Definió con su trazo de pintor una serie de personajes que, como en el cuento de Pinocho, cobraron un día vida, sepultando casi al artista. Se trata del caballero que ustedes ven a la derecha de estas líneas, que recibirá este sábado el reconocimiento de esta ciudad con motivo de sus fiestas fundacionales. Puede que bajo esa guisa pocas personas logren reconocerlo, aunque el autorretrato dice mucho de él, tras hablar con su hija Malena para desentrañar la estampa más familiar del humorista gráfico. Así que les proponemos bajar un poco más la mirada hacia el retrato en blanco y negro. A esa gama de grises en la que trabajo. Y no por ser un hombre serio -más bien tímido- sino porque sus dibujos aparecieron durante 34 años (1953-1986) bajo la tinta del Diario de Las Palmas, hoy LA PROVINCIA / DLP. En esa imagen está en carne y hueso, el pintor, ya fallecido, Eduardo Millares Sall (Las Palmas de Gran Canaria (1924-1992). Conocido casi por su alter ego que, como no podía ser menos, también ha querido estar presente en este homenaje de papel. Solo bastará con prestar un poco más la atención en esa instantánea para saber quién hizo popular a quién.

Eduardo Millares Sall recibe el título de Hijo Predilecto de la ciudad, un galardón que recibe con orgullo la familia pero con tristeza, como todas las que recogen un título póstumo. El artista ha hecho este año doblete sin quererlo, ya que ha sido reconocido por partida doble como Hijo Predilecto. Hace unos meses por el Cabildo Insular y, ahora, por la ciudad que le vio nacer.

"Es su año, a pesar de que termina en 13. Estamos muy contentos porque son dos galardones muy merecidos. Se ha reconocido su figura, ha vuelto a estar en auge y a coger su sitio. En los dos casos ha sido además por unanimidad", explica orgullosa su primogénita, Malena, que, junto a Eduardo y Oti, son los tres hijos que tuvo el artista.

Daniel Eduardo González Millares, el nieto mayor del pintor, será el encargado de recibir el título de Hijo Predilecto que le otorga la ciudad en la que Eduardo Millares Sall desarrolló toda su carrera artística, principalmente como caricaturista costumbrista en diversas revistas y semanarios como Sansofé, Faycán y Canarios 80.

Puede que la marina que pintó su abuelo en la que en una barca aparece su nombre y su fecha de su nacimiento fuera ya una señal de que Daniel estaría en el estrado del Teatro Pérez Galdós el próximo sábado para, en su nombre, recibir este merecido reconocimiento.

El artista no dejó el lápiz ni el pincel hasta pocos meses antes de mudarse de casa para siempre. De esa época es la marina que dibujó para su nieto Daniel, que aún no había despegado como adolescente.

Malena siempre recuerda a su padre pintando, "enfrascado en lo suyo", en un estudio pequeño en la casa familiar, cercana al Estadio Insular. Ni los ruidos de los chiquillos, ni las visitas le sacaban de su tarea, aunque pocos entraban en el santuario pictórico, en donde el desorden del artista reinaba a sus anchas. "Lo veías tan concentrado que no entrábamos por respeto no porqué a él le molestase".

"Tenía una producción tremenda. Los tres hermanos conservamos bastante obra suya, aparte de la que vendió y regaló a los conocidos", añade.

El artista, que rubricó sus primeros dibujos con su propio nombre o tan sólo con la inicial del mismo -posteriormente lo hizo con el apellido materno Sall y , años más tarde, con Cho-Juaá- era tan desprendido de su obra que, en ocasiones, se olvidaba hasta de firmarla o "la dejaba a un lado si no le gustaba". Pero ahí estaba al quite Otilia Ley Arozena, su mujer, como guardiana de la obra del pintor, que llegó incluso a dibujar para la Casa Furnier una baraja española con símbolos canarios como palos.

Malena asegura que su padre era un hombre "muy humilde y tímido", que nunca se creyó un artista de los de "exposición", aunque en su curriculum figuran unas cuantas muestras individuales y colectivas fuera y dentro de la isla, principalmente como humorista. Ese carácter le llevó siempre a mantenerse en un segundo plano y a que la sátira humorística que dibujaba cada día escondiera el resto de su obra tal y como se pudo ver en la última exposición amplia que se hizo sobre el artista, que tuvo lugar el pasado año en el Cicca y que tuve que ser prorrogada por el éxito de público.

Tras este autorretrato de chaqueta negra - el traje casi oficial del españolito de a pie que dibujo su coetáneo Antonio Mingote- con el que ustedes se habrán familiarizado si han logrado llegar hasta estas líneas se encontraba un hombre afable que siempre estaba de "buen humor", tímido y "parco en palabras", aunque era capaz de contar un chiste desternillante sin desencajarse.

Un hombre sensible al que le gustaba escuchar "ópera y música clásica", futbolero y con un toque excéntrico como el de llamar a sus hijos para que se recogieran en casa con "una caracola" grande que hoy guarda Malena en su casa junto a un conjunto de pipas para fumar sin saber de qué mar llegó ni por qué tenía esa afición y cuya sonoridad distinguían los niños del barrio a la perfección. Y que, como cualquier hijo, perdió su fortaleza el día que falleció su padre Juan. De él y de su abuelo - de nombre también Juan- heredó la socarronería que plasmó en el personaje que puede que más de uno ya haya averiguado al poco de leer estas líneas: Cho-Juaá.