora se erige el magnífico hotel Santa Catalina.

Tras la Primera Guerra Mundial, los jardines ingleses se vendieron al Ayuntamiento capitalino y pasaron a ser de carácter público, para luego resistir a los embates del tiempo, las convulsiones de la Guerra Civil y la etapa de posguerra, hasta que, ya entrada la década de los años 50 del pasado siglo, se creyó pertinente transformalos en un entorno de uso público con el fin de potenciar la zona como se merecía.

El proyecto recayó en el arquitecto racionalista Miguel Martín-Fernández de la Torre, que se basó en los cuadros que su hermano, el célebre pintor canario Néstor Martín-Fernández de la Torre, y los plasmó como visiones utópicas de la ciudad. Si se observan con detenimiento los bocetos del Pueblo Canario que trazaron ambos hermanos, uno con mirada de pintor y el otro con ojos de arquitecto, pueden percibirse con nitidez las conexiones entre ambos, aunque mediasen veinte años entre la obra de Néstor en 1937 y la posterior reinterpretación de sus ensoñaciones por parte de Miguel, en el año 1956.

Para este proyecto, Miguel Martín aparcó puntualmente su estilo arquitectónico moderno para adoptar uno más clásico y afín a la identidad canaria, en correspondencia con el enaltecimiento de lo propio que caracterizó la obra de su hermano. El Pueblo Canario pervive hoy, como reflejo de las obras de ambas miradas, encajonado en el centro de una plaza irregular cercada por varias edificaciones de corte canario, entre las que destacan la ermita de Santa Catalina y, sobre todo, el Museo Néstor, en el Pueblo Canario, que acoge la obra pictórica del artista desde el año 1956.

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Una parte del diseño del parque Doramas y su ajardinamiento fueron obra del reputado arquitecto y paisajista Nicolau Maria Rubió i Tudurí, de origen menorquín pero cuya trayectoria profesional transcurrió principalmente en la ciudad de Barcelona.

Rubió fue nombrado director de los jardines públicos de la ciudad condal en 1917 y secretario de la Ciudad Jardín barcelonesa en 1920 pero, a tenor de su conocida significación política y sus ideas independentistas de izquierdas, se vio forzado a exiliarse con el advenimiento de la dictadura franquista.

Fue así como, en los años 50, Rubió recaló en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y recibió el encargo de acondicionar la parte trasera del hotel Santa Catalina, que es la zona que hoy se considera el parque Doramas.

El arquitecto, que también fue un gran amante del África occidental y atravesó el desierto saharaui en múltiples ocasiones, construyó en su lugar un zoológico, muy visitado durante los años 70, donde moraban osos polares, monos y gacelas. Las huellas de Rubió que perviven hoy en el parque son dos grutas, una forjada a base de piedra y otra de picón, y también el eje central del parque, adornado con una manantial radial que recuerda al parque catalán de Montjuïc, también firmado por el arquitecto.

Muchos desconocen el paralelismo que estableció Rubió, a través de sus obras, entre esta ciudad y la condal, como sucede también con la plaza de España, antes plaza de la Victoria, en la avenida Mesa y López, y su homóloga en la ciudad barcelonesa la plaza de Francesc Maciá.

Rubió i Tudurí da nombre a los Jardines Rubió, un hermoso manto de césped verde proyectado en pendiente, que el paisajista diseñó en los albores de los años 60, y que se eleva, al otro lado del parque, casi hasta lo alto del mirador de Altavista.

En los últimos años, los Rubió se han embellecido con una cascada escalonada que discurre a lo largo del jardín y con el emplazamiento de una jirafa de aluminio que, junto a la figura de una niña del mismo color plata, responde al nombre de Planeta Ella.

A comienzos de este siglo se acometió un último remozamiento del parque Doramas por parte del Ayuntamiento capitalino, con el que se perdió toda traza del antiguo zoológico. El suelo pasó a estar pavimentado, en aras de la gravilla que embadurnaba las ropas de los más pequeños que jugaban en los remos, y se incluyó un quiosco, un nuevo rincón recreativo para niños y un espacio de inspiración zen, que intenta emular los jardines orientales con vocación de serenidad y reposo.

Pero el cambio más espectacular fue la transformación de los antiguos aljibes en una impresionante cascada, acicalada con un cuidado mural de piedras y unos chorros de agua de mucha potencia, que desembocan en una gran charca donde pueden distinguirse muchos ejemplares de peces de colores, especialmente carpas de tipo oriental o europeo.

Pero los verdaderos monumentos del parque Doramas son las magníficas palmeras centenarias enraizadas en el parque desde los tiempos de los ingleses. En medio del caótico mosaico de estilos arquitectónicos que conforman hoy el parque, fruto de todas las manos que lo han moldeado a lo largo de los años, "toda la coherencia se la dan los árboles, que permanecen alineados conforme a la estructura original", explicó Flora Pescador.

Los fantásticos dragos que engalanan la entrada al hotel Santa Catalina, y las palmeras y los pinos añejos que jalonan los jardines, a cada paso del visitante, son las joyas que dotan de continuidad histórica a este espacio verde, como testigos silenciosos de todos los tiempos que ha atravesado el parque Doramas.