En tiempos de dificultades económicas cada vez son más los que apuestan por el reciclado tradicional de las joyas de su armario. Las costureras son las encargadas de esta misión, la de transformar y crear prendas a las que otorgan el carácter moderno que predomina en tiendas y grandes firmas.

Aquel pequeño piso de la calle Obispo Rabadán le cambió la vida. En una de las habitaciones, tal vez no la más grande, consigue dar vida a sus creaciones... esas que poco a poco y a base de esfuerzo cada vez son más abundantes, aunque no suficientes. Un pequeño televisor le hace compañía en los momentos de descanso entre clientas y bordados. "Trabajo unas 14 horas diarias", cuenta Fanny Parra Cely, quien hace apenas unos meses consiguió abrir su propio taller de costura. Sus manos, delicadas y conocedoras del oficio, son capaces de precisar cada puntada y devolver al presente ropajes que vivieron mejores épocas "porque cada vez son más las personas que reconvierten y arreglan su ropa".

Y nada más práctico que un buen remiendo en los bolsillos de una sociedad que sufre los estragos de la crisis. "Las señoras son las que sobre todo suelen traerme prendas para adaptarlas a lo que se lleva ahora. Suele ser indumentaria de calidad, buena, que compensa hacerle ajustes y quedarla como nueva", explica la modista de 59 años que arrastra más de medio siglo de hilvanados, sobrehilados y bordados.

A pesar de la pasión que destila por lo que hace, el camino no fue ni es fácil. Tímida y con voz suave relata cómo al llegar a España en 2001 desde su Colombia natal, donde siempre se dedicó al diseño y la confección, tuvo que estudiar enfermería y geriatría al no conseguir empleo en ningún taller de modistería. Nunca perdió el horizonte ni tampoco la esperanza. "Ahora la gente arregla más su ropa, probablemente porque hay menos dinero para comprar cosas nuevas", lanza como observación personal mientras dobla unos pantalones en los que ya nada queda de su pasado acampanado.

Precios para tiempos de crisis

En un acto de valentía o de locura, aprovechó la tesitura y también las circunstancias y en medio de los ERE, despidos improcedentes, cierre de negocios, faltas de subvenciones y altas tasas de desempleo consiguió poner en marcha su pequeño negocio, al que bautizó Heydy en honor a sus dos hijas. Su seriedad a la hora de trabajar ha hecho que poco a poco Fanny se haya hecho con una lista de clientes fijos que depositan en ella su confianza. Consciente de todo, también de la situación que viven algunas de las personas que acuden demandando su trabajo. Parra Cely ha adaptado los precios a la economía latente y también a su propia moral. "Cobro con el corazón y trato de equilibrar la recaudación en función al tiempo que yo empleo porque un arreglo no puede salir más caro que la prenda en sí", aclara con honestidad.

El hecho de que en ocasiones el gasto supere a las ganancias no logra hacer perder la ilusión a una mujer que sacó adelante a su familia a golpe de aguja y dedal. "Es verdad que es un trabajo esclavizante que requiere mucho orden y disciplina, pero es precioso". Y aunque ha pasado mucho tiempo desde que con siete años se iniciase en esto de la costura y el diseño, a día de hoy mantiene la capacidad de sorprenderse y aprender cosas nuevas como las combinaciones de colores que se hacen en España, muy diferentes a las de su país y que aunque al principio le chocaban, reconoce que una vez terminada la prenda, le encantan. "Es cierto que no está valorado nuestro trabajo y que cada vez son menos las niñas que aprenden algo tan primordial para las mujeres como es saber coser, pero estoy segura que mientras haya señoras que apuesten por la exclusividad, nuestro gremio seguirá existiendo".

Alla Bulávskaya sabe muy bien a qué se refiere su compañera y prácticamente vecina laboral. A tan solo dos calles se alza su atelier de modistas, el segundo que abre en Cebrián "por necesidad de espacio". Natural de Bielorrusia, donde estudió diseño, siempre tuvo claro que lo suyo era dedicarse a la creación de prendas de vestir. "Con poco más de cuatro años ya sabía que me quería dedicar a esto y aunque también estudié económicas y trabajé durante dos años en un banco, siempre supe que a lo que me quería dedicar es a la confección y el diseño". Y así es. Comenzó cosiendo para familiares y amigos, que fascinados por la ropa de elaboración propia que ella llevaba, solicitaban sus servicios. Desde hace cuatro años y medio su sueño traspasa las fronteras de la imaginación en un negocio al que acude una "clientela que no sufre la crisis y que busca la exclusividad". Por ello, Alla siempre tiene todo a punto. Traer sus propias telas, de las que dispone de un solo corte para evitar repeticiones y garantizar que cada modelo sea único.

Siempre al tanto de las tendencias, la diseñadora de 35 años conoce tan bien las elegantes obras de Elie Saab como a quienes acuden a su estudio. Los años y la confianza le han otorgado la capacidad de saber qué tejido y qué corte de vestido se ajusta mejor a cada curva y así hacer que su clientela quede contenta. "Mi mejor publicidad es una prenda bien hecha", asevera mientras recuerda con orgullo cómo a más de un evento han acudido mujeres vestidas con sus creaciones, eso sí, "ninguna igual".

