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Semana Santa 2015 Apuntes de historia

Solemnidades procesionales del XIX y XX

El vicario Juan Artiles Sánchez autoriza en 1978 la formación de la llamada Procesión Magna

Solemnidades procesionales del XIX y XX

Con la llegada del siglo XIX las Islas vivirán un periodo verdaderamente conflictivo. Entre 1817 y 1851 se produjeron sorprendentes acontecimientos que se inician bruscamente a partir de la muerte de Fernando VII con el llamado trienio revolucionario. Las regencias de María Cristina y de Espartero, ambas con gobiernos anticlericales, y dos desamortizaciones, dieron paso a una descontrolada agresividad. La Iglesia se resiente y los cenobios de religiosos y frailes comienzan a desaparecer. En la década de 1830 ya no hay vida en los monasterios y las procesiones de Semana Santa dejaron de salir. Pasarán más de quince años para que se instituyan en las ruinas monacales las primeras cuatro parroquias de la ciudad, que en recuerdo a sus respectivas fundaciones se rotularon en lo sucesivo con las onomásticas de las ordenes desaparecidas, y heredarán sus iglesias, muchos de sus enseres y ornamentos, y, además, las representaciones advocaciones que los franciscanos, dominicos y agustinos habían mantenido dentro de los muros de sus lúgubres recintos. Con el inicio de las nuevas parroquias los pontificados de Judas José Romo (1834-1847), y luego los de Lluch y Garriga (1858-1868), Urquinaona (1868-1878) y José Pozuelo (1879-1890), que cubren las últimas décadas del reinado de Isabel II, los años revolucionarios y los comienzos del periodo de la Restauración, destacaron por sus iniciativas sociales y su preocupación exclusiva por cuestiones doctrinales.

La llegada a la diócesis del Padre Cueto (1891-1908), también proporcionó a la Isla que las manifestaciones procesionales de Semana Santa se revistieran del perdido esplendor. El prelado será prolijo en fundaciones, como las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, Siervas de María, Hijas de Cristo Rey, Religiosas del Sagrado Corazón, Congregación de Dominicas, Padres Paúles, Franciscanos, Cistercienses, Hermanos de la Doctrina Cristiana y la Venerable Orden Tercera de Santo Domingo. También fundó la Universidad Pontificia del Seminario y la Adoración Nocturna. La presencia de nuevos religiosos y clérigos, monjas y beatas para atender las nuevas responsabilidades darán a los cortejos de la Semana Mayor que acompañan mayor lucimiento.

Pero la pobreza de los nuevos curatos no podrá por sí sola organizar sin el concurso de la feligresía la restitución de las procesiones. Los obispos Romo y Codina, los prelados que crearon las parroquias capitalinas, denuncian por medio de sus angustiosas pastorales la crudeza de la miseria que se cierne sobre el pueblo y sus instituciones públicas. En un intento de mantener la tradición y pervivencia de los actos externos de la Pasión de Jesús, destacan en la estrenada parroquia de San Francisco de Asís la cofradía heredada de la ermita de los Remedios, titulada Las Lágrimas de San Pedro, y la de nueva constitución que autoriza la Reina Isabel II, denominada Santo Entierro de Cristo. Durante unos lustros la Isla se sanea con el milagro de los buenos resultados económicos que depara la comercialización de la cochinilla cultivada en los nopales isleños.

Al crearse las nuevas ayudas de parroquias de la iglesia del Sagrario, el obispo Judas José Romo insistió en sus cartas pastorales a los nombrados ecónomos que no interrumpiesen la tradición procesional tan arraigada en el pueblo, pero será durante el pontificado del obispo José María de Urquinaona (1868-1878) cuando se empieza a vislumbrar cierto esplendor religioso en las solemnidades de Semana Santa, tanto internas como externas.

Pero pronto aquel negocio de la cochinilla criada en la Isla fracasó por la aparición en el mercado europeo de las anilinas sintéticas. La envergadura de la crisis y de la descapitalización de finales del siglo XIX llevará incluso a que uno de los patrocinadores "semanasanteros" viaje a la Península para vender el trono de plata del Señor Yacente de la iglesia de San Francisco.

Pasarán unos años en los que apenas hay lucimiento en los cortejos procesionales de Semana Santa. La penuria económica y los continuos mandatos episcopales sobre las procesiones callejeras y tardías, que ante la aglomeración de fieles y falta de luz en las iglesias y en las calles seguían produciendo constantes abusos, contribuyeron a la languidez de los desfiles. Por entonces se destaca la parroquia de San Francisco con el Señor en el Huerto, el Cristo de la Humildad y Paciencia de la Hermandad de las Lágrimas de San Pedro y la Virgen de la Soledad; Santo Domingo con la procesión del Paso de los escribanos, ya convertidos en notarios; y la iglesia matriz de San Agustín con el tradicional cortejo del Calvario que preside el Patrono de la ciudad patrocinado por el Ayuntamiento.

