Ha escampado y parece buen momento para ver el estado en el que se encuentra el exterior. La entrada del portal se convierte en el punto de reunión donde, poco a poco, se concentra más gente para intercambiar impresiones, experiencias y, cómo no, vídeos y fotos tomadas con los móviles desde las ventanas de sus casas. Pero la realidad ha superado cualquiera de las recreaciones recogidas en la pantalla. Lo que han tenido ante ellos es algo que puede tildarse de inaudito. Es como si diversos fenómenos naturales se hubiesen puesto de acuerdo para confluir en medio de una calle que podría ser la de cualquiera. Y, de repente, sin que haga falta bajarse de la acera, se puede ver cómo conviven cataratas, lagos y géiseres. Los hay que se lo toman con humor, pero lo cierto es que la sensación de caos impera entre los vecinos de Reina Mercedes, en el barrio del Pilar. Un sentimiento que inevitablemente se contagia a quien llega a la zona, a través del barrizal.

Marta Rivero va bien ataviada para la ocasión. Protegida con una cazadora y sus botas de agua, baja desde el octavo piso del edificio de la primera fase para comprar pan e ir a la farmacia. Con desparpajo se acerca al filo del pavimento y, mientras señala el charco que hay en el asfalto, cuenta que, tan solo unas horas antes, en torno a las nueve de la mañana, "el agua llegaba al bordillo". He ahí la primera anomalía de la vía.

"El problema son las alcantarillas de la segunda fase, que han reventado y como aquí [el final de la calle] hay una subida, se empoza todo", prosigue, "es que ahora no se ve, porque ha parado de llover, pero las alcantarillas parecían volcanes en erupción". Prueba de ello es el vídeo que Julio España, vecino también de la primera fase, ha grabado esa misma mañana y en el que se ve el agua brotar a borbotones de las tres cloacas. "Como géiseres, no hace falta irse a Islandia", bromea España.

Rivero retoma de nuevo la ruta explicativa por la zona. Con la misma diligencia y el pan de molde bajo el brazo, se dirige hacia la esquina para proceder a ilustrar el panorama no menos desolador. A la derecha "una acequia rota para que salga el agua" a través de la cual, pisando los grandes cascotes, los vecinos pueden acceder a los edificios. A la izquierda está el garaje, completamente anegado, a pesar de que los bomberos estuvieron la noche anterior achicando agua. "Ahora porque no llueve", recalca, "pero esto era si estuviesen corriendo barrancos, como cataratas". La indignación aumenta por segundos. "Hace ya años que también sufrimos inundaciones y supuestamente lo arreglaron de forma que, según el Ayuntamiento, jamás volvería a pasar algo similar. Pues ahora ha sido peor".

Estos no han sido los únicos efectos colaterales de los tres días de chaparrón. Paradójicamente, los residentes de los edificios de Reina Mercedes han sufrido varias inundaciones, pero a media mañana de ayer seguían sin tener agua corriente en sus casas (el miércoles tampoco tuvieron). El motivo, según explicaron los técnicos municipales, es que había que intervenir en la sala de máquinas para hacerle un desvío provisional (o baipás) a la bomba de agua, pero debido al copioso encharcamiento en los sótanos había sido imposible realizarlo. No obstante, sobre las 12.00 horas, los bomberos emprendieron de nuevo la labor de achique y el problema quedó solucionado nueve horas después. No obstante, antes de que esto fuera así, los vecinos le trasladaron su preocupación a Augusto Hidalgo, alcalde capitalino, y los concejales de Obras Públicas y Agua, Inmaculada Medina y Roberto Santana, respectivamente.

Los miembros de la corporación municipal visitaron la zona y escucharon a sus moradores, acompañándoles por las distintas partes afectadas. Los residentes, que no esperaban la presencia del regidor municipal, no dejaron pasar la oportunidad de quejarse por todo lo que han vivido bajo el peso de la lluvia. "Lo que más nos urge es el agua, porque llevamos dos días sin poder ducharnos", le insisten a Hidalgo, quien les tranquiliza asegurándoles que los profesionales están manos a la obra con la retirada del metro de agua que dificulta la intervención. Al mismo tiempo, la palas de los operarios municipales no paran de llenar los 200 sacos de arena que se emplean para crear una "pantalla" que impida que el agua caiga de nuevo al garaje en caso de que vuelva a llover.