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Adiós a un símbolo de Las Canteras

Miguel Ruiz 'el Barquillero' muere a los 90 años

Imagen de archivo de Miguel Ruiz, en Las Canteras. MIPLAYADELASCANTERAS.COM

Conocido como Miguelito el de los barquillos, Miguel Ruiz se ganó el sustento endulzando la vida a varias generaciones de bañistas de la playa de Las Canteras con sus deliciosas y crujientes galletas artesanales. Muchos usuarios aún echan de menos su estampa blanca recorriendo la arena con su cesta debajo del brazo, desde la Cícer hasta la Playa Chica. O hasta La Puntilla si las delicias tardaban en venderse.

Bajo un sol de justicia o aguantando la agobiante panza de burro, Miguelito se recorría la playa las veces que hiciera falta hasta agotar los barquillos que había elaborado para la jornada. Cuando el tiempo estaba malo se iba a Triana o al colegio de Las Teresianas a vender la mercancía, que los más pequeños le quitaban de las manos. Su figura se divisaba a lo lejos en la playa, con su chaqueta, pantalones y gorra blanca. Y sus calamares que le permitían escapar de la ardiente arena y a las que él se refería como las "adidas calamar".

Aprendió el oficio de su padre, el primer barquillero de Las Canteras y con apenas trece años tuvo que dedicarse él solo a la elaboración y venta de las galletas, debido a la muerte de sus padres, recuerda Loly Ruiz, una de sus tres hijos. Hijo y padre de barquilleros, Miguelito no tuvo tiempo para ir a la escuela, apenas recibió clases de un profesor particular, del que aprendió bastante, rememora Loly, que destaca el afán de su padre por culturizarse y leer todo lo que encontraba. "Siempre estaba leyendo, le encantaba. Tenía muchos libros", recuerda.

El pasado mes de octubre cumplió los 90 años, pero tiró la toalla y dejó la playa en 2007, porque la familia se empeñó. Tenía 82 años, pero se resistía a abandonar el trabajo al que dedicó su vida. Nunca hizo otra cosa y amaba su oficio. Vivió desde muy chico en la calle Churruca. En esa calle tenía el local y la plancha donde elaboraba los barquillos, los únicos artesanales de Las Canteras. Primero mezclaba con cuidado el azúcar, la harina, los huevos. el limón y el resto de ingredientes, luego aplastaba la masa resultante con la plancha que les daba esa forma de vela al viento y cuando estaban cocidos, los metía en la cesta.

Bárbara Reyes, vecina del barrio de Guanarteme, aún recuerda cuando de niña asomaba, a escondidas, por lo que a sus ojos infantiles era una estancia mágica y él, en lugar de enfadarse, le regalaba los restos de las galletas que se partían durante la preparación.

Hombre tranquilo

Miguelito falleció el pasado viernes, al atragantarse, lo que le provocó la asfixia, según informa su familia. Se encontraba bien de salud, aunque estaba afectado por un deterioro cognitivo.

"Era una persona muy tranquila y muy pacifica, se adaptaba a todo y se conformaba con el trabajo que tenía. Gracias a su trabajo y al de mi madre, que cosía, planchaba y también limpiaba casas, nos sacaron adelante a los tres. Mi padre era muy querido por todos por la paciencia que tenía. Nunca tuvo problemas con nadie. Para mí era un santo", señala Loly que, junto a su madre María García Quintana y sus hermanos Adolfo y Eduardo, lamentan que no se le hiciera un homenaje mientras vivió. Su hijo Eduardo Ruiz ha seguido el oficio de su padre, al que se dedica sólo en verano. En una entrevista concedida a este periódico contaba el pasado mes de agosto que la tradición de los barquillos comenzó en Las Canteras hace un siglo con su abuelo, originario de Santander.

"Él y mi abuela se fueron para Francia, donde nació mi padre. Cuando mi padre cumplió los ocho años, volvieron todos para Santander y dos años más tarde se vinieron para Las Palmas. Desde entonces, mi abuelo comenzó a vender barquillos en Las Canteras, convirtiéndose en el primer barquillero de la Isla", explicaba Eduardo, que añadía: "Mi padre vendía barquillos por una perra chica. Todos los chiquillos se reunían alrededor porque era la única golosina que había en aquella época". Tanto a Loly y Eduardo como al resto de la familia les encantaría ver en el paseo una escultura en recuerdo de su padre o, al menos, una calle que inmortalice su nombre para las futuras generaciones. "Ha sido un personaje habitual, entrañable y muy querido en la playa", resaltaba Eduardo. "La gente decía", destaca Loly, "que el blanco de su traje estaba siempre impecable. Al principio era el único que vendía los barquillos, después se fueron sumando otros, pero no eran artesanales como los de mi padre, que los hacía a mano".

Miguel Ruiz fue enterrado ayer en el cementerio del Puerto y el próximo 28 de diciembre se celebrará un funeral a las siete de la tarde en la iglesia de La Paz, en Las Rehoyas Bajas, barrio a donde se mudó hace bastantes años.

Su familia lo echará de menos y ayer lo despidió desconsolada, pero muchos bañistas extrañan desde hace años sus paseos por Las Canteras y sus barquillos. Descanse en paz.

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