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Aquí la Tierra Paseos pintorescos

Ruina nueva

Es difícil mirar este edificio y no evocar a aquel noble francés del siglo XVIII, Monsieur de Monville

Ruina nueva

Es difícil mirar este edificio y no evocar a aquel noble francés del siglo XVIII, Monsieur de Monville, que quería habitar una ruina. El caballero de Monville no tenía ninguna en sus dominios, situados en las afueras de París, pero eso no le detuvo: se hizo construir en ellos un jardín de ruinas griegas, romanas, chinas y egipcias, y entre ellas una torre de cinco pisos con forma de columna destruida, en la que vivió. Es verdad que Escaleritas no es exactamente un jardín pintoresco, pero eso no es un impedimento para dar un agradable paseo por este barrio, y exponerse a las emociones estéticas que produce este edificio de viviendas, con forma de acueducto truncado, ubicado entre las calles García del Castillo y Doctor Apolinario Macías.

Levantada en algún momento de los años ochenta, las viviendas de esta construcción de tres plantas se encajan bajo dos de los arcos del acueducto de hormigón. Un tercero, acoge las escaleras y un cuarto arco, con su hueco vacío -valga la redundancia-, está truncado, como si el acueducto hubiese sufrido los embates de un tiempo que no se mide por años, sino por siglos. Una suerte de decorado teatral, ciertamente, con un efecto ilusorio similar, pero sin su carácter efímero. Esta es una construcción con la vocación de permanencia de los monumentos.

Cabe imaginarse al promotor de este edificio, quizá el mismo arquitecto, quizá uno de sus moradores, paseando por su parcela de Escaleritas como lo haría Monville por sus dominios. Cabe representárselo mientras buscaba, igualmente, ruinas antiguas para habitarlas y, como éstas tampoco abundan en esta parte de Las Palmas, mandando a levantar en el solar este edificio postalucinógeno.

Por lo demás, si el progenitor de la idea de este edificio se hubiese puesto a buscar ruinas portantes del espesor del tiempo más allá de sus dominios, no las habría encontrado fácilmente tampoco en el resto del territorio de Las Palmas. Y ello, no porque la ciudad carezca de construcciones con varios siglos de antigüedad, sino porque las pocas ruinas dignas de admiración que había en ella han ido desapareciendo víctimas del furor restaurador. Piénsese, si no, en la estampa del Torreón de San Cristóbal hasta hace pocos años, en su perfil sublime, en su lenta decadencia, derruido en parte por el embate de las olas y la devastación del tiempo. Alguien decidió que había que reparar sus grietas y sus derrumbes -qué no haría ese alguien si le dejaran a cargo del Coliseo de Roma- y el viejo torreón quedó tan refulgente como la dentadura de una estrella de cine. Piénsese también en el lifting que se le perpetró, no hace tanto, a la Muralla de Las Palmas, uno de los más antiguos vestigios europeos de la ciudad. Urge un catálogo municipal de ruinas en peligro inminente de restauración.

De modo que mientras la máquina restauradora sepulta inmisericordemente las viejas ruinas de esta ciudad, simultáneamente se construyen en ella nuevas ruinas. Quizá entonces, un paseo verdaderamente pintoresco debe de extender su radio de errabundeo y abarcar toda Las Palmas, percibida en su esencia más profunda como un jardín de locuras. Sería un paseo, a realizar mejor en coche que a pie, en busca de síntomas de esta época, que incluiría recaladas en las ruinas renovadas, y, en primer lugar, en el Torreón de San Cristóbal y la Muralla de Mata, lo mismo que en las ruinas de nueva planta, como este rutilante fragmento de acueducto habitable de Escaleritas.

Y, bien. El resto del tour queda para otro día. Ahora el reportero contempla absorto este fragmento de acueducto habitable, que desprende nostalgia del imperio romano, aunque, hasta dónde se sabe, los romanos no llegaron a Escaleritas. Atrapado en el campo de gravitación del edificio, el periodista, se siente paralizado, tal que un maniquí en un cuadro de Giorgio de Chirico que no alcanza a comprender estos ecos lejanos.

Pasa un tiempo imposible de cuantificar, y el periodista, envuelto en la atmósfera de irrealidad que genera en torno a sí este acueducto habitable, espera en balde a que salga Monsieur Monville de una de sus viviendas, dispuesto a pasear al perro, a ver el fútbol con los amigos o a comprar un pollo en algún asadero cercano. Mientras espera, el reportero masculla que, probablemente, la necesidad de volverse hacia el pasado de este edificio responde a la imposibilidad de esta época para imaginar el futuro. Con todo, el periodista alcanza a fabular con él: imagina un tiempo en el que un cataclismo reduce Las Palmas a escombros y sólo queda en pie este edificio, como testigo ruinoso de un pasado indescriptible.

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