La calle Pérez de Toro, hasta no hace mucho una vía de apariencia tranquila, se ha convertido en las últimas semanas en un lugar de peregrinaje para policías, medios de comunicación, allegados y algún que otro curioso. El motivo, tan trágico como macabro, no es otro que el asesinato que se produjo en ella el pasado 27 de octubre. En el número 47, concretamente, es donde residía la víctima, Saray González. Pero también es el sitio en el que vivía su verdugo y vecino, Alberto Montesdeoca Pérez, quien ingresó en prisión acusado de un delito de asesinato tras confesar ser el autor del crimen que ha conmocionado al barrio de Arenales.

A Saray la encontró sobre las 17.00 horas su compañera de piso en la entrada del mismo, sobre un charco de sangre. Fue la que dio la voz de alarma sobre lo ocurrido, activándose así el mecanismo para dar con el autor de semejante barbarie. Y es que según reveló la autopsia que se le realizó a la universitaria tan solo un día después de su muerte, la joven de casi 27 años falleció por un traumatismo craneoencefálico provocado por los más de cuatro golpes que le asestaron con un objeto contundente y afilado.

Enseguida, la Brigada de Homicidios se centra en el entorno de la palmera para verificar las coartadas de las personas de su núcleo más cercano. Los policías también rastrearon los mensajes y las llamadas del teléfono móvil de la víctima de la que también se supo tras la prueba de los médicos forenses que fue atacada por sorpresa, con apenas tiempo para levantar los brazos (donde también tenía cortes) para defenderse. Todo ello, sumado al hecho de que la puerta del domicilio de Saray no estaba forzada ni faltaba de su interior ningún objeto, dio fuerza a la hipótesis de que la joven conocía a su agresor. Pero todavía tendrían que pasar varios días hasta Alberto Montesdeoca Pérez confesó ser el autor del crimen.

Mientras el Cuerpo Nacional de Policía (CNP) realizaba su trabajo, se sucedieron los días más duros para aquellos que querían y conocían a Saray. Tan solo un día después de que apareciera su cuerpo sin vida, en la facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), donde ella estudiaba el segundo curso de Relaciones Laborales, quisieron rendirle homenaje con un minuto de silencio que muchos no olvidarán. Y es que entre los asistentes se encontraban varios de sus compañeros de clase, quienes la definieron como una chica alegre, sonriente y que solía pasar desapercibida. Tres días más tarde, el 31 de octubre, se despidió a Saray en su isla natal, La Palma, en un entierro en el que el silencio y el dolor fueron los grandes presentes.

Dos semanas después de la muerte, se producía un gran avance en el caso de Saray. Concretamente fue el pasado martes volvió a interrogar al vecino de abajo de la universitaria, Alberto Montesdeoca, quien no tardó mucho en pasar de sospechoso a detenido. El joven de 19 años, que estudiaba Ingeniería Informática también en la ULPGC, confesó, de una forma casi dantesca, haberla matado. "Sí, vale, he sido yo", respondió a los agentes de manera natural tras someterse a varias preguntas. Esa misma noche durmió en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía por orden del juez Javier García- García Sotoca.

Al día siguiente, es decir, el pasado miércoles, fue cuando volvió a prestar declaración, esta vez con la presencia de un abogado de oficio. Fue el momento en el que Montesdeoca Pérez relató lo sucedido el día de la muerte de Saray, con quien reconoció llevarse mal debido a que ella se quejaba de los gritos que pegaba durante sus partidas de videojuegos; mientras que a él le molestaba el volumen al que González ponía la música en el piso de arriba.

La discusión por el mismo tema, el ruido, se repitió también aquella fatídica jornada en la que Alberto cogió una herramienta de jardinería, una especie de hazada de dos puntas, con la que golpeó en numerosas ocasiones a su vecina hasta causarle la muerte. La atacó nada más abrirle la puerta, dejándola sin tiempo para defenderse más allá de levantar los brazos para protegerse de la agresión que también le provocó cortes en las manos. Y la dejó allí, en la entrada de su casa, donde la encontraron ensangrentada e inerte en torno a las cinco de la tarde. Paradójicamente, fue a él a quien pidió ayuda su compañera de piso al descubrir el cadáver. Él, "muy afectado", según relató a su padre y propietario del edificio, ante las cámaras de televisión, fue el que llamó a la ambulancia.

Aunque el caso está resuelto tras la confesión de Alberto, nada se sabe del paradero del arma del crimen. El joven, al que se le imputa un delito de asesinato, permanece en prisión, a la espera de que también se le realice un estudio psiquiátrico.