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Aquí la Tierra Lógicas del monumento

Truco de alta tensión

El busto de José Perojo oculta una caja de registros eléctricos y tiene delante un banco de piedra, que oculta a su vez una rejilla

Busto de José Perojo, en la plaza Padre Hilario. MARIANO DE SANTA ANA

A lo largo del siglo XX el arte de la escultura ha sufrido formidables transformaciones en sus conceptos, formas y materiales. A tal respecto, alguien ha puesto el ejemplo de la Estatua de La Libertad y ha dicho que a un escultor clasicista de ella le interesaría su forma exterior, a uno vanguardista le atraería más su armazón y a uno minimalista le impresionaría el pedestal. Tales mudanzas de la escultura alcanzan también a los monumentos públicos, que hoy se mezclan incluso con pantallas de vídeo, conexiones a internet y otros componentes maquínicos. A tenor de lo dicho, entonces, se impone la cautela para intentar comprender qué había en la cabeza de quien diseñó el conjunto enclavado en la plaza Padre Hilario, y que forman: el busto de José Perojo, diputado por Las Palmas a principios del siglo XX, la caja de registros eléctricos forrada de piedra que lo sustenta, y el banco, también de piedra, ante el busto, que cubre en parte una rejilla de ventilación, suponemos, de la caja.

Lo fácil sería despachárselo con calificativos como demencial, hortera, chapucero, desvergonzado y otros semejantes. Pero unas cuantas vueltas alrededor de este, llamémosle, conjunto monumental, obligan a la prudencia. Más que nada porque cuesta creer que haya quien pudiese perpetrar algo así solo para homenajear a una figura histórica y realzar una plaza. Una plaza, además, que no es cualquier plaza. Llamada Padre Hilario pero conocida popularmente como plazoleta de Perojo, este recinto constituye la conclusión de uno de los más importantes núcleos de arquitectura modernista de Las Palmas, el de la calle Perojo, enriquecido además por la presencia de viviendas racionalistas y por la perspectiva, en el eje visual que prolonga calle y plaza, de las torres de la Catedral.

Si desconcertantes resultan el busto clasicista sustentado en una caja de alta tensión forrada de piedra y el banco, también de piedra, que oculta, en parte, la rejilla de ventilación, habrá que sopesar que la valla jardinera que cerca este espacio, e impide sentarse en el banco, quizá constituya todo un hallazgo. Cuanto menos, intensifica la pregunta sobre lo que había en la mente del autor, o autores, de esta, llamémosle, cosa.

Naturalmente, no faltarán malpensados que sostengan que no hay que darle tantas vueltas a este emplazamiento, que algo así solo pudo tener su origen en la cabeza de un político con ansias de inaugurar, que, como suele suceder en estos casos, contaría con la colaboración entusiasta de algún artista dispuesto a aceptar cualquier encargo. Lo cierto es que la historia del arte es pródiga en ejemplos de obras maestras que, si no con vituperios, al menos fueron recibidas con un clamoroso silencio por parte de sus contemporáneos.

Por lo demás, puesto que las esculturas públicas llegan para quedarse -raro es el caso de la que, una vez instalada, es retirada por su notoria insensatez-, habrá que hacer un esfuerzo de interpretación para mejor convivir con ella. Y, bien, si la escultura contemporánea es un dispositivo voraz que se hibrida con todo, podría pensarse de ésta en concreto que es una suerte de autómata que hace las veces de busto público. Pero, por más vueltas que se dé en torno suyo, no hay modo de dar con la ranura en que depositar una moneda que active el sistema eléctrico para que el busto de Perojo salude, pronuncie un discurso patriótico o haga algo.

Con todo, es notorio que este extraño busto, con caja de alto voltaje, sugiere una atracción de feria. No debe descartarse, entonces, que su artífice juegue en él con recursos de la magia blanca, adecuados no a la duración de un número de prestidigitación en un circo o en unas varietés, sino a una escultura que se instala para quedarse toda la vida.

Lluvias intensas

Mientras el reportero, perplejo, da vueltas y vueltas en torno a esta obra inaudita, un vecino se acerca y le comenta que a principio de este año unas lluvias intensas provocaron que una noche el agua penetrara caudalosamente en la caja eléctrica que Perojo esconde. De resultas de las precipitaciones, una espesa nube de humo negro comenzó a salir de la escultura y se adueñó de la plaza, tras lo cual la zona sufrió un apagón. El reportero aguarda, entonces, a que el vecino le revele el final del truco: si es que José Perojo redivivo irrumpió en medio de la plaza para hablar con los transeúntes o, por ventura, el escultor se introdujo en la cabina y desapareció para siempre. Pero, señoras y caballeros, niños y niñas, lo único que alcanza a decir el buen vecino es que después aparecieron por allí los bomberos. La pista, entonces, se dice el reportero, es buena: magia, pero con los tiempos largos de una escultura destinada a perpetuarse en el espacio público. Un suspense larguísimo que se prolonga hasta el momento de escribir este reportaje y más allá. Un truco de alta tensión.

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