Se sientan en su banco de la avenida desde primerísima hora de la mañana, su banco, no otro, sino aquel que todos saben que es casi de su propiedad, y ya prácticamente no se levantan de él hasta bien entrado el mediodía. Puede que sus señoras los echen a la calle desde que terminan de desayunar, para que no estén en medio mientras ellas se esmeran haciendo camas y preparando el potaje, o quizás sean ellos mismos los que huyan de sus constantes demandas, a las que no terminan de acostumbrarse a pesar de que ya hace unos añitos que se jubilaron y han tenido tiempo de sobra de habituarse a estar en casa sin hacer nada, aunque eso de sin hacer nada no es más que una forma de hablar, claro, porque si fuera por ellas no estarían tranquilos ni un solo instante: Que si arregla ese enchufe, que si llama al fontanero, que si no dejes la ropa tirada por todas partes, ¡ay, Dios mío, con lo recogidita que yo tenía siempre la casa antes!? O es probable que, sencillamente, disfruten echando la mañana en Las Canteras, que es, indiscutiblemente, un pasatiempo mucho más ameno que la supervisión de cualquier obra y además está llena de mujeres guapas con las que alegrarse la vista.

La mayoría son septuagenarios, venerables señores de pelo blanco que ya produjeron para el país todo lo que tenían que producir, como ellos mismos se encargan de recordar a todo aquel que quiera escucharlos, y ahora pasan la mañana charlando con los amigos, criticando el trabajo de los operarios de limpieza de la playa, que dejan sucia la mitad de la barandilla y encima meten los camiones por la avenida como Pedro por su casa, a las señoras que hacen gimnasia en la arena, que parecen patos mareados y para colmo llevan esos pantalones "apretaos", el cansino trote matinal de los militares, que a ver si corren con más ganas, carajo, y hasta a los escultores de arena, que fíjate tú, estos muchachos, por qué no se buscarán un trabajo como Dios manda, en vez de estar ahí, todo el día "bobiando"... Y a los políticos, cómo no; sobre todo a los políticos.

Están ahí cada día, cada mañana, en el muro de La Puntilla, frente al estanco de la plazoleta Saulo Torón, o por los alrededores del balneario del Cristina, contemplando el devenir de los días desde el baluarte de su banco de piedra, arreglando el mundo con sus discusiones enardecidas, sus frases lapidarias, su vehemencia. Ellos presencian antes que nadie todo lo que ocurre a diario en Las Canteras, testigos de cada acontecimiento, de cada ola que viene, de cada nube que va.