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Perfil

El betunero de alma viajera

José Rodríguez Bernal: hace 14 años que falleció, Pepe ´el Limpiabotas´ y en la ciudad aún se recuerda el oficio que, durante más de seis décadas, desempeñó en las entrañas del parque Santa Catalina.

El betunero de alma viajera

"Es de bien nacido ser agradecido". Eso debió pensar José Rodríguez Bernal cuando depositó flores sobre la tumba de Alexander Fleming, gracias a cuyo descubrimiento, la penicilina, su hijo Ramón se había salvado de la muerte. Su vivencia en Londres, así como otras tantas que tuvo en diferentes países, las narraba el propio protagonista mientras sacaba lustro a los zapatos de su clientela. Quien quisiera oírlas, así como ir por la vida con el calzado rechinante, tan solo tenía que pasar por Santa Catalina. Allí, en las entrañas del parque, era frecuente encontrar agachado a Pepe el Limpiabotas, en plena faena, con cepillo y trapo en mano; siempre acompañado por su inconfundible caja de madera y ese puñado de anécdotas que dejaban entrever que la suya era un alma viajera.

Nada se le puso por delante al ya fallecido betunero para lograr su objetivo, ni siquiera el hecho de haber perdido a los ochos años una pierna por culpa de un tranvía. Tanto es así que cuando ya contaba con 89 años a sus espaldas confesaba haber estado seis veces en Venezuela, tres en Portugal y otras tantas en París, visitó en dos ocasiones Inglaterra y dio una veintena de vueltas por España. No se le escaparon tampoco países como Rusia, Alemania, Suecia, Suiza, Dinamarca, Japón, Nueva York, Brasil o Cuba. Cuenta Ángel Tristán en un texto que tituló hace dos años en este periódico como Los filósofos del Parque, que los clientes y compañeros de tertulia se quedaban embobados escuchando a Pepe narrar sus peripecias sin perder el compás en el abrillantado del calzado que tenía delante.

Y es que su oficio y su espíritu de trotamundos, en parte, estaban ligados. Era un adolescente cuando Rodríguez Bernal se fabricó su primera caja con maderas cogidas en el muelle. Según relató Tristán, nada más poner el primer cliente su pie en ella, se desarmó y fue el delegado de Shell quien, gracias a unos conocidos, le regaló una nueva. Años después todavía se podía ver el logotipo de la empresa en varios laterales de su fiel compañera. A la edad de quince, el parque Santa Catalina, que lindaba con el mar, se convirtió en su lugar de trabajo. La constante visión de barcos zarpando a tierras extranjeras, fue la que en gran medida despertó el gusanillo viajero del limpiabotas.

Polizón

La primera vez que salió de la Isla, en 1926, lo hizo como polizón. Era apenas un chiquillo cuando consiguió colarse en el correíllo La Palma en el que viajaba para jugar en Tenerife el Real Club Victoria. Poco después, la adrenalina de la aventura que está por llegar la vivió en el transatlántico en el que se embarcó clandestinamente junto a otro joven y que tenía como destino Buenos Aires. No hacía ni dos horas que se encontraban en alta mar cuando fueron descubiertos y enviados de nuevo a la capital.

Más suerte tuvo con otro amigo cuando se escondieron en el buque de pasajeros La Orotava que navegaba rumbo al puerto belga de Amberes. En esta ocasión también los pillaron, pero como era demasiado tarde, según relataba el limpiabotas hace años, no pudieron hacer más que ponerles a pelar papas como castigo. Pepe no solo viajó como polizón a otros países. Bajo esta condición lo hizo en numerosas ocasiones a la Península, donde en 1935, le fichó la policía. Recordaba el betunero que terminó en la cárcel al escurrirse del control policial que ejercían sobre él, cuando en vez de personarse en la comisaría de Cádiz, se marchó de paseo a Sevilla.

Cuba fue el último destino que visitó y tan solo se le quedó la es-pinita de llegar a Australia, tal como confesó con casi 90 años. Su gran pasión también le llevó a convertirse en actor de la película canario-japonesa Mil millas de mar turbulento. No obstante, es su profesión la que le hace permanecer vivo, 14 años después de su muerte, en el recuerdo de los vecinos de la ciudad. En Santa Catalina la escultura de un limpiabotas rinde homenaje a su persona y a su profesión.

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