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El último farero de los volcanes

Agustín Ten Becerra nació en un faro de Málaga hace 83 años y pasó gran parte de su vida viviendo en las torres

El último farero de los volcanes

Agustín Ten Becerra llegó a este mundo hace 83 años en el interior de un faro de Málaga. De abuelo práctico del puerto y padre farero, el destino le unió desde su nacimiento al mar. Pronto supo que iba a seguir los pasos de su padre porque su vida siempre ha estado relacionada con esas torres que alumbran el océano para ayudar a los barcos en su navegación. Con el paso de los años llegó a Canarias. Fueron décadas en las que vivió en Tenerife y Gran Canaria, hasta que allá por la década de los 80 fue enviado a La Isleta. Con el tiempo se convirtió en una referencia histórica del paraje de volcanes que se levantan al norte de la capital grancanaria. Y es que Agustín Ten Becerra fue el último torrero que residió en el faro de La Isleta. Una placa descubierta el pasado jueves le recordará de por vida.

Agustín es un andaluz salado. Con más de ocho décadas a su espalda no ha perdido la gracia ni tampoco el acento que le caracteriza. Cuenta chistes y anécdotas, una tras de otra, mientras hace reír a la gente. Dice que su vida son los faros. En uno de ellos se crió, aprendió el ofició y decidió estar apegado a estas torres que pintan las costas. Recuerda Agustín que en 1957 pisó por primera vez el Archipiélago. Lo hizo para ponerse al frente de la linterna de Punta de Teno, al noroeste de Tenerife, con las islas de La Palma y La Gomera a lo lejos. Llegar hasta aquella zona no era fácil. "Era una vereda de cabras peligrosa", recalca.

De allí pasó a la localidad sureña de Abona, donde permaneció seis meses, y posteriormente se puso al frente del foco de Anaga, en la otra punta de Tenerife, con Gran Canaria de fondo. "Aquello era un faro de primer orden, con petróleo, limpio". "Y después estuve en Sardina, que era de tercer o cuarto orden". En la torre galdense le ocurrió uno de los momentos más trágico de su vida como farero. "A mi se me mató un hijo con cuatro años en un faro", comenta. "Le dije: 'no subas''. Subió y se cayó de la linterna", añade con la que pena que siente al rememorar el suceso décadas después.

Pero su "guarida" estaba en La Isleta. En un edificio blanco construido entre 1860 y 1862 bajo la dirección del ingeniero teldense Juan León y Castillo, e inaugurado el 30 de julio de 1865, se instaló junto a su familia rodeado por montañas volcánicas y con la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria a sus pies. No obstante, los 249 metros de altura sobre el nivel del mar en el que se asienta esta linterna lo convierten además en el segundo más alto de España. Sustituyó a José Luis González Díaz, que a principios de la década de los ochenta abandonaba aquella labor a la que se había dedicado durante años.

Ahí vivió sus últimos años como farero, cuando ya la profesión languidecía por la llegada de las nuevas tecnologías. Convivía en medio de la nada, sin vecinos que molestaran y con el ejército pululando por la zona que le compete y que ha mantenido prácticamente virgen al prohibir la entrada de personal no militar. Agustín pasó momentos de soledad. Él solo y el faro. Y esas vivencias fueron las que le curtieron como persona. "Aquí he pasado de todo", dice. Entre ellas, muchas "necesidades" al frente de las farolas que encandilaban gracias al gas acetileno disuelto en acetona. "Con unos quinqués de cristal lo encendíamos", apunta. Pero, especifica, "luego lo pasabas bastante bien". "Daba tiempo para meditar y la meditación es lo mejor del mundo, porque nosotros nos enfadamos y después lo solucionábamos", afirma, como quien da las gracias por poder pensar durante esas miles de horas que pasaba en solitario, con el único acompañamiento del sonido del mar de fondo, el viento y el crujido del aparataje que movía la linterna para guiar a los marineros.

En su guarida de la península de La Isleta permaneció 18 años, en los que combinó los días que dormía en el inmueble de dos plantas situado en el extremo más septentrional de Gran Canaria y el piso que tenía junto a su familia en la avenida Mesa y López. Ya en 1999 llegó el momento de abandonar el faro. Lo hizo para jubilarse y convertirse en el último inquilino de la torreta de la capital. Con él también se extinguió la figura del farero en la provincia de Las Palmas. "Fui el último de Canarias", dice.

El pasado jueves, 16 años después de su retirada, le llegó el momento de recibir un homenaje. La Autoridad Portuaria de Las Palmas, propietaria del edificio, de la mano de su presidente, Luis Ibarra, descubrió una placa por el 150 aniversario de la entrada en funcionamiento del faro. En la chapa se recalca que "desde sus inicios el Faro de La Isleta estuvo atendido por dos torreros, siendo el último que lo atendió Agustín Ten Becerra hasta 1999 que se jubiló, momento en que este faro quedó automatizado y deshabitado". En el acto, el último farero reconoció que echa "mucho de menos" aquellos días de soledad al frente del edificio. "El faro para mi es lo primero, el tiempo que he estado me ha servido de mucho", reconoció, mientras volvía a rememorar sus vivencias junto aquel faro que tanta compañía le hizo durante décadas.

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