Domingo Castellano vivió el pasado martes por la noche el peor partido de su vida. A las ocho menos cuarto se sentaba en el segundo piso de su vivienda a disfrutar el encuentro entre los equipos Bate Borisov y Barcelona. Eran las ocho menos cuarto. Poco más arriba de la casa, en la carretera general del Norte a su paso por el pueblo moyense de El Altillo, la caída de un talud creaba un embolsamiento de agua sobre la calzada en dirección a Las Palmas de Gran Canaria.

Corrían los jugadores y también jugaba en casa su nieta Ariadna de apenas siete años, acompañada por dos de sus hijas y totalmente ajena a lo que estaba por venir. El caidero que descendía hasta la GC-2 no aguantó más y buscó salida al mar, hurgando hasta dar con el patio trasero de la casa de Domingo, que fue tomando una altura cada vez más preocupante. Primero centímetros, medio metro..., hasta llegar al metro y medio para espanto de Castellano, que mandó evacuar.

Para cuando la masa alcanzó en ese patio un peso de unos 1.700 kilos por metro cuadrado, según el cálculo a ojo de los técnicos del Ayuntamiento, reventó. Ahí se acabó el partido, justo a las nueve y media. Las hijas y la nieta ya habían desalojado pero Domingo, que aguantó hasta el último segundo, saltó por la ventana.

El enorme e improvisado estanque que poco antes era patio colapsó por una de las paredes desfondando un hueco y convirtiendo a la segunda planta de su casa en el delta de la barranquera que da nombre a la calle. La tromba arrasó a velocidad de cascada primero por el cuarto de los ordenadores y donde la bicicleta estática. Luego pasó a la habitación "de las niñas", desplazando hasta allí un bidón de 200 litros que se encontraba en el exterior sin que la física lo pueda explicar con fundamento.

La tromba continuó desastrando a conciencia atarecos y mobiliario hasta llegar a una altura que superaba la del pollo de la cocina. Thermomix, microondas, neveras, ordenadores, televisores, móviles, tresillos, baño... Solo escapó indemne una pantalla colocada en lo más alto de la pared de una de las habitaciones.

Por fuera el espectáculo que formó la tromba no era menos dramático. Aquél balcón de inmejorables vistas sobre el mar de El Altillo traspuso en caidero natural de media Moya, transformado en una insólita catarata de agua y enseres por la que se iban licuando las fotografías, los documentos y los recuerdos de toda la vida, hasta que a las doce y media y después de horas jugándose el tipo con una patacabra, a falta de unos bomberos que no terminaron de llegar durante el suceso, lograra apalancar la cancela del piso alto para desviar su curso por la caja de escaleras.

Domingo y Xerach Afonso, el yerno que también bregó en este naufragio de tierra adentro, temían que sí no aliviaban el peso de la estructura el edificio terminaría desplomándose. A Xerach le dio tiempo de recoger algunas fotos "que pasaban flotando". Poco más.

Por la mañana llegaba la esposa de Domingo, Guillermina Rodríguez, tras una noche en guardia por un familiar dependiente en Arucas. Vivió en directo el drama por móvil, y al llegar le dio un "síncope", pero sin embargo intentaba poner orden en el caos con una entereza y un temple dignos de encomio. En un balde iba colocando lo susceptible de salvar. Pero no daba para llenarlo.

Zona cero

Las otras varias viviendas de la misma banda de la calle Barranquera lucían como si nada hubiera pasado porque el mundo se rebosó solo y exclusivamente por las entrañas de aquel número 32.

Un fenómeno excluyente que tiene su origen, según el propio Domingo Castellano, en la fatídica construcción de la GC-2. "Antes había plataneras y nunca pasó nada. El agua bajaba por una barranquera que quedó desviada".

Y sí. Detrás del patio se aprecia un talud que hizo de presa y en su fondo el rebumbio de tierra negra en cantidades de toneladas. La materia mixturada, las tabaibas trituradas y los teniques fuera de tiesto sueltan olor a cataclismo.

Hipólito Suárez, alcalde, y el primer teniente de alcalde, Ramón Afonso, hacían guardia en el zaguán, epicentro de la zona cero de Moya. Por la villa, en la noche de la madre de todos los chubascos cayeron algunas piedras por la vía que une la costa por Cabo Verde y también se embarraron los pisos del otro lado de El Altillo, algo que lo puso en vela hasta la madrugada y , "en continuo contacto con Ángel Víctor Torres", vicepresidente del Cabildo y consejero de Obras Públicas.

"Pero esos incidentes ni de lejos fueron nada comparable a esto", apuntaba Hipólito mientras Afonso subía de nuevo a interesarse por la situación.

Ambos le garantizaban que tenían a disposición de la familia todo el equipo humano del Ayuntamiento, "arquitectos, técnicos y abogados". Ahora toca fregar la burocracia -de momento el seguro no ha llegado-, y escurrir lo salvable del ropero porque es hora de mudarse. Tres hijas tienen sanas y salvas y ese privilegio se lo rifan.