"Y esta es mi historia, en la que me levanto cada mañana con ganas de que todo lo que me ha pasado cambie". Carmen Delia Montesdeoca tiene 51 años, y desde muy joven la vida la ha tratado de una forma dura. Hace algo más de cuatro meses vivía con sus hijos en casa de un familiar pero, cuando este falleció, se vio en la calle con su hijo de 27 años enfermo de esquizofrenia, y tras haber pasado recientemente uno de los momento más dolorosos de su existencia: la muerte inesperada de su hija, enfermera, de 22 años. Según cuenta la mujer, que pasa los días pidiendo en el semáforo que cruza Luis Doreste Silva con Juan XXIII, verse en la calle ha sido "el palo más cruel" que la vida le ha dado. "No me quedó remedio y tuve que venirme con lo puesto, y con mi hijo enfermo, a esta esquina de la calle", explicó entre lágrimas.

Carmen Delia relata cómo eran las noches en la vía con su hijo, comiendo de lo que le daban los transeúntes o de lo que podía comprar con el dinero que recolectaba, así, aseguró que "nunca" pidieron "para drogas ni nada de eso, yo para lo único que pido es para comer".

Hace poco menos de un mes, los Servicios Sociales acudieron al lugar donde cada día amanecían madre e hijo, y les ofrecieron una ayuda, "que agradecen mucho". "Vinieron a hablar conmigo y me llevaron a un albergue donde ahora vivo con la ayuda de Cáritas, recibo ropa, me ducho y como, aunque la comida no me gusta mucho y prefiero pedir y buscarme la vida con eso", comentó.

Explicó, además, que la llevaron a un recinto solo para mujeres y a su hijo a otro para hombres, "por eso ahora estamos separados y no lo veo mucho, pero en Cáritas me dejan llamarlo para ver cómo está y así quedarme tranquila", explicó.

Cada mañana se despierta en la litera de su nueva habitación, a las seis de la mañana, acompañada de siete mujeres más. Se va a la ducha, "porque ahí sí tengo baño", se viste con la ropa que le han dado y se va a desayunar con los demás en su misma situación. Al terminar, baja caminando desde Escaleritas y se pone a pedir en la esquina "de siempre". Cuenta que, a veces, se encuentra ahí con su hijo y se asegura de que esté bien, pero que casi nunca "suele salir del albergue de hombres". Con lo que recauda durante el día se compra comida en un supermercado de la zona "o un bocadillo hecho de alguna cafetería" que, según cuenta, le sabe "a gloria". Pasadas las cinco de la tarde, sube caminado a Cáritas "para no gastar dinero en transporte", y allí pasa el resto del día hablando con sus compañeras de habitación o "con quién esté por ahí".

Carmen enseña la ropa que le han dado en la organización con mucho orgullo, y resalta sus zapatos nuevos de color negro que le "encantan". "Huéleme, huéleme, que estoy limpita y oliendo a colonia", dijo emocionada, explicando lo duro que es estar en la calle sin agua o productos para asearse.

"Yo solo le pido al Señor que me dé fuerzas para seguir, que me dé coraje y valentía, porque si estoy viviendo con la muerte de mi hija que es lo más duro que le puede pasar a una madre, también puedo vivir así, pero necesito fuerzas y salud", sollozó con una tristeza inmensa en su mirada, caracterizada por tener un ojo de cristal tras haber sufrido un accidente de niña.

"No quiero una casa, porque yo no puedo pagar ni agua ni luz ni nada de eso, me conformo con lo que me han dado y, aunque a veces me despierte sin ganas ninguna, solo quiero seguir", explicó. "Esto es lo que me ha tocado vivir, esta es mi historia", concluyó resignada.