Con la llegada en 1891 del Padre Cueto, el pastor que llevó a cabo una gran labor misionera y a quien le gustaban las procesiones, como lo puso de manifiesto al ordenar el traslado solemne de la imagen de San Roque desde su ermita a la catedral a los cuatro meses de hacerse cargo de la mitra, se impulsaron los cultos externos de Semana Santa. Del pontificado de este celoso prelado, cariñosamente llamado el "Padre de los Pobres", se restituyeron las salidas de olvidados pasos y se instituyeron nuevos tronos y escenificaciones de la Pasión hasta entonces inexistentes, como fue el nacimiento de la procesión del Señor de la Burrita. Y aunque se procuró mantener la tradición de los desfiles procesionales de los antiguos monacatos, los vaivenes políticos y los económicos de las empobrecidas parroquias que apenas podían sostenerse empujaban a que se soslayase, como se podía, la celebración por las calles de Vegueta y de Triana.

El sucesor del Padre Cueto en la mitra, el doctor Pérez Muñoz, quiere que la Semana Santa vuelva a revestir la solemnidad de otros tiempos, "como se hacía en la época del inolvidable Urquinaona -dice el prelado subido en los púlpitos de Santa Ana-, en cuyo pontificado la Pasión se celebraba con suntuosidad y esplendor", y manifiesta su deseo de que vuelvan a sacarse los tronos, especialmente el del Señor Predicador y los de la procesión del Calvario de la iglesia matriz, "suprimidos en los últimos años con desconsuelo de los devotos y entusiastas de la Semana Grande".

Las consecuencias derivadas de la gran guerra europea de 1914 fueron nuevos contratiempos que recibieron los cultos externos de Semana Santa. La agonía de las tesorerías de las parroquias, junto con las del pueblo y los estragos de la funesta gripe europea que estaba diezmando la población, también van a incidir en el desinterés de los cultos públicos de la Semana Mayor. Son pocos los pasos procesionales que pueden salir a la calle. El deslucimiento de los cortejos origina que un grupo de ciudadanos fervorosos y entusiasmados por mantener las tradiciones se reúna con los canónigos catedralicios y los respectivos párrocos, que del mismo modo lamentan la situación procesional de la capital.

De aquellos contactos con la curia ilustrada procedió la primera Junta Civil de Semana Santa, que se organiza para gestionar los prolegómenos de la efeméride y evite que los pasos sigan encerrados en la penumbra de los templos. La Junta funcionó de 1928 hasta el advenimiento de la República en 1931, cuando en nombre de la Libertad volvieron a suspenderse las procesiones.

Tras la suspensión por la prohibición republicana nuevamente se acuerda resucitar la Junta para defender las viejas tradiciones religiosas de esta capital. Las reuniones se celebran en El Museo Canario. Como primera medida, Domingo Doreste redacta una circular pidiendo ayuda y apoyo al vecindario y comenzó a actuar. Formada la nueva gestora de Semana Santa con carácter permanente, los nuevos responsables trazaron un programa ambicioso encaminado a conservar y sostener la antigua solemnidad de los cultos externos.

La Junta de Semana Santa estimuló a las familias que tenían tradicionalmente a su cuidado alguna capilla o especial devoción con las imágenes que procesionaban para que se hicieran cargo de sufragar los gastos que su salida originasen. El entusiasmo fue notable. Con el establecimiento de esta práctica se lograron una decena de nuevas vinculaciones de patronazgo repartidas entre las tres parroquias y se confeccionaron y sustituyeron la mayoría de los inservibles tronos por otros de mayor dignidad artística.

Finalizando la década de los años sesenta volvieron a producirse las dificultades. El crecimiento de la población, motivado por la prosperidad económica del desarrollo turístico, produjo el mayor impacto sobre los hábitos y costumbres de los habitantes. La saturación de las calles por el incremento de vehículos, el horario de los comercios y los cambios derivados del Concilio Vaticano II también incidieron para trastocar el clima de religiosidad popular de recogimiento y penitencia que rodeaban las jornadas diarias de la Semana Mayor.

Todas estas causas incidieron sobre las procesiones provocando una nueva crisis. El deambular de los tronos por las calles solitarias de la ciudad produciendo lamentables atascos produjo el desánimo en las iglesias, y, en consecuencia, la parroquia de Santo Domingo fue la primera que dejó de salir en los días tradicionales y comenzó a unificar sus cortejos. El Vicario Juan Artiles Sánchez autoriza en 1978 la formación de la llamada Procesión Magna. El ambiente era propicio para volver a celebrar conciertos sacros, emitir el pregón oficial de Semana Santa como prólogo del acontecimiento y organizar exposiciones de estatuaria en diversas salas de la ciudad. Estos nuevos aires motivaron, además, la creación de cofradías y hermandades hasta entonces inexistentes que paulatinamente fueron siendo autorizadas por el ordinario de turno, así como las competencias del ordenamiento diocesano responsable de los grupos laicos, que precisaban una organización que las aglutine y ejerza la coordinación imprescindible que tales compromisos conlleva. De esta necesidad nació en 2004 la Unión de Hermandades de Gran Canaria, cuya labor sigue ejerciendo con el compromiso de aunar criterios, unificar todas estas entidades y de manera especial mantener y fomentar el espíritu cristiano y religioso entre las hermandades, cofradías y patronazgos de la Isla de Gran Canaria.

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