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Historias del siglo XX La vida en la Casa Verde

Volver al Quegles 70 años después

El nieto de Rodríguez Quegles recuerda su infancia en el palacete de la calle Pérez Galdós

Sergio Ramos Rodríguez en su casa de Salinetas, con su hija Isabel. SANTI BLANCO

Con casi un siglo a sus espaldas, la expresión de Sergio Ramos Rodríguez se ilumina cuando se le nombra a su abuelo el empresario, abogado, político y escritor Domingo Rodríguez Quegles. Con él anduvo toda su infancia y parte de su juventud por los rincones y estancias del viejo palacete de la calle Pérez Galdós, esquina con la calle Perdomo, un caserón modernista que fue levantado en los primeros años del siglo XX y finalmente fue bautizado con los apellidos del abuelo, que fue quien lo mandó a construir. En 1972 fue adquirido por el Ayuntamiento de la capital grancanaria. Las últimas palabras de don Domingo antes de morir, fueron para su nieto. "Estaba conmigo. Le falló el corazón. Murió en el año 1942, en plena guerra europea", rememora don Sergio, mientras se apoya en su bastón.

Sergio Ramos recuerda ahora en su casa de Salinetas, que su abuelo construyó ese caserón para su amada María Teresa González, que desgraciadamente le duraría poco tiempo porque falleció apenas diez o doce años después de su matrimonio. Quería hacerle la casa más bonita de Las Palmas, explica Sergio Ramos, que fuerza la máquina para nombrar los años con más precisión, pero su prodigiosa memoria a veces le juega malas pasadas y las fechas le bailan de tanto en tanto.

"Por esa razón, nos quedamos a vivir con él mi madre y mis hermanos. Éramos tres, dos chicos y una chica. El abuelo nunca más volvió a casarse, después de la muerte de su mujer. Y no creo que fuera porque no le gustaran las mujeres, porque yo veía como se le iban los ojos detrás de ellas", explica este empresario jubilado que recuerda sus juegos y correrías por el amplio caserón modernista -diseñado en 1900 por el arquitecto Mariano Belmás y hoy convertido en centro cultural por el Ayuntamiento- con su recargada decoración, repleta de detalles, desde los zócalos hasta el techo, entre mármoles, maderas de caoba y un sinfín de vidrieras. Buena parte de los muebles y la decoración fueron traídos de Francia, donde estudió don Domingo, interviene la biznieta, Isabel Ramos.

Nada más entrar en el recibidor de la casa palacio, ahí estaban contemplando al niño Sergio Ramos desde el techo esos angelotes en un tremendo cielo azul celeste, que fueron pintados en 1902 por Abel Cabrera. Desde la distancia que dan los años, Sergio asegura que sus rincones preferidos eran el despacho de su abuelo y la biblioteca, repleta de libros de guerra, todos comprados por don Domingo, sus lecturas preferidas. Hoy la biblioteca ya no existe. "Yo le hacía chistes con mi hermano, cuando éramos niños, con pantalones cortos. Nos llevábamos un año", cuenta Sergio, quien de repente, sin solución de continuidad, pega un gran salto en el tiempo, justo hasta la Guerra Civil y su época de falangista, de la que tanto le gusta hablar.

Sus primeros 18 años, hasta que se alistó en el Ejército y se sumó al golpe de estado del general Franco contra el gobierno de la II República, transcurrieron entre el palacete de la capital grancanaria y la finca del barranquillo de Las Bachilleras de Telde. Hasta la guerra, recuerda, discurrió una época tranquila y feliz, salvo el triste paréntesis de su internamiento, de niño, en el colegio La Salle de Arucas. Un tiempo ruin éste, que se le quedó grabado a fuego, por lo mal que lo pasó. "Ese colegio", se lamenta, "me echó a perder. Había un hermano, que le llamábamos el Papa arrugada, que era el diablo. Tenía una vara y si no sabías lo que te preguntaba, te mandaba con ella. Yo terminé fugándome de ese colegio", confiesa.

