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Aquí la Tierra El límite de la ciudad

La sombra del volcán

La desaparición de la Montaña de La Esfinge, hoy cantera para ampliar el Puerto, descubre el corte con las diferentes fases eruptivas

La sombra del volcán

Los usuarios del punto limpio de El Sebadal, es fácil suponerlo, están demasiado ocupados en deshacerse de los residuos que traen como para pararse a pensar en lo que transcurre muy por debajo de sus pies. Igualmente, es de creer, los trabajadores de las inmediaciones están tan absortos en sus tareas que no pueden detenerse para divagar sobre el calor formidable y las presiones altísimas que existen bajo el trozo de corteza terrestre que pisan. El tiempo del trabajo y el tiempo geológico no marchan al unísono. Tampoco las miradas de los trabajadores y de los usuarios del punto limpio están sincronizadas con las de los caminantes ociosos, escasos, que se adentran en este polígono industrial. Por eso, pese a que son habitantes de Las Palmas, el pequeño grupo de paseantes que atiende las explicaciones de Álex Hansen Machín sobre el paisaje volcánico de La Isleta resulta un cuerpo extraño en este paisaje humano. Autor o coautor de numerosos libros de referencia, entre ellos, Volcanología y Geomorfología de La Isleta (Gran Canaria), de 2010, Hansen, doctor en geografía, explica a sus acompañantes el proceso por el cual, en tiempos remotos, una inmensa cantidad de materia ardiente emergió desde el interior de la Tierra y conformó este dominio de aspecto inquietante. Materia ígnea como la que discurre aún bajo los pies de los paseantes, los trabajadores y los usuarios del punto limpio.

Lo que se extiende tras el edificio del punto limpio es la ladera sur de la Montaña de El Vigía, punteada también por una alambrada y varias fortificaciones de la Zona Militar de La Isleta. El acceso físico, pues, está restringido para los civiles, pero, en cuanto que paisaje, este territorio invita a la contemplación distante y placentera del conjunto y sus múltiples detalles: una capa de picón amarillento producto de las infiltraciones, un conelete de explosión, un salivazo de lava? Placer en lo que se ve, pero también en lo que se imagina, mediado igualmente por el relato del geógrafo: "El Vigía es un volcán muy alargado con ocho o nueve cráteres espaciados, surgido en un periodo de entre 36.000 y 50.000 años, un objeto bastante joven". Menos afectado por la erosión natural y humana que otros parajes de la zona, si no fuera por la marca dejada por un cantera, podría pregonarse de este lugar lo que se dice de algunas personas: que parece que por él no pasa el tiempo.

Ahora en el recinto de la Zona Franca del Puerto, siempre en el límite de la ciudad, los pensamientos de vértigo y extinción que genera el paisaje volcánico apuntan de nuevo al límite del mundo. Los paseantes están junto a la cantera en la que, hasta hace unas décadas, se levantaba la Montaña de La Esfinge. Montaña, le llamaron, como a El Vigía, a la Montaña del Faro y Montaña Colorada, los otros volcanes de La Isleta. Y es que en el habla canaria la palabra volcán no es usual, y cuando se la emplea es por influjo de los científicos. A la inversa, como explica Hansen, la geografía, la geología y otras disciplinas que se ocupan del volcanismo han incorporado a su lenguaje universal términos del acervo idiomático popular de distintos puntos del globo: del hawaiano, por ejemplo, "pahoehoe" y "a a" y del habla canaria "caldera".

Desde el punto limpio de El Sebadal, entonces, lo que veían los paseantes era un volcán. Aquí, en la Zona Franca, lo que presienten es su sombra: A partir de los años sesenta del siglo pasado, La Esfinge ha sido devastada progresivamente para la extracción de áridos usados en la ampliación del Puerto de La Luz. Bajo el sol negro de la melancolía, La Esfinge "es una sombra en nuestra memoria", dice Hansen, en referencia a quienes conocieron el paisaje de La Isleta antes de que los 138 metros de altura de la montaña desaparecieran del mismo.

Pero al eliminar el volcán, la cantera ha puesto ante la vista las memorias del subsuelo, un corte estratigráfico en el que cualquier observador puede apreciar distintas fases eruptivas. En la base hay una capa de color negro material. Es, siempre según la explicación del geógrafo, el estrato más antiguo, el de la formación de La Esfinge, en sí, hace 700.000 años. Sobre éste se extiende una franja de arena amarilla correspondiente a una playa "metida entre dos tiempos", una franja litoral engullida por sucesivas erupciones, en un periodo que oscila entre los 700.000 y los 400.000 años, que aprisionaron igualmente a los mejillones fosilizados encontrados en ella. En medio de los temblores sísmicos y las riadas de roca fundida, parte de esta arena marina se mezcló con materiales eruptivos y conformó la capa de color grisáceo. Sobre un manto naranja subsiguiente, polvo infiltrado en la lava, y otro marrón, picón descompuesto por la acción del polvo, se superpone un último estrato de a a -los indígenas hawaianos y por herencia suya los científicos llamaron así a este tipo especialmente afilado de malpaís, por el dolor que produce caminar descalzo por él-. Esta colada no brotó en este lugar, vino de más al sur, de la fase superior de la erupción de Montaña Colorada, en torno a 400.000 años, en un movimiento envolvente que sepultó en parte a La Esfinge. Por lo demás, no es esta la única huella de Montaña Colorada en La Esfinge. Hay también lentejones, en la terminología empleada por Hansen, manchas oscuras entre la arena amarilla, que corresponden a una fase anterior de erupción de aquel volcán, en torno a 700.000 años, y que en este violento proceso se mezclaron con la playa aprisionada.

Montaña de La Esfinge. No se sabe a ciencia cierta de dónde procede el nombre. Quizá desde el mar su forma evocara a los navegantes a aquel ser demoniaco que en el mito antiguo tiene cuerpo de león, alas de ave y rostro de mujer. Sea como fuere, desaparecida la figura que dibujaba el volcán, aquella suerte de centinela en el borde de la tierra y el océano, ahora lo que queda en el vacío generado por la cantera es la pregunta.

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