Afortunadamente, el umbral de las modistas de Alla Bulávskaya los atraviesan muchas personas que no miran ceros en las etiquetas. El precio de cada una de sus producciones viene impuesto por la calidad de la tela seleccionada así como por el riesgo que conlleva trabajarla. Precisamente eso, la transformación de un retal en una verdadera obra de arte donde se combinan colores, formas, cortes y complementos es lo que más apasiona a la joven.

Bulávskaya disfruta verdaderamente con lo que hace, tanto que no le importa pasarse una noche en vela confeccionándose un traje de flamenca para ir la feria de Córdoba o bordar con hilo de oro un pequeño traje de torero, capote y montera incluidos, para su hijo Juanma de tan solo dos años. Eficacia y calidad son el mejor reclamo y a petición de la clientela, introdujo la posibilidad de hacer arreglos en su empresa. Para ello contrató a tres chicas que se encargan de restaurar ropa antigua así como de ajustarla a los cambios que sufre el cuerpo. "Aquí viene gente de todas las edades, de hecho cada vez más jóvenes traen chollos que encuentran en las rebajas y que nosotros adaptamos a sus medidas".

Justamente eso es lo que hace Amparo Muñoz Martínez mientras analiza el transcurso de su propia historia. Al mismo tiempo que le añade las trabillas a una falda para que su propietaria pueda incluirle un cinturón, la modista, criada en Valencia, piensa en voz alta sobre el devenir de los acontecimientos. Hace 22 años que se dedica a este oficio en Gran Canaria y eso la convierte en conocedora de los secretos y evolución de un arte que ahora puede decirse atraviesa una sutil época dorada. Aunque no es oro todo lo que reluce. "Pensaba que la gente iba a reciclar más ropa, pero que va... lo hacen solo las personas mayores".

Ha tenido que ajustar sus precios al bolsillo de sus clientes, aunque su mayor pena es "no haber podido poner un localito". Tiene 63 años y una ganas desmesuradas de trabajar, pero "ni los bancos ni el Estado" le facilitan el camino para poner en marcha un proyecto que aboga por la transmisión cultural. "Además de poder ofrecerle un trabajo a un par de personas, también podría enseñar a chicas con inquietudes para la costura", sueña Amparo, quien por el momento tiene tan solo por aprendiz a su nieta de ocho años. "Hace poco le compre unas agujas pequeñas para hacer calceta", detalla con cariño.

A pesar de que considera, al igual que la mayoría de sus compañeras, que el trabajo de modistas y costureras no está suficientemente valorado pues "hay gente que se piensa que es solo pasar una tela por la máquina", augura futuro a la profesión. Con una mente llena de grandes ideas que van más allá de sentarse a remendar y reciclar vestidos, colchas de ganchillo o cortinas, tiene su propio proyecto personal "para que no se pierda el conocimiento de las antiguas". Y aunque considera que esta labor se aprende desde pequeña y "hoy en día las jóvenes no muestran mucho interés", apuesta firme por una unión entre las más novatas y las más mayores para intercambiar ideas y legar el conocimiento.

Creatividad y juventud

Isabel López transmite un optimismo especial. Rodeada de infinidad de prendas coloridas de todos los tamaños y texturas, su sonrisa es la primera en recibir a quien entra en La aguja de Tara. "Estoy segura que esta profesión no va a desaparecer porque cada vez hay más juventud que quiere aprender, por no hablar de la gran creatividad que tienen a la hora de confeccionar", declara con rotundidad. Un ejemplo claro para ella es su propia hija Verónica, quien le ayuda a diseñar mallas deportivas ya que entre otros encargos, Isabel cofecciona la indumentaria de las cheerleaders tanto del Granca como del equipo de baloncesto de Tenerife.

Nacida en Barcelona hace 54 años, heredó el oficio de su madre, que también era modista. "Tanto a mis hermanas como a mí no nos quedaba otra que coser, porque hacía falta en casa, así que desde los nueve años sé lo que es una máquina y una aguja". Comenzó trabajando en diferentes talleres, hasta que por fin hace cinco años abrió el suyo propio en pleno Guanarteme. "Tengo una clientela fija a la que le ofrezco opciones", explica. Para ello no ha dudado en bajar también los precios y así mantener a los asiduos y ganarse a los que por primera vez acuden a ella para subir bajos, poner cremalleras o reformar por completo una prenda. "La gente ahora arregla mucho su ropa porque compensa más que comprar algo nuevo, sobre todo si se trata de una prenda de calidad y además están acostumbrados a que sea su modista quien lo haga", coincide Isabel con su compañera de oficio Fanny Parra. "Lo básico aquí no te funciona y tienes que darle al cliente opciones. Lo fundamental en esto es conocer bien la profesión", apostilla. A ella nunca le ha faltado trabajo, "que es justo lo que me mantiene estupenda", garantiza la que es dueña de uno de los negocios que cada vez con más frecuencia se abren en todas las ciudades del país.