La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Aquí la Tierra Ojos imperiales

De riguroso incógnito

El archiduque Maximiliano de Habsburgo, futuro emperador de México, visitó Las Palmas en 1859 en una instancia que incluyó un paseo por las cuevas de los riscos

Édouard Manet, 'El fusilamiento de Maximiliano', 1867.

De entre los viajeros que han visitado Las Palmas a lo largo de la Historia, acaso uno de los más cómicos sea, a su pesar, Maximiliano de Habsburgo. El noble austriaco estuvo en Gran Canaria y Tenerife en 1859, en la escala de un viaje a Brasil. Llevaba consigo un diario, parcialmente traducido por el filólogo Marcos Sarmiento en su artículo Un turista singular: el archiduque de Austria Ferdinand Maximilian (2008), que hay que hacer votos para que, si no entero, un día publique todas las entradas del dietario de Maximiliano sobre el Archipiélago. El Habsburgo, es notorio que le faltaba un hervor, intentaba pasar inadvertido, pero sin prescindir de su séquito, lo que le metió en más de una situación esperpéntica en la pequeña urbe que era entonces Las Palmas.

Comandante de la Marina de Guerra Imperial y Real de Austria-Hungría, Maximiliano arribó al muelle de San Telmo en el buque Elisabeth el amanecer del 25 de diciembre. Al desembarcar, aceptó los servicios de un chico que se ofreció a hacer de guía y que les condujo a desayunar a la Fonda Inglesa, una de las dos que existían entonces en Las Palmas. La dueña, a la que Maximiliano califica de "vieja y fea", recibió a la comitiva de mala gana, enjabonándose las manos y comunicándoles que ni tenía habitaciones libres ni desayuno preparado. "Fue una escena totalmente nueva, que nunca me había sucedido de modo tan drástico en mis numerosos viajes", escribe el austriaco.

Tras este primer encuentro con la ciudad, el archiduque y su comitiva inician un recorrido histórico-artístico vertiginoso, guiados por su cicerone nativo, que incluye visitas a la Alameda, el Casino, el teatro Cairasco, la plaza del Príncipe Alfonso, el puente de piedra sobre el Guiniguada, la Catedral, el Seminario y el Ayuntamiento. A lo que se ve, el Habsburgo tuvo tiempo hasta para extasiarse ante el panorama del barranco fundacional de la ciudad y, así, en otra entrada de su diario escribe: "Hacía tiempo que no veía un cuadro poético tan perfecto; empecé a reconciliarme con las Canarias, por las que hasta ahora no había sentido mucho afecto".

La jornada no concluyó allí. Prosiguió con una subida a los riscos, dado que el archiduque quería visitar a los habitantes de las cuevas anexas a la ciudad histórica. "Contienen", anota al respecto, "aposentos que, albeados y revestidos con esteras de junco, parecen muy confortables; las camas, con un relleno alto, ponen de manifiesto una cierta limpieza de los trogloditas, que no podían contenerse por nuestra visita y, con risas, se mostraban admirados de que se viniese a visitar a una gentuza tan pobre". A lo que se ve, los distinguidos visitantes tampoco consiguieron pasar de incógnito por esta parte de Las Palmas.

El joven guía conduce entonces al futuro emperador de México y sus acompañantes a la otra fonda de la ciudad, igual o más mugrienta que la inglesa, y en la que, quizá porque esta vez sí lograron pasar desapercibidos, fueron igualmente recibidos de mala gana, aunque les ponen algo para desayunar. "Y nosotros, pobres criaturas abandonadas", escribe el hermano del emperador Francisco José y cuñado de la emperatriz Sissí, "estábamos sentados en un humilde rincón como leprosos o mendigos olvidados e ignorados".

El tour se prolongó con una excursión a la Atalaya a lomos de burro y caballo y de regreso, ya al anochecer, los visitantes volvieron al buque Elisabeth, donde es de creer que dormirían a pata suelta. A la mañana siguiente, los austriacos volvieron a pisar el muelle de San Telmo con intención de ir a misa, lo que hicieron en la iglesia del Seminario. El Archiduque, que, como dice Sarmiento, "desde el inicio se había propuesto viajar de incógnito para evitar situaciones protocolarias no deseadas", se encontró inesperadamente con que en el templo, "donde ya sabían de su visita, lo estaban esperando para celebrar la misa, nada más y nada menos que cantada, dada la ocasión". Para más inri, los dos directores del seminario se empecinaron en acompañarlo en su paseo por la ciudad y "sólo a la altura de la Catedral logró quitárselos de encima".

Después de la misa la comitiva austrohúngara hizo una excursión a Telde, tras lo que regresó a Las Palmas a presenciar una pelea de gallos en la fonda en la que había desayunado. El día 26 de diciembre los ilustres visitantes proseguían su viaje por el Atlántico y el 28 del mismo mes, Día de los Inocentes, el periódico local El Ómnibus publicaba la siguiente reseña: "Ha visitado nuestra población y algunos pueblos de esta isla, de riguroso incógnito, S.A.I. Fernando Maximiliano José, archiduque de Austria y hermano del actual emperador. El vapor de guerra Elizabeth, en el que ha llegado, se ha dirigido, según parece, a las islas de Cabo Verde".

Diez años después, Maximiliano se encontraba ante el paredón de fusilamiento, en México, a donde había llegado para coronarse emperador, en un despropósito de empresa colonial. El célebre cuadro de Manet lo representa tocado con un idiosincrático sombrero mexicano en ese instante previo a la muerte, en el que dicen que le desfila a uno por delante toda su vida. De ser así, por los últimos pensamientos de Maximiliano desfilaron los posaderos malencarados de Las Palmas y los trogloditas del risco, que se morían de risa al ver a aquellos visitantes que llegaban de riguroso incógnito.

Compartir el artículo

stats