Francisco Correa Mirabal era un "pollillo" que aún no había cumplido los 25 años, cuando arrancó la construcción de la maqueta de Moby Dick. Trabajaba de administrativo en la Compañía Carbonera de Las Palmas y sobre él recayó la tarea de traducir las órdenes de los americanos durante la fabricación del monstruo de madera, bajo la dirección del ingeniero escocés James Stuart Jolly, que los Miller se habían traído de La India a la capital para ponerlo al frente de la empresa, en aquella época la única de reparaciones navales que existía en Canarias.

César Díez, que era aún un niño cuando el director John Huston vino a Las Palmas de Gran Canaria a rodar la película Moby Dick, heredó junto a su socio Leonardo Cabrera, el prototipo del cetáceo que se trajeron los americanos para que sirviera de guía a la construcción de la réplica de 30 metros, cuyo paradero se desconoce. Se trata de una réplica de madera pintada de blanco, con varios rosetones simulando los caparazones de animales adheridos a su piel, de 1,37 metros de longitud y 40 centímetros de ancho.

Mister Jolly se la dejó a Díez y Cabrera en herencia, junto con el resto del contenido del taller. El taller ya no existe y ha sido trasladado a un lugar cercano en La Isleta, en el que conservan, además del cetáceo, una nutrida colección de fotos en las que se puede contemplar, paso a paso, todo el proceso de construcción de la ballena. En la sede de la empresa de inspecciones navales ETS se guarda también un ejemplar de la revista París Match de la época con un amplio reportaje sobre el rodaje, cuya memoria se pretende rescatar a través del proyecto SaveMobyDick -dirigido por el escritor y experto en cine Luis Roca-, mediante una ruta turístico cinematográfica.

César Díez tendrían unos 12 años cuando se rodó la película, pero aún recuerda como si fuera hoy a la ballena, aquel gran monstruo blanco flotando en el mar en la zona de Los Caletones, cuando iba al colegio. "Yo me acuerdo de ver a Gregory Peck, en el rodaje de la película", explica Díez quien se perdió la fabricación de la maqueta, porque no comenzaría a trabajar en el taller hasta años más tarde, pero guarda una colección de recuerdos y anécdotas de la construcción y el rodaje como si hubiera estado allí. Correa, que sí se gozó todo el proceso, ha sido uno de los que le ha transmitido las historias que nacieron en torno de lo que constituyó todo un acontecimiento para la ciudad. Correa explica que los americanos vinieron con sus propios técnicos y carpinteros dispuestos a construir la maqueta. "Pero cuando vio a Jerónimo Cabrera trabajando, los mandó a todos de vuelta. Este chico era un excelente carpintero, que lo mismo hacía un mueble que un barco y Mister Walker", el ingeniero de los estudios cinematográficos, "se quedó asombrado". Correa ejerció como una especie de vía de transmisión entre mister Walker y los carpinteros de ribera de La Isleta, en los astilleros situados en la calle Rosarito, que hoy han desaparecido. En esos terrenos se levanta hoy el edificio Mapfre. "Todos se llevaron una paga extraordinaria al terminar la ballena", que fue botada tras dos meses de trabajo por la hija del gobernador civil en esa época, Amalita Guillén, explica Correa, quien aclara que las barcas balleneras que se utilizaron en el rodaje no se hicieron aquí. "Aquí sólo se construyó la ballena", aclaran Díez y Correa, que añaden que además se realizaron tres réplicas de la cola, la cabeza y el cuerpo, cada una de las cuales se construyeron sobre barcas aljibes.

A Correa se le ha quedado grabada la imagen de Huston y Peck en una timba de póker junto a otros miembros del equipo. "Una vez mister Jolly me mandó a hacer una gestión y me quedé asombrado. Estaban jugando al póker y en el centro de la mesa había una montaña enorme de billetes de 500 y cien pesetas. Yo creo que eran pesetas, no recuerdo bien", afirma Correa, que también saca a relucir la anécdota de lanzamiento de un piano por una ventana del hotel Santa Catalina, donde se hospedaba parte del equipo de rodaje. La versión que le ha llegado a Luis Roca, autor del proyecto Salvar la memoria: 50 años del rodaje de Tirma y Moby Dick, es algo diferente. Según Roca, los operadores ingleses se retaron a ver quien era capaz de cargar a pulso el piano y bajarlo por las escaleras de uno de los salones del hotel y al final, en medio del rebumbio que se montó, el instrumento terminó rodando por las escaleras. La historia verdadera sólo la saben los que estuvieron allí. De la colección de anécdotas que ha ido recopilando Díez, destaca la del delicado incidente que provocó el director John Huston en casa del gobernador civil. Cuentan que Huston se cogió tal borrachera, que terminó por el suelo besándole los pies a la esposa del gobernador.