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Aquí la Tierra Industria y memoria

Zona de fumadores

La cultura del tabaco pervive en Las Palmas de Gran Canaria en los vestigios de varios edificios y en los topónimos de dos barrios

Zona de fumadores

En tiempos, la fábrica de cigarrillos La Flor Isleña debió ser un espacio con poco humo. Es cierto que en los años veinte, cuando la construyó Miguel Martín, no existía la prohibición de fumar en el interior de espacios colectivos, y sus trabajadores, es de creer, podrían echarse de vez en vez un pitillo en ella. Pero es impensable que se fumaran toda la producción de la casa. Hoy, en cualquier caso, la actividad principal de La Flor Isleña, renombrada en años posteriores como Cumbre, no es la de envolver tabaco picado con papel de liar, sino la de aparcamiento. Y, en cuanto que tal, genera mucho más humo. No obstante su cambio de uso, las fachadas de las calles Luis Antúnez y Pi y Margall de esta obra de referencia de la arquitectura industrial están intactas. Con ellas, además del letrero en piedra de Cumbre, las deliciosas vidrieras belgas de colores que promocionan La Flor Isleña.

Amén de consideraciones sanitarias que le dan hoy tan mala reputación, el del tabaco es un mundo con hondas raíces antropológicas que se remontan a la América precolombina -como se sabe, antes de la llegada de los europeos, los nativos consumían ritualmente Nicotinia tabacum-. Es difícil, pues, recapitular sobre los posos culturales de Las Palmas sin referirse al tabaco, a su conexión americana y a las fábricas de cigarrillos que albergó a lo largo del siglo XX. Y cuando se recapacita sobre todo ello, esta ciudad puede convertirse en un producto altamente adictivo.

A unos minutos a pie de La Flor Isleña, la Fábrica Fuentes se eleva con aire de ausencia ante el trasiego de la calle Pío XII y el resto de las vías que delimitan la manzana que ocupa. Es cierto que en su seno acoge distintas actividades comerciales, pero este enigmático edificio, construido a partir de trazas racionalistas del citado Miguel Martín, parece tan ajeno al tiempo de los viandantes como lo están los cuatro relojes que rodean su torre. Las construcciones que han proliferado alrededor a lo largo de los años dificultan tener perspectiva para comprobar la hora en ellos, y el edificio parece tan ensimismado y tan ajeno a la curiosidad de la gente que, cuando el reportero intenta averiguar más sobre su historia, son pocos quienes parecen saber que en origen éste acogió una importante factoría tabaquera.

Con La Regenta puede que el equívoco sea otro. Emplazado no muy lejos de la Fábrica Fuentes y La Flor Isleña, en donde la calle León y Castillo se aproxima al Parque Santa Catalina, desde los años ochenta este espacio funciona como sala de exposiciones. No es descartable, entonces, que, en razón de su uso cultural, más de un visitante haya pensado que su nombre es un homenaje a la inmortal novela de Leopoldo Alas "Clarín" -es más, puede que se haya incluso preguntado que por qué diablos se le bautizó con el nombre de esa obra cumbre de la literatura realista española y no, pongamos, con el de un artista contemporáneo como canario como, pongamos también, Pepe Dámaso-. La rehabilitación fue respetuosa con la calidad espacial del edificio, la antigua fábrica de cigarrillos La Regenta, pero su actividad anterior es un asunto que pareciera que solo preocupa a los especialistas. Uno de ellos, Amara Florido Castro, historiadora del arte y experta en arqueología industrial, pone a este periódico en la pista de una "preciosa picadora holandesa" que estuvo en la sede primera de La Regenta, en la calle Perojo -hoy con otro garaje humeante en la primera planta- y que conserva como reliquia la Fábrica Dos Santos -polígono industrial Las Torres-, la única factoría de tabaco que existe actualmente en la ciudad.

Claro que el tabaco es indisociable del fuego, y antes de que se impusiera el mechero, los fumadores lo obtenían sobre todo con cerillas. Fosforera Canariense, en Guanarteme, fue célebre por sus fósforos, cuyas cajetillas estaban ilustradas con motivos de trajes típicos, lucha canaria y barcos. Pero en la factoría se fabricaban también los cigarrillos y puros artesanales Rumbo. De todo ello queda hoy una fachada, en el edificio que ocupa la Escuela Oficial de Idiomas de Las Palmas, con un timón y unas olas que marcan el rumbo sobre la puerta.

Las Palmas y la memoria del tabaco. Las necesidades de reorganización de uso de los inmuebles y el azar poético, que conecta todo con todo, hicieron que los archivos y almacenes municipales se reubicasen hace años en La Favorita, un contundente edificio construido en los años sesenta por Manuel de la Peña en la loma entre Barranco Seco y el barranco de La Matula. En este caso, además de la construcción, una obra de referencia de la arquitectura moderna, la factoría tabaquera dio pie a dos barrios cuyos nombres constituyen, así mismo, importantes improntas de Las Palmas: el propio La Matula -por matule, paquete o bloque de hojas de tabaco- y El Secadero -que recuerda que en sus explanadas se extraía el agua de la planta expuesta al sol-. Edificios y nombres, vestigios del peso decisivo que ha tenido el tabaco en la conformación de la cultura urbana de Las Palmas. La mala reputación actual de este producto no puede obviar el alcance y la significación de esta industria en la ciudad. Porque una ciudad que ignora parte de su memoria es una ciudad infumable.

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