Sobre un fondo rocoso yacen esparcidos los restos de un buque conocido hoy en día entre la comunidad de buceadores como Kinder Island o JJ. El barco se sitúa al este de La Isleta, a una distancia de 500 metros de la costa. Entre sus peculiaridades, destaca la complejidad de la inmersión, donde las fuertes corrientes marinas se adueñan del entorno y se presentan como un enemigo natural del submarinista.

La esencia de este hundimiento es "la exclusividad, porque es una inmersión que se puede practicar en menos ocasiones", apunta Gorka Gutiérrez, uno de los propietarios de Buceo Canarias. "Es una zona de oleaje, el pecio está muy pegado a una baja que emerge y al lado del casco hay muy pocos metros de profundidad", argumenta este experto para indicar la dificultad que existe. La misma naturaleza complica el fondeo de las embarcaciones que intentan anclar, ya que si las condiciones marítimas no acompañan es arduo disfrutar de lo que aún persiste de este barco.

Sus vestigios, sean cadenas o materiales metálicos, reposan sobre rocas, algunas de ellas con forma de arcos, que son aprovechadas por distintas especies, tales como langostas canarias o erizos diadema, para refugiarse. Este tipo de suelo es un factor diferenciador respecto a otras embarcaciones hundidas, como el Arona, ubicado en Bocabarranco (Jinámar), que permanece sobre una superficie arenosa donde no es tan sencilla la generación de la biodiversidad.

El JJ se encuentra repartido entre dos pedazos principales y los restos se extienden a su alrededor. "En la popa se ve la hélice, es muy raro que un barco hundido la mantenga", indica Gutiérrez. Se trata del mayor reclamo de este navío para sus visitantes. Posee una segunda, pero que en este caso reposa sobre el lecho marino. Por otra parte, en la proa se aprecia una abolladura, que es entendida como el golpe que recibió en la escollera en el momento del naufragio.

El gigante, que gozaba de 139 metros de eslora cuando estaba en activo, no se distingue por descansar a gran calado. "El área más profunda queda a 22 metros, quedando la quilla en el punto más elevado", aclara Gorka Gutiérrez. La fuerza de la naturaleza ha dejado su huella tras dañar la estructura. "No es comparable con el Arona, el Kalais o el Frigorífico en cuanto al recorrido interior, pero sí se puede realizar", sostiene. En esta líneas, ni la sala de máquinas, ni la cocina, ni otras estancias que organizaban la íntima cara del barco se conservan, aunque uno aún se puede sorprender nadando entre catalufas, chuchos o algún tamboril espinoso en el interior que resiste.

El claroscuro juega un papel importante, puesto que la cercanía del pecio a la superficie hace que la luz llegue con mayor fuerza, aportando más claridad y propiciando la vegetación. "La vida, por lo general, es más vistosa en menos profundidad", cuenta este profesional de los mundos submarinos. Incluso, algunos llegan a comparar su apariencia con el perfil de un submarino.

El carguero acoge a su alrededor una fauna variopinta que enriquece el valor de los restos de este buque así como de las rocas que arropan su armadura. "Salmonetes, fulas, viejas, bicudas, alguna vez vemos pasar medregales o jureles", relata Gutiérrez, quien también asevera que en alguna ocasión los visitantes se han visto sorprendidos tras ver algún tiburón amarillo.

Una pasión

Cada vez son más los adeptos que se "atreven" a sumergirse para conocer este ambiente paralelo a la vida humana y que de tanta biodiversidad presume. Para Roberto Aizpun el buceo forma parte de su día a día. Es su "hobby, una pasión", y anima a todo el que no lo haya probado aún. Este instructor titulado se decanta por los pecios antiguos antes que los datados en una época más moderna, como es el Kinder Island, el cual "está muy tocado, ya que baten las olas en él", señala. Para Aizpun, el factor más espectacular del buque son las dos hélices que aún se conservan. Además, sostiene que en determinadas ocasiones se ha dado la posibilidad de avistar pelágicos en la zona, ya que las mareas favorecen en ello.

La dificultad obliga a recomendar la práctica del buceo en este pecio a quienes disponen de un nivel avanzado, puesto que se requiere de una gran precaución, capacidad que, en ocasiones, carecen las nuevas incorporaciones que se envalentonan en este entretenimiento.

Confusión

No hay mucha información que aclare el origen del navío. Algunos desconocen las características que marcaron su trayectoria. Incluso, se dio una confusión en su catalogación. En algunas guías de buceo, el Kinder Island aparece erróneamente bajo el denominativo de Angela Pando. Israel Rodrigo, instructor trainer de Buceo Profundo, fue quien se percató de este descuido, ya que ambos buques se localizan en el mismo entorno. El Angela Pando, un petrolero construido en Galicia, embarrancó el 14 de julio de 1986 debido a una caída de la planta eléctrica que provocó la inundación de la sala de máquinas y de las bodegas. Consecuentemente, vertió unas 50 toneladas de fuel y aceite al mar tras una vía que se abrió en la popa.

"Al Kinder Island ya no va mucha gente, además la pesca submarina ha castigado la zona", sostiene Rodrigo, quien considera que esta inmersión "sirve de entrenamiento para los que llevan mucho tiempo buceando".

Por último, el instituto nacio- nal de cartografía tiene etiqueta-do al pecio popularmente llamado Kinder Island o JJ como Kos Island. Este era un carguero, de bandera chipriota, que encalló el 30 de marzo de 1991 detrás de La Isleta y a 30 millas del Puerto de La Luz y Las Palmas. El barco pesaba 9.355 toneladas y contaba con 21 metros de manga y 8.8 de altura. El año de construcción fue en 1969. Cuando embarrancó, se organizó un despliegue para extraer las 180 toneladas de combustible y de aceites que contenía almacenado en los tanques. Cuando el personal que estaba bordo andaba inmerso en estas labores, se encontró con un problema: no daban con las bocas para enchufar las mangueras aéreas de acuerdo con el croquis facilitado por el capitán. Igualmente, el petróleo se tuvo que sacar por tierra para evitar una marea negra.