Sentada en el salón de la que hace más de dos décadas es su casa, contempla la vida de la que hace tanto tiempo es testigo y protagonista. Ante sus ojos, ahora escondidos tras una gafas de considerable graduación, han desfilado momentos de todas las índoles. "Siéntate a este lado -el derecho- mi niña, que no oigo bien", pide antes de abrir la caja de recuerdos de su propia memoria. Julio Moreno, a quien todos conocían como Luciano, "estuvo en la guerra" cuando ambos eran padres ya de dos hijos. "Yo vivía con una paga que nos daban y trabajaba en lo mío, que es lo más que he hecho yo siempre, trabajar y trabajar". A su mente viene de nuevo la imagen de "lo suyo", la finca en la Aldea de San Nicolás de Tolentino donde todo transcurrió hasta que la edad y los kilómetros comenzaron a pesar y a cobrar importancia. Sentada en el salón de la que ahora es su casa, Carmen Montesdeoca Hernández observa la vida que ayer le regaló un año más de existencia, ni más ni menos que 104.

Se acerca un poco para que las palabras entren en su oído. "¿Qué cuál es el secreto para cumplir tantos años? Yo no sé, no hay secreto, sino suerte y que así lo quiere Dios". Carmen Montesdeoca tiene completa convicción en lo que acaba de responderse a sí misma. Tal vez nunca se había hecho semejante pregunta como tampoco imaginó que pasaría la barrera de la centuria y sortearía los achaques del tiempo. Cicatrices de la batalla que le va ganando al calendario son sus arrugas y una artrosis que le impide levantarse. "Mira, mira mis manos", las muestra con decisión "y ya hace mucho que no puedo caminar", añade con cierto tono de nostalgia que, de repente, se desvanece con un firme: "Pero yo luego estoy bien, no tengo nada".

"Estamos nosotras más viejas que ella", asegura entre risas la mayor de sus hijas, Ramona. "Y si caminase nos tendría más al trote del que nos tiene", apunta también en tono jocoso su hermana María del Carmen. Y es que según cuentan sus propias vástagas, Montesdeoca era una mujer muy activa "y un poquito rabiosa. De hecho, tenía y tiene su genio", apostilla María del Carmen a quien se le quedó grabada la frase con la que su madre les argumentaba el motivo de no dejarlas salir. "La carrera que el caballo no da, en el cuerpo se le queda", recuerda ahora ya divertida. "Nos decía que no éramos cajas de turrón para estar en todas las fiestas", apunta Ramona, "pero de todas maneras, la vida de antes era muy diferente a la de ahora, mi niña".

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