A sus 90 años, Francisco Álvarez González, más conocido como Panchito el heladero, guarda la misma vitalidad que en la década de los 40, cuando empezó a vender sus refrescantes helados de vainilla por toda la capital grancanaria, transitando sus calles con su inseparable carrito. Hace ya un cuarto de siglo que este oriundo de Las Lagunetas (Vega de San Mateo) aparcó los cucuruchos de quesito de turrón y mantecado especial para disfrutar de la vida al golpito con su hija María Luisa y sus cinco nietos, Oliver, Javier, Jonathan, José y Noelia, y echarse más de un baile a la semana en el Círculo Mercantil.

La ciudad tiene el honor de haber tenido como vecino a un heladero artesano de primera. Panchito figura entre esos personajes po

pulares del paisaje urbano, que tan pronto te encontrabas delante del antiguo Hospital del Pino como en la puerta del Colegio de Las Teresianas vendiendo esas tentaciones veraniegas que anunciaba con este cartel: "Galletas, barquillos, conos, turrón líquido, artículos para

helados". Todo se remonta a 1949, cuando un buen día, como era de costumbre, Francisco se dirigía a la montaña de San Lorenzo (Tama-

raceite) con un saco para buscar tunos indios. Un heladero, llamado Pepito el Pastor, se cruzó en su camino, a la altura del Campo Espa-

ña, y cambio su rumbo profesional.

"Venga pa´cá, que es usted un hombre trabajador y quiero hablar con usted´, era fabricante de helados, me ofreció trabajar para él, un suel-

do y lo que sacara de más del mantecado para mí, era muy buena persona", evoca Panchito, que aceptó la propuesta y confiesa que en aquel tiempo, "era un dineral". A partir de ese momento, Francisco empezó a escribir parte de la historia de la ciudad con muy buen gusto.

Sus conos de vainilla, quesito de turrón, mantecado especial, polos y americano de leche, anís, chocolate y fresa llegaron a La Isleta y El Confital.

Acumula en sus piernas miles de kilómetros para vender su producto a todo tipo de paladares. "Mi profesión me gustaba con locura. Es-

taba desde las diez u once de la mañana hasta las ocho de la tarde, y si había fiesta, hasta incluso la una de la madrugada", asegura este sabio y risueño nonagenario. Tras permanecer con Pepito el Pastor durante muchos años, Francisco saltó de la zona de La Puntilla a Alcaravaneras, para trabajar bajo las órdenes de otro empresario, Ramón el Gallego.

Don de gentes

"Lo positivo de todos estos años es que era un sueldo bueno, porque había días que ganabas 15.000 pesetas, otros días 10.000, 20.000 o

30.000 pesetas", afirma Panchito, que apunta que gracias al cálido clima de Canarias podía mantener el negocio durante todo el año. Este grancanario sabía conectar con su clientela y tener mano izquierda. "Yo era un chico que sabía llevar a la gente, y si un señor se marchaba sin pagar, no le decía nada, porque a lo mejor me formaba una escandalera, y después la gente que estaba comprando se marchaba y no compraba. Hay que ser noble y saber llevar a la gente", explica Francisco. "Además el vendedor tiene que estar siempre de pie, porque si estás sentado, la gente pasa y no te compra danda", añade. |

Dotado de una excelente memoria, Panchito recuerda que la fábrica de helados se ubicaba en el barrio de Alcaravaneras, cerca del

antiguo Cine Goya. Su itinerario abarcaba numerosos puntos de venta, como la antigua Clínica del Pino, el Pueblo Canario, el Muelle de Las Palmas o Vegueta.