La Provincia - Diario de Las Palmas

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Pinchazo

Pinchazo

Un día cualquiera. Errabundeo por Las Palmas. El paseante lleva consigo la camarita con la que, de vez en vez, captura imágenes de espacios y situaciones que captan su atención. Por lo general, fotografía asuntos irrisorios, en los que el sentido apenas despunta, ajenos a los cánones de belleza al uso. Pero esta vez, no sabe bien por qué, ha sentido el deseo de tomar una instantánea de una escena bonita: un paisaje marino, el océano visto desde una explanada de aparcamiento contigua al barrio de San Cristóbal. En el primer término de la imagen asoma un coche, en el centro hay un camión tráiler, y en un plano ulterior un barco petrolero y una plataforma se levantan sobre la línea del horizonte. El paseante conjetura que quizá lo que le ha impulsado a disparar la cámara es el hecho de que en el camión hay un barco pintado que surca el mar y que parece dibujar sobre el agua una línea de intersección con el otro barco. Un trampantojo facilón, sin duda, pero en el transcurso de una caminata el deseo se mueve en todas las direcciones.

Naturalmente, una fotografía no es un duplicado de la experiencia, no puede testimoniar el cúmulo infinito de pensamientos y sensaciones que tiene un paseante en el transcurso de su desplazamiento por la ciudad. Ni tan siquiera alcanza a retener la plenitud de un instante, en este caso, el momento en el que el individuo que vagabundea por Las Palmas se detiene junto a un coche para contemplar la simpática escena de un barco pintado y otro real que trazan virtualmente un ángulo en el mar.

Pero una fotografía tampoco es un dibujo o una pintura. Es una imagen que, a diferencia de aquéllas, tiene una suerte de pacto con lo real, una huella de un lugar y un momento concretos. Por eso, después de la fotografía el paseo por la ciudad puede pensarse en términos de montaje de imágenes: imágenes obtenidas a través del dispositivo técnico e imágenes elaboradas exclusivamente por la mente. La contigüidad de unas y otras genera itinerarios para el pensamiento. Invita a la memoria y a la imaginación a echar a andar.

Por lo demás, hay ocasiones en que, por efecto del azar o por impulsos repentinos de la mirada que la consciencia tarda en detectar, el paseante que ha tomado una fotografía siente tiempo después al observarla un pinchazo. Ese pinchazo perceptivo, ese lapsus que provoca que el observador no sepa a ciencia cierta qué es lo qué ha visto o, por mejor decir, qué es lo que, con toda evidencia no ha visto, es un detalle trivial, un suplemento gratuito que se expande y llena toda la fotografía. Así en ésta, que el paseante ha tomado en la explanada de San Cristóbal, en la que asoma un coche, en la que se ve un camión tráiler con la imagen de un barco y también un barco real que se levanta sobre el horizonte. Estos tres objetos están pintados con los mismos tonos metálicos de rojo y negro. Pese a todo lo que los separa, se diría que a los tres los ha pintado el mismo chapista.

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