Por allí iban a pasar tres millones de visitantes al año. Tendría todas las atracciones que triunfaban en la época: túnel del tiempo, casa del terror, una enorme noria, la montaña rusa, un espacio dedicado a los niños pequeños... Un montaje tremendo para el que, supuestamente, había un desembolso económico de 1.500 millones de pesetas. Corría el año 1974 cuando se puso la primera piedra del Tívoli. Casi sería la primer y la última.

La parcela con la que contaban los impulsores privados era de 46.000 metros cuadrados. Pero, desde el principio hubo problemas de financiación. Y la noria se plantó y la montaña rusa, aunque eso sería más tarde, en un intento de retomar el proyecto. En el extremo sur nació también una especie de pagoda que nunca llegó a estar recubierta y que parecía un esqueleto tras un bombardeo en una ciudad asiática. Luego estaban las enormes letras, quizá un tanto pretenciosas, con el nombre de Tívoli, nada menos.

En 1990, cuando se reveló la cifra de 1.500 millones de pesetas, los responsables del tercer intento, tras otro amago en 1985, señalaron que ya se habían gastado 1.000 millones en el desmonte y la obra civil en la parcela, propiedad de La Caja de Canarias. Supuestamente, en esta ocasión, incluso el Ministerio de Economía de entonces había concedido una subvención de 214 millones de pesetas. Pero volvió a fracasar. El mar hizo su trabajo con las atracciones fantasma y se fue comiendo poco a poco sus estructuras, que se retiraron para evitar que se cayeran y hubiera una desgracia.

Durante años, los ciudadanos y los foráneos han visto cómo todos los alcaldes prometían una solución para la entrada de la ciudad. Cuando la anterior corporación luchaba por obtener la Capitalidad Cultural de 2014 se dio cuenta de que la primera impresión es la que cuenta y, por eso, ideó un plan para tapar con flores de plástico, pintura y grafittis las vergüenzas de las ruinas, con el fin de que los comisarios que venían a evaluar la ciudad no se quedaran casi de piedra.

Si finalmente se lleva a cabo la demolición de las construcciones que aún sobreviven al paso del tiempo, se eliminarán las huellas de uno de los proyectos más surrealistas de los que se han planeado en Las Palmas de Gran Canaria. Una idea millonaria que, en esta época de crisis, suena casi a ciencia ficción, pero en la que sus promotores gastaron millones muy reales.