En una "esquinita" del pequeño kiosco que su cuñada Fátima del Valle tiene en la plaza Manuel Becerra, se quedó María del Carmen Betancor cuando empezó la gran tromba de agua la tarde del pasado martes. Cerró las pequeñas puertas y, entre las neveras donde se guardan los helados y los refrescos, aguardó a que escampara. "La verdad es que pasé bastante miedo", asegura después de despachar a una clienta.

La humedad aún se percibe en el suelo que hay delante del pequeño puesto que regenta desde hace dos meses la cuñada de Betancor, quien anteriormente trabajo una veintena de años en el bazar Agustín. "Aquí delante se formó un charco enorme y no te extrañes que debajo se haya empozado el agua", explica con el cubo y la fregona todavía al lado.

Detrás del mismo mostrador donde se resguardó el día antes, afirma no haber vivido nada similar que ella recuerde. Y ante se semejante situación, se vio obligada a cerrar en torno a las 18.30 horas. "Llamé a mi cuñada, porque yo he venido a hacerlo un par de días, y le conté lo que estaba pasando y me dijo que cerrase. Así que ayer no se sacó ni para pipas".

Antes de irse, colocó los carteles de los helados delante de las máquinas para intentar protegerlos del agua. Pero aun así, fue inevitable que se echasen a perder varios dulces y periódicos. A eso se le une el plus de que al kiosco le falta una de las marquesinas del techo, por lo que únicamente se puede resguardar en esa parte bajo un toldo, a la espera de que el Ayuntamiento les traiga la pieza. Esto hace más difícil la protección de los productos y de la propia tendera en casos de temporal. "Si mañana [por hoy] está el tiempo mal, directamente cierro, porque es imposible luchar con el agua que viene toda de frente".