La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Todos los Santos Ruta por los recintos capitalinos

El sepulcro de los ilustres

El primer cementerio de la ciudad, el de Vegueta, abrió en 1811 con una fachada de Luján Pérez

El sepulcro de los ilustres

La convivencia con los muertos fue habitual en España hasta que el olor y el peligro que suponía para la salubridad pública llevó a Carlos III a prohibir, en 1787, la inhumación de cadáveres en el interior de las iglesias, así como en sus alrededores. El objetivo era volver a la disciplina de la Iglesia católica que, según el ritual romano, proponía la construcción de cementerios en los extramuros. Una práctica que tardó en imponerse en el país debido al poder que la religión emanaba sobre sus fieles y que, a Canarias, "llegó tarde", según cuenta Juan José Laforet, cronista oficial de Las Palmas de Gran Canaria. Concretamente fue en 1811 cuando se cimentó el primer camposanto de la ciudad, el de Vegueta. Un espacio en el que, más de dos centurias después, reposan los restos de numerosas personas anónimas y personalidades ilustres de la capital grancanaria.

Antes de la llegada post mortem de Tomás Morales, la familia León y Castillo, el alcalde López Botas o Alfredo Kraus, entre otros, hay que remontarse a principios del siglo XIX, cuando "una epidemia de fiebre amarilla llegó a la Isla desde Cádiz, con los prisioneros franceses que se trajeron tras la Batalla de Bailén (1808)". La severidad del virus fue el detonante para que en la ciudad se proyectase la construcción del camposanto en un solar emplazado fuera de las murallas, junto al mar, al que se accedía a través de un camino de plataneras desde la plaza de Los Reyes. "Hubo un tiempo en el que no se podía enterrar en las iglesias y el cementerio no estaba terminado, así que a las personas que fallecían se las llevaba a un pequeño cementerio que había en torno a la ya desaparecida ermita de San Cristóbal (estos restos fueron llevados después al osario de San Lázaro). De ahí que se conociese a este como el cementerio de San Cristóbal", apunta el cronista oficial.

El "callejón de las tenerías"

Fue en el año 1811 cuando la necrópolis más antigua de la capital grancanaria abrió sus puertas, con una portada neoclásica diseñada por José Luján Pérez. Inicialmente, este enclave tan solo contaba con un solar tras ese frontis. A él se accedía a través de un callejón directo que era conocido como "el de las tenerías" (edificios artesanales, sin paredes y con techo a dos aguas, dedicado al curtido del cuero, que se ubicaban en las afueras de las poblaciones dado el mal olor que desprende el adobo de las pieles). "Todo esto, hacía de este un lugar bastante tétrico y la gente solía despedirse de los fallecidos y los familiares más allegados en el Árbol del Responso".

Fue la mano de Manuel Ponce de León y Falcón la que, tan solo un año después, "le dio categoría" al cementerio de Vegueta. Al arquitecto le corresponde la autoría del pórtico de la entrada o la desaparecida verja de su puerta principal. A él también se le debe la colocación de la frase de Mariano José Larra que recibe a quien visita la necrópolis con una advertencia sobre el portal de su entrada que reza: "Templo de la verdad es el que miras, no desoigas la voz con que te advierte, que todo es ilusión menos la muerte".

El legado de Ponce de León también se encuentra en el interior del camposanto. Además del diseño de la gran cruz neogótica que se alza en el centro del primer patio, es autor de varios de los panteones repartidos por el lugar que, tras las obras de ampliación realizada hace algunos años, cuenta ahora con una superficie de 9.800 metros cuadrados. Entre estos mausoleos destaca el de la familia García Sarmiento, levantado en1872, el cual dio que hablar en la época por la figura del búho que lo corona. Entre otras cosas, este animal se relaciona con la masonería. De hecho, Fernando Soria, administrativo que trabaja en el camposanto, resalta la presencia de numerosa simbología masónica como lechuzas, relojes de arena, compases u ojos.

Otra de las obras reseñables de la necrópolis es la que el rey de la casa italiana de Saboya envió en 1892, en honor a los 70 compatriotas que fallecieron en el naufragio del Sud América. Una tragedia que tuvo lugar en 1888, mientras el barco fondeaba en la bahía capitalina, antes de proseguir el viaje rumbo a Génova, que se inició en Argentina. En la estatua de mármol de Carrara, que se encuentra a la derecha de la cruz gótica y fue realizada por Paolo Triscornia Di Ferdinando, figura la leyenda: "La caridad de la patria lejana a sus hijos".

Para Laforet, la tumba que Victorio Macho le diseñó a Tomás Morales es otra de las joyas del cementerio. El lugar donde reposan los restos del poeta, justo a la entrada del centenario camposanto, es también el espacio en el que se encuentran los cuerpos de otras personalidades célebres de la ciudad como son Alfredo Kraus y su esposa Rosa Blanca Ley, el alcalde Antonio López Botas o el doctor Gregorio Chil y Naranjo (ambos monumentos inaugurados el mismo día, en 2001). Este, el panteón de los grancanarios ilustres, fue también uno de los motivos, además de por su riqueza arquitectónica e histórica, por el que el enclave se declaró Bien de Interés Cultural (BIC) en 2010.

A lo largo de toda su superficie, el cementerio de Vegueta cuenta con siete cuarteles, seis fosas comunes (donde se encuentran varios fusilados del franquismo), numerosas paredes de nichos y varias de osarios. En el camposanto, que ahora se prepara para la festividad de Todos los Santos, también están enterrados miembros de la familia León y Castillo, Luis Doreste Silva, el párroco Matías Padrón o Juan Bautista Ripoche, "que llegó a Canarias con los prisioneros franceses que fueron deportados desde la Península tras la Guerra de Independencia y que después se quedó en la ciudad, donde se integró perfectamente". Todos ellos dan actualmente nombre a muchas de las calles capitalinas. Reposan también allí Luis Venertta y Bacherely, primer farmacéutico de la ciudad; Feluco Bello Presente, primer muerto de Falange del municipio o Matías Matos Benítez, quien se cree pudo ser el primer fallecido por un accidente de tráfico (que tuvo lugar en la carretera de Teror) en la Isla en 1911. Entre los nombres que hay que destacar también está el de Juana Calderín, la primera persona enterrada en las instalaciones, después de que falleciera a los 32 años. Tan solo diez días después la acompañó su marido Luis Troya, de 25. Ambos murieron por la fiebre amarilla. En lo que a los panteones se refiere, Juan José Laforet también destaca el de los canónigos, en el que se enterró a Viera y Clavijo antes de ser llevado a la Catedral en el centenario de su muerte; el de los ingleses católicos; o el primero que se construyó, el de la casa Manrique de Lara.

Compartir el artículo

stats