El cambio de hora jugó en contra de La Burrita. A las 10.00 horas los fieles daban para llenar la pequeña y coqueta ermita de San Telmo, puerta de entrada al casco histórico de la capital grancanaria. Pero fuera el público se hacía esperar. Algo raro en el caso de una procesión que, por horario y emplazamiento, suele reunir a numerosas familias en el inicio de la Calle Mayor de Triana. Lo corto del recorrido, a través de las calles Perdomo, Pérez Galdós y Buenos Aires, para volver a San Telmo, siempre propicia que los padres se acerquen con sus pequeños a presenciar el paso la imagen de Jesús, en una recreación de su entrada triunfal en Nazaret . Pero ayer tocaba hacerlo una hora más temprano de lo habitual. La cita se cerró con 4.500 asistentes, medio millar menos que en 2014.

Y se notó. Con el reloj cambiado, San Telmo era un plato fuera de la ermita. Eso sí, casi una docena de vendedores ambulantes ofrecían el indispensable complemento vegetal para acompañar a la imagen santa en su desfile por la Calle Mayor. Esto es, bien las tradicionales palmas, bien las ramas de olivo. Éstas últimas eran ofrecidas por mujeres de acento extranjero en las afueras de la iglesia, e incluso en el comienzo de Triana, al precio de "uno o dos euros". O casi, la voluntad. La inesperada oferta comercial, mayor aún que la registrada el año pasado, llamaba más la atención con la misa en marcha que el retraso del respetable al personarse en el lugar.

Las palmas estaban bastante más caras. "A ocho euros, porque son de palma de Arucas, auténticas", explicaba un vendedor, con el elaborado trenzado en la mano. Un trabajo que, al parecer, debía pagarse convenientemente. Lo mismo que la procedencia de las palmas: en La Burrita de 2014 lo que se vendía en la puerta de la ermita eran palmas de Alicante, "pero esas eran artificiales", apostillaba el mismo comerciante.

El trasiego de ramos y trenzados de hojas de palmera poco a poco fue dando el paso a la llegada, al fin, de la mayoría de los fieles que se sumaron a la comitiva o la presenciaron en su habitual discurrir por el casco histórico. Tardaron, porque cuando la imagen de Jesús salió de la iglesia San Telmo no estaba ni mucho menos tan lleno como en la Semana Santa de 2014. Aunque la presencia de transeúntes (más los visibles cruceristas que se acercaron hasta Vegueta) iría creciendo con el discurrir de la procesión. El dato que ofrecían ayer los servicios municipales era, finalmente, de 4.500 asistentes, medio millar menos que en el curso anterior. Aunque resultó más trascendental el retraso a la hora de incorporarse al desfile que la cifra final del público presente.

Desde el principio, eso sí, estaban dos cofrades de largo recorrido en las procesiones del casco histórico. Víctor Alexis Ramírez y Carlos Javier Darias portaban las insignias y el estandarte de la Cofradía del Santo Encuentro, respectivamente. Ambos, vecinos del casco histórico, nacidos, criados "y alimentados" en Vegueta. Y con terno gris, al que no le faltó el correspondiente escudo en el ojal.

Carlos llevó el bacalao morado, algo que lleva haciendo durante la última década. Su pasión por la Semana Santa "Es algo que no se puede explicar, lo llevas dentro, y es difícil describirlo". En cofradías y hermandades lleva "desde los quince años". Y alrededor del mismo entorno también acumula una larga experiencia Víctor, que llegó a ser monaguillo, y que llevó las insignias de tono plata a la procesión.

A la del Santo Encuentro, que cuenta con más de un centenar de fieles desde que fuera reactivada comienzos del presente Siglo, se sumaron ayer las cofradías de El Rocío y la Esperanza de Vegueta y Cristo de la Salud. Sus integrantes dieron el sentido más profundo y formal a la comitiva de La Burrita, un clásico con el que la ciudad estrena una larga semana de actos religiosos y desfiles que ganan en fervor y peso con los días.