A las 14.10 horas del 12 de junio de 1998 nació Enrique -nombre ficticio- en la Clínica Cajal de Las Palmas de Gran Canaria. Su nacimiento supuso una alegría para Pedro y Maravilla, sus padres, pero en ese momento tuvieron que tomar la decisión más difícil de sus vidas. Era el tercer vástago de esta por entonces jovencísima pareja. Menores les había retirado los dos anteriores y no querían que con Enrique ocurriera lo mismo. Por ello decidieron no registrarlo y criarlo en su vivienda del barrio de Jinámar. Quince años después, cuando él cuenta con 36 años y ella con 35 y ambos se encuentran en paro, la Policía Canaria ha localizado al menor y el Gobierno regional se ha hecho con su custodia. "Hemos cometido un error", asegura el progenitor. "Pero el niño tiene que estar con sus padres porque le hemos dado todo lo que hemos tenido, no ha estado oculto, ha jugado con sus amigos, pero no queríamos que nos lo quitaran", agrega. "Queremos que vuelva con nosotros, que vuelva a nuestra casa con sus otro cuatro hermanos".

Aquel viernes de otoño Maravilla daba luz a Enrique, quién pesó cuatro kilos y diez gramos. El problema que ocurrió entonces fue que la madre de Pedro inscribió en la clínica dos apellidos de Maravilla erróneos. En la factura de la clínica privada, que aún hoy esta familia conserva, se refleja ese nombre que no correspondía con el real: Maravilla Castellano García. En el documento se indica también que el montante del parto fue de 118.000 pesetas (709 euros), que pagaron. Sin embargo, ambos decidieron no inscribirlo en el registro civil. Su nombre no aparece en el libro de familia. Pedro cuenta que lo hicieron porque "nos habían quitado los dos primeros niños y no queríamos que nos quitaran al tercero". Menores les había retirado a los otros dos vástagos "porque en aquellos momentos éramos muy jóvenes y no teníamos apoyo familiar, ni por la parte de mi mujer ni por la mía, cosa que hoy, por fortuna, sí que ocurre", alega Pedro.

Entonces comenzaron a criar a su tercer hijo, que sería el primero que crecía junto a ellos. "Hasta los cinco años estuvo en guarderías", relata el padre. Fue a partir de los seis cuando se mantuvo en su vivienda sin escolarizar. "Lo hemos educado nosotros, y él es un niño con muy buena educación, sabe leer, escribir, poquito, pero no es analfabeto; y no lo hemos escondido, que quede claro, él ha salido a la calle y tiene amigos, no somos como el monstruo de Austria que escondió a su hija durante muchísimos años, nuestro hijo ha jugado en la calle como cualquier otro niño", apunta.

Después de Enrique vinieron otros cuatro pequeños, dos varones y dos hembras, que en la actualidad tienen 10, 8, 6 y 5 años. Y con ellos no tuvieron ningún problema. "Están todos escolarizados, aprueban en el colegio y hacen actividades después de las clases, la más mayor va al ballet y los chicos van a gimnasia hasta las seis y media de la tarde", cuenta Pedro en el interior de una vivienda de 92 metros cuadrados y cuatro habitaciones mientras Maravilla se encarga de duchar a los pequeños antes de irse a dormir.

Entre esas habitaciones hay una a la izquierda del final del pasillo que ahora está desocupada. Es la de Enrique, en la que esperan verle pronto descansar y hacer sus deberes del instituto. "Nadie se puede imaginar el calvario que hemos vivido estos quince años con el miedo de que nos lo quitaran; para nosotros es como si fueran ochenta", dice y repite en varias ocasiones el padre. "Es algo que no se lo deseo a nadie", comenta, recordando también a los dos hijos mayores que les quitaron y con los que en la actualidad siguen teniendo contacto. "Ahí -señalando a la cocina- tenemos una foto de ellos, no nos hemos olvidado de ellos, la chica viene muchas veces a casa y después se va a la de sus padres adoptivos".

Pero no quisieron que Enrique también se fuera. "Hemos cometido un error como padres", vuelve a decir, "pero queremos arreglarlo todo y que vuelva con nosotros". Y arreglarlo todo significa ahora un camino en el que se encuentran con obstáculos, a pesar de que "tenemos todos los papeles". Sin embargo, hay una firma sin la cuál necesitan un cotejo del ADN para demostrar que Enrique es hijo suyo. "El ginecólogo que atendió a mi mujer no quiere firmar que él asistió a mi mujer en el parto, aunque aparece en la factura" en la que Maravilla tiene unos apellidos que no son los suyos, relata. Con esa rúbrica, según Pedro, se acabarían todos los problemas. Pero sin ella, necesitan una prueba genética que lo demuestre, aunque carecen de los 500 euros que cuesta y ya han pedido ayuda a los vecinos.

Pedro recuerda que fue hace poco más de una semana cuando Fiscalía Menores les pidió a través de una citación que acudieran junto al niño a Las Palmas de Gran Canaria. "No nos opusimos". Allí le retiraron a su hijo Enrique. Desde entonces los funcionarios han visitado su casa y también les han hecho prueba en el centro donde se encuentra su vástago. "Hicimos una actividad de conocimiento mutuo y vieron que nos conocíamos perfectamente, sabíamos nuestros gustos, qué nos hacía enfadar, qué nos tranquilizaba, todo". Pero aún así necesitan la prueba genética.

Estos días viven otro calvario. "Me han dicho que mi hijo va a estar en desamparo y él no está desamparado, él tiene a sus padres y sus hermanos que lo quieren con locura", declara, para añadir que además a sus otros hijos "le han dicho de todo en el colegio", por lo que considera que "a ellos también hay que protegerlos". Y Pedro subraya, emocionado, que "aunque reconocemos que no somos los mejores padres de España, tampoco somos malos padres, porque le hemos dado todo lo que ha estado en nuestras manos".