El 14 de abril de 1986 fue autorizada la inscripción del Instituto Canario de Estudios Históricos Rey Fernando Guanarteme. La elección del nombre de nuestro régulo para timbrar la sociedad no obedecía exclusivamente para dedicarnos a mantener su memoria. Con esta fundación se ha querido poner especial énfasis en la conservación y estudio de las tradiciones históricas, genealógicas y culturales de los antiguos habitantes de las Islas; defender y fomentar las investigaciones con el análisis crítico de fuentes. Buscaba también la creada sociedad con la nueva tecnología a su alcance, actualizar, complementar y corregir las disciplinas históricas y sociológicas tan llenas aún de errores para proporcionar el rigor metodológico con claridad expositiva. Uno de sus fines prioritarios es el de rescatar del olvido a la antigua población prehispánica superviviente, tan envuelta en equívocas leyendas. En definitiva, la máxima aspiración de nuestra entidad es reflejar de modo fiel las antiguas tradiciones y contribuir a mejorar las enseñanzas científicas a través de sus específicas investigaciones. El conjunto de todas estas pretensiones hizo sugerir que la creada institución llevase el nombre del discutido rey isleño.

Fue propósito desde los inicios la publicación de una revista semestral de exclusivo ámbito regional, logro que durante los primeros años se pudo materializar. Nunca pensamos que la modesta edición alcanzase en tan corto espacio de tiempo gran interés en numerosas bibliotecas de la cultura occidental, ya que fue demandada desde los archivos del Centro de Historia Familiar de los Estados Unidos para incluir nuestros textos genealógicos en los millones de microfilmes que los Mormones de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días proporcionan a los interesados de todo el mundo. También nuestra publicación despertó interés en la Universidad de Zimbawe, y en estudiosos de Austria, Andorra, Luxemburgo, Escocia, Irlanda, Liechtenstein, Venezuela, Italia, Bélgica, Colombia, Hungría, Holanda, Finlandia, Dinamarca, Canadá y Argentina, mereciendo especial mención que nuestros textos se encuentra en los anaqueles de la biblioteca de la Pontificia Academia Tiberina de Roma. Como es lógico, nuestras publicaciones también se encuentran en las estanterías de El Museo Canario.

Una vez más, se ha puesto de manifiesto que la temática genealógica despierta interés en las sociedades que también tratan este apasionante tema auxiliar de la Historia. Y Canarias, por ser el origen y raíz de gran parte de la población hispanoamericana, contribuye a que se busquen en nuestras revistas los antecedentes e informaciones familiares.

Una serie de circunstancias obvias limitó nuestra actividad. Si bien nunca se ha dejado de celebrar anualmente un capítulo extraordinario en la ciudad de Gáldar, por cuya tribuna han pasado los más acreditados historiadores de las Islas, la falta de la tan deseada sede social dificultaba la realización de nuestros cursos y programas.

Y, al fin, ha llegado la sede, casa que es para nosotros una gran satisfacción presentarla oficialmente. Y nos satisface por encontrarnos en un inmueble cargado de historia y de acontecimientos singulares.

Aunque consideramos que no es el momento más oportuno para desgranar las excelencias del inmueble, también pensamos que es lógico que tracemos una breve síntesis de la sede que desde ahora nos acoge.

Si se quisiera historiar cualquier edificio del casco de Vegueta, por muy insignificante que este fuera, sin duda que encontraríamos relatos notables y sorprendentes. No en vano el barrio se asienta en el primer poblamiento hispano de la Isla.

Esta casa, y gracias al inmueble colindante, pared con pared, llamada del señorío de la Vega Grande de Guadalupe, hemos podido reunir información hasta los mismo albores de la contienda grancanaria. El primer propietario conocido de esta edificación fue el bachiller conquistador Pedro de Valdés, teniente gobernador de Lope de Sosa y sobrino del celebre adelantado Alonso Fernández de Lugo. En una escritura de reconocimiento de deuda fechada en 1535 la casa vecina quedaba sujeta a la garantía de un pago que sus propietarios ajustan con el mercader genovés Damián de Azuaje. Por circunstancias que desconocemos, el comerciante ligur acredita posteriormente ser propietario de aquella finca, la cual, su hija, nieta y bisnieta la llevarán en dote, contrayendo ésta última matrimonio con Alejandro de Amoreto. Desde aquellas pretéritas fechas del siglo XVI ha quedado dentro de la familia que ostentó el título de señores de la Vega Grande de Guadalupe, hoy convertido en dignidad condal.

En cuanto a la vivienda que tratamos fue transmitiéndose por transacciones de compraventa a diferentes propietarios de todo tipo y condición. En el siglo XVII perteneció a la familia del mercader, también de origen genovés, Juan Tomás de Sigala.

La actual construcción data de mediados del siglo XVIII. Sus propietarios no tenían ningún relieve social. Se habían establecido en Venezuela y la pusieron a rentar. El primer inquilino que la habitó fue el vasco Domingo Galdós y Alcorta, que había venido a la Isla desde Madrid en 1776 como familiar de Francisco Javier de Izurriaga, oidor fiscal de la Real Audiencia de estas Islas, y que pronto ocupó el cargo de receptor del Santo Oficio de la Inquisición canaria.