Sus estancias en la finca de Las Bachilleras sí las recuerda como una etapa feliz. "Era una finca enorme, muy grande. Tenía una arboleda tremenda. Mi abuelo estaba siempre con la manguera. Le encantaba regarlos. Desde que empezaba el verano nos íbamos a la finca y, en cuanto, comenzaban las lluvias, preparábamos las maletas y nos íbamos para Las Palmas. En cuanto el verano se acercaba a su fin, el abuelo nos decía: Hay que empaquetar para ir para Las Palmas", evoca Sergio.

En ese mismo palacete, conocido también como la Casa Verde pues ese fue su color original, nació Ramos Rodríguez un 26 de octubre de 1918, hijo de Pedro Ramos del Castillo Westerling y Juana Teresa Rodríguez. Desde entonces han pasado 96 años y algunos meses y es el que más ha vivido de su generación en la familia. Sus dos hermanos ya han muerto y su mujer también. Sólo salió de la casa palacio un año después de casarse con su mujer Juana Teresa, aclara este hombre espigado, que aún conserva su elegante y alta planta, aunque a él le gusta bromear con que su médico le dice que va "creciendo p' abajo". "Mi abuelo fue como un padre para mí. Domingo Rodríguez Quegles fue lo más grande que he tenido yo de abuelo, aquí y en China. Era un hombre estupendo, fue muy generoso con nosotros. Yo le tenía un respeto terrible. Con mi hermano Óscar estuvo poco tiempo porque murió con 19 años. Era aviador y se mató en un accidente en Italia. Yo estaba en ese época, en Larache, en Marruecos. Qué bonito era Larache".

"Mi infancia en esa casa fue estupenda. Eran otros tiempos. Mi padre fue constructor, hizo de todo. Tuvo todas la fábricas que quiso tener y todas las perdió. Mi madre se separó de mi padre y seguimos viviendo con mi abuelo. La verdad es que siempre vivimos con él, porque mi madre era la mayor y siempre estuvo con su padre. Nació allí y allí murió", relata don Sergio, quien una vez cogido el hilo del relato no lo suelta. "Mi abuelo era abogado, estudió en Francia y por eso los muebles de la casa los compró en Francia. De Suiza", añade, "se trajo un coche, un Panhard todo de metal".

"El quería mucho a su mujer. Ella se llamaba María Teresa González. Tenía un tío, Francisco González, que era muy buen escritor y un talento terrible. En la casa había muchos cuadros de ella, que no sé a dónde fueron a parar. Le hizo con mucho amor esa casa. Se le murió joven. Entonces trajeron a una sirvienta, Rosita, para cuidar a mi madre, Juana Teresa, que tendría en ese entonces ocho o diez años. Yo nací allí y viví allí hasta que me casé y me fui a vivir en Ciudad Jardín", prosigue.

"Yo cumplí los 18 años el 18 de julio de 1936 y los solté en diciembre de 1945, cuando terminó la guerra europea, y me casé el Día de los Inocentes para que no me dijeran inocente. Estuve diez años en el cuartel y hasta que no me licenciaron, no me casé", bromea Ramos, que se levanta para mostrarnos, en una fotografía, lo guapa que era su esposa María Dolores Álvarez, que murió hace cinco años. "Era la mejor tiradora de Las Palmas. Tiraba al plato en el muelle de Las Palmas", resalta. "El padre de mi abuelo, Juan Rodríguez González, creó la primera banca que hubo en Canarias. Domingo Rodríguez era monárquico y fue consejero de la primera corporación del Cabildo", por el partido de León y Castillo. El palacete se vendió hace cuarenta años, añade Isabel Ramos, "porque la casa era muy grande para mi tía y porque había dos herederas". Gran parte de los muebles que había en la casa han sido repartidos entre los herederos. Isabel conserva algunos en su casa de Ciudad Jardín. Entre ellos, un retrato de Domingo Rodríguez que le hizo el pinto catalán Eliseo Meifrén, cuando estuvo en Canarias a finales del siglo XIX, tras recibir una invitación del entonces presidente del Gabinete Literario, Eusebio Navarro. "Mi bisabuelo conoció a Meifrén en La Laja, cuando pintaba en la playa y no existían coches sino burros. El pintor venía a Canarias mucho porque estaba enfermo e hicieron mucha amistad. En el palacete había muchos cuadros pintados por él. Algunos se vendieron, como el del Puerto de Barcelona".

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