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El HiperPaquita de San Nicolás

Paquita Lemes estuvo 70 años tras el mostrador de la tienda que cerró el pasado mes de julio

Paquita Lemes, ayer, junto a la pesa que utilizaba en su tienda. SABRINA CEBALLOS

En las estanterías apenas quedan algunas latas de conserva, unos botes de compota, algo de pasta, gel, pañuelos de papel y varias bombonas de butano. En el mostrador, casi vacío, aún se pueden ver trozos de folios cargados de números escritos a mano en bolígrafos de distintos colores y hay cajas de plástico cuyas etiquetas, que todavía sobreviven, revelan el contenido que en otro momento endulzó a los más golosos. En el suelo se mantienen firmes las botellas de licor que no alcanzaron la venta. Hay una nevera y una máquina cortafiambre con cierta solera. Pero es la balanza azulada que hay en una de las esquinas la que llama la atención nada más entrar al establecimiento de aceite y vinagre que, hasta el pasado mes de julio, Paquita Lemes regentaba en el Risco de San Nicolás. La sensación de vacío es inevitable ante tanto hueco libre en los estantes. Pero si las paredes pudiesen hablar contarían la historia de una tienda donde, sobre todo, se despachó mucha humanidad.

A pesar de los achaques de la edad, la propietaria se mueve con agilidad por el local en el que tantas horas de su vida ha pasado. "Ahí tenía yo unas flores preciosas", cuenta mientras señala una pared ahora desnuda, "la gente me preguntaba si las vendía, pero las tenía para adornar". El antiguo peso con el que tantos gramos de pimentón o sal "a perra chica" vendió, cobra entonces el protagonismo de la conversación. "Más de 70 años tiene, porque cuando yo compre la tienda, la señora que la llevaba antes ya la tenía", rememora a la perfección a los 94 años.

Ya desde niña, Lemes se sentía atraída por el mostrador. "Me iba a comprar a casa de unos vecinos y me ponía a echarles una mano. Y ellos me daban ciruelas". Pero fue recién casada, en 1945, cuando adquirió el establecimiento que cerró el verano pasado. Una decisión que le "costó un disgusto", según asegura. Y es que siete décadas dan mucho para vivir y contar. "Cuando abrí, las cosas principales se despachaban a través de las cartillas de racionamiento y aquí en el barrio ya había diez tiendas que se encargaban de esto, así que yo preferí vender fruta, verduras y pan".

Para ello, alquilaba un carro de madera y un caballo con el que poder ir al Mercado de Vegueta para comprar las provisiones. "Aquello no es como ahora, era un tinglao y las cosas que se vendían estaban en el suelo", recuerda divertida. "Luego, con 52 años, me saqué el carné de conducir y me llevaba a los dueños de otras tiendas al Mercado Central para que compraran lo que necesitaban". Esto, a su vez, facilitaba que los vecinos del Risco de San Nicolás no tuviesen que bajar hasta el centenario barrio capitalino para adquirir los víveres que no se vendían por la zona.

Ha llegado el momento de hablar de la clientela y a Paquita Lemes se le ilumina la cara. "A pesar de clientas, son amigas", asevera con firmeza. Y entonces no puede evitar acordarse de la familia Martín Fernández y los Hernández del edificio Humiaga de la calle Primero de Mayo, o de doña Pepa Castro, que fue la primera consumidora que tuvo de esa zona y a quien mandaba la compra "con un muchacho". Personas con las que aún mantiene la relación y a las que guarda gran cariño. Posiblemente el mismo que le tienen a ella en el vecindario. Y es que la tendera nunca dejó que nadie se quedase sin comer por no poder pagar. "Había gente que lo estaba pasando muy mal y yo les dejaba que se llevasen la comida y luego me lo iban pagando poquito a poco". A día de hoy, en el mostrador del local, cuelgan varios cartones de un alambre en el que están anotados los nombres de quienes tienen algunas cuentas pendientes. "Yo les digo que no se queden sin dinero, que coman, y si les sobra que me paguen", explica, "y siempre lo hacen, porque la gente de este barrio es muy buena y honrada".

La confianza y la tranquilidad no son las únicas cualidades del establecimiento de Paquita. "La tienda era como un 24 horas", señala entre risas Lali, la nuera de Lemes, quien junto a su cuñada Neri ayudó en el negocio hasta el cierre. "Aquí a cualquier hora llamaba la gente y se le despachaba y si no teníamos lo que necesitaban íbamos a buscarlo y se lo llevábamos a la casa". A veces, siguen acudiendo a la familia de Paquita para pedir cualquier tipo de ayuda o de favor, que ellos otorgan con servicialidad y la mayor de las sonrisas. Y es que como ya anuncia la propia Paquita, son muy queridos. "Mi marido, que trabajaba en el Sindicato Vertical, ayudó a muchos vecinos a conseguir una casa", recuerda a su esposo Luis González, que murió en 1985. Asimismo, la dueña del establecimiento tiene buenas palabras para uno de sus ayudantes, Paco, que le hacía los mandados y del que recalca su honradez. "Tuve otros dos. Uno de ellos entró con 12 años y salió para casarse".

La de Paquita Lemes ha sido una vida de mucho trabajo, en la que no han faltado los momentos duro como la pérdida de tres hijos, si bien tiene junto a ella a Paco, Mari Pino y Pepe Luis. Pero a pesar de lo malo, reconoce que fue feliz en su tienda, la última que cerró de las que existían en la zona. Ahora es tiempo de descansar, de disfrutar de los suyos y de las clases de natación.

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