Después de la estancia del abuelo de Benito Pérez Galdós moraron otros vecinos. Hubo un sastre, un zapatero acomodado y un escribano de la audiencia. A finales de la década de 1840 la casa se encontraba desocupada. Esta situación logró que la prestasen al cura párroco de la recién estrenada parroquia de Santo Domingo de Guzmán. Concretamente era el año 1848, fecha de la gran hambruna padecida en la isla de Fuerteventura. Los majoreros huidos de su tierra se avecindaron por estos contornos de Vegueta, y el humanitario sacerdote procuró ayudarles recolectando por el resto de la Isla víveres para poder sustentarlos. Los habitáculos bajos del inmueble sirvieron de despensa para guardar los granos recolectados. Aquel año de 1848 visitó la Isla el clérigo catalán Antonio María Claret y vivió durante el mes de mayo en la iglesia vecina. Hay testimonios orales familiares que acreditan que el futuro santo visitó en dos ocasiones esta casa. Aunque no existe constancia documental no resulta difícil suponer que así ocurriera. Lo que sí ocurrió tres años después fue la trágica epidemia del cólera morbo asiático desatada en la primavera de 1851. La casa la seguía detentando en calidad de préstamo el párroco de Santo Domingo, don Antonio Vicente González Suárez. Aquella oportunidad posibilitó que el clérigo habilitara en las dependencias un improvisado hospitalillo para acoger a los moribundos de aquel contagio que se iba encontrando por las calles. Según refiere el vicario don Juan Artiles Sánchez en su obra Y no encontraron su tumba, cada mañana después de la misa de siete que el sacerdote celebraba en la iglesia vecina, se trasladaba a esta casa para visitar y dar consuelo a sus enfermos. La infección de aquel terrible azote le atrapó, y el día d 20 de junio del funesto año de 1851, al salir de esta casa e intentar franquear el cancel, cayó muerto en el suelo. En esta plaza de Santo Domingo hay dos lápidas que lo recuerdan y en el Vaticano se sigue causa de canonización para elevar a este hijo de Agüimes a los altares.

Tras la muerte del sacerdote la casa estuvo cuatro años cerrada. En septiembre de 1855 llegan a las Palmas desde Venezuela Luis López Botas con su mujer y diez hijos, siendo el mayor de ellos José Antonio López Echegarreta. El canario trae desde Caracas el contrato de inquilinato y el título de cónsul de la República venezolana que firma el ministro de Relaciones Exteriores. En este inmueble se abre, por tanto, la representación diplomática, siendo el primer consulado americano establecido en la Isla.

Como anécdota referiré que aquel nombramiento fue imputado por el cónsul de Venezuela en Tenerife, Pedro Bernardo Forstall, argumentando que siendo la vecina isla la capital del Archipiélago y sede de todas las cancillerías diplomáticas, consideraba que el representante de Las Palmas tenía que asumir un viceconsulado y estar a sus órdenes. Pero por carta, que curiosamente se conserva en el archivo de este Instituto, el ministro aclaró que cada capital tenía la categoría de cónsules y eran totalmente independientes. Don Luis López Botas, que junto con su hermano Antonio dieron nombre a la calle trasera de este inmueble, también abrió aquí una oficina consignataria. Era la época que empieza de nuevo a fortalecerse la emigración hacia Venezuela y López Botas representaba como agente los vapores correos con destino al puerto de la Guaira.

Con la muerte del cónsul y la de su hijo, el citado José Antonio López Echegarreta, que aunque nacido en Caracas se consideraba canario y fue el primer isleño que obtuvo el título profesional de arquitecto por la Real Academia de San Fernando, y que en esta casa proyectó la alineación y ensanche de la calle de Triana y confeccionó las primeras ordenanzas municipales sobre la construcción en Canarias, la finca quedó nuevamente desocupada. Fue puesta a la venta y adquirida en 1865 por Vicente Marichal Cabrera, un curioso personaje muy tratado en la obra de don Juan Bosch Millares sobre la medicina en Gran Canaria. Desde entonces, la casa ha permanecido en la misma familia. En 1993 se encuentra una vez más desocupada y también bastante dañada por los años. Fue entonces cuando comenzó a rehabilitarse para que fuera la sede oficial de nuestro Instituto. Nunca se pensó que se tardara tanto tiempo en remozarla. Desde un primer momento se pretendió no adulterar su época, su estilo y sus características arquitectónicas. Y creemos que ha valido la pena. Otra circunstancia que tal vez no venga al caso pero la consideramos curiosa. En dependencias de esta casa nació en 1963 Luis del Río Montesdeoca, el delegado de la Fiscalía Anticorrupción en Las Palmas y teniente fiscal de la comunidad autónoma.

Hoy en esta sede se alberga un magnífico archivo que puede presumir de tener en sus carpetas referencias de todas las familias del Archipiélago, desde sus orígenes a la actualidad. Cuenta con toda la documentación extractada existente de la historia de la isla de Lanzarote. Fichas exhaustivas de todos los sacramentos celebrados en sus parroquias y reseñas pormenorizadas de los protocolos de sus escribanos. Un magnífico legado que fue dejado en testamento a nuestra Institución por Gerardo Morales Martinón. Y así podríamos mencionar otras importantes donaciones de fundamental interés para la sociedad.

Queremos terminar nuestras palabras en esta jornada de júbilo mencionando con afecto los nombres de Ignacio Díaz de Aguilar y Elízaga, Agustín Manrique de Lara y Bravo de Laguna y a Salvador Cabrera Aduaín de Zumalave, los presidentes que nos precedieron y que en todo momento mostraron su entusiasmo para que la sede oficial llegase a ser realidad. También queremos manifestar públicamente nuestra satisfacción de estar presididos por don Antonio de Bèthencourt Massieu, hoy la máxima referencia cultural del Archipiélago, y por don Alejandro del Castillo Bravo de Laguna, que preside el cuerpo colegiado de Caballeros y Damas de la Institución.