Dice la leyenda que Don Juan Rodríguez Doreste, alcalde socialista de Las Palmas de Gran Canaria cuando el carnaval se puso de verdad en marcha, era lo que en las islas llamamos un sabedor. Más sabedor que Manolo García, "el alcalde en la sombra" como decía él siempre que hablaba de Carnaval. Los dos tenían intereses, uno, el alcalde, que las fiestas salieran bien; el otro, que escapara y que las páginas de los periódicos ensalzaran cada día de cada semana de cada mes de cada año sus logros. ¿Cuáles? Esa es la cuestión.

Manolo fue capaz de abande-rar la recuperación del Carnaval para la ciudad y en ese objetivo le ayudaron muchísimo los vecinos de la Isleta, su barrio y zona, en la que las carnestolendas tenían mucho arraigo por razones históricas. Tenía fuerza, tirón y arrojo. Don Juan lo sabía y si no lo sabía se iba a enterar enseguidita. La estrategia de Manolo había sido siempre acercarse, por este or-den, a los medios, las murgas y todo colectivo susceptible de utilizar para sus intereses. Aunque es cierto que casi siempre contentaba sus reivindicaciones, pero lo justo. ¿Qué hacía? Cuando el alcalde Don Juan, que se reía mucho con las cosas de García, anunciaba en la prensa algo que le perjudicaba a Manolo o a "mi gente", decía, tardaba tres minutos y medio para tirar de la espita y activar una bombita mediática.

Quienes vivieron muy cerca el choque de trenes entre Rodrí-guez y García no lo olvidan. "Era un espectáculo, un pulso", dice quien fue uno de los colaboradores del alcalde. "Cuando sonaba el teléfono y la voz de Don Juan decía 'búscame a Manolo' ya sabías que había montado una de las suyas. Se había ido a la prensa. Entonces lo citaba en la alcaldía y allí se encontraban los dos: 'Don Juan', decía Manolo, 'eso no lo puede usted hacer (lo que fuera) porque mi gente está muy cabreada y yo no la puedo controlar?" Don Juan lo frenaba.

Dicen las malas lenguas que García, todo un personaje, llegó a recibir una gratificación del Ayuntamiento durante los carnavales "para gastos de representación" más "un coche y un guardia" a su entera disposición. Quienes conocimos a Manolo sabemos de su poder negociador. Quería un buen trato y Don Juan se lo facilitaba porque era consciente del tirón popular que tenía. Esa frase de "vale más por lo que calla que por lo que cuenta" la construyeron para él. Sabía latín. No había lugar donde Manolo acudiera que no fuera recibido como "el salvador del carnaval". En el restaurante de El Pueblo Canario tenía carta blanca. Era "su oficina". Allí invitaba a periodistas, políticos y gente a las que les interesaba tener de la parte de acá y entre paellas y buen vino todos sacábamos lasca: unos, los periodistas, noticias; y otros, su gente, mando en plaza.

Manolo era generoso y pícaro a partes iguales. Tan pícaro que instituyó una distinción que bautizó como "La Choo Fefa". Se trataba de un escudo de oro -no en todos los casos- que colocaba en cualquier pecho que se pusiera por delante. "Nosotros decíamos", cuenta la mujer de alguien de su confianza, "que tenía una talega llega de escudos. Siempre llevaba dos tres sueltos en el bolsillo por si presentaba la ocasión de condecorar a alguien?" Sabía el muy jodío que la imposición de honores abría muchas puertas. Pero al amigo García le parecía poco y anunciaba en la prensa las distinciones que impondría a punta pala, es decir, publicidad gratuita. Un joven periodista que recibió tan alto honor se vio apurado de pelas y entró en un "compro oro". "Esto no vale, nada. Hasta el baño de oro se está cayendo". Ese era Manolo. Luego, con su simpatía innata, le echaba la culpa a la joyería y ya está. Era tremendo pero daba mucho juego. Yo creo que inventó el marketing.

Les contaré que durante 6 ó 7 años cubrí la información del Carnaval. Como se imaginarán con García tuve muchas peloteras pero siempre acabamos firmando la paz. Una de esas peloteras debió alargarse demasiado para sus intereses y entonces Manolo, que era más listo que el hambre, se presentó en la redacción de LA PROVINCIA, entró al despacho de director y le comunicó que me iba a dar un premio casi por sorpresa. Pillo. Al día siguiente se publicó foto con Manuel poniendo en mi pecho izquierdo una "Choo Fefa".

En torno a Manolo son tantas las historias que se cuentan que darían para seis libros. Por ejemplo, la abultada factura que una vez llegó al Ayuntamiento. Un restaurante de postín de la ciudad envió al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria otros gastos de representación gastronómica. "Invitaciones de M. García", indicaba. Uno de los colaboradores del alcalde en aquella época era José Luis López Sarmiento. Pero es muy discreto y no suelta prenda en ese sentido aunque no oculta que "Manolo era un personaje con fuerza y que Don Juan lo atendía como tal. Le tenía mucho cariño y en el fondo le hacía gracia sus cosas".

Los que fueron testigos de los encuentros nocturnos de Manolo García y Don Juan en discotecas de la ciudad, por ejemplo la extinta Utopía, cuentan mil ocurrencias de ambos. Don Juan estaba en su casa y a las 11 de la noche llamaba a uno de sus colaboradores y le decía: "Lléveme a Utopía". Se quedaba sorprendido porque no eran horas: "Yo le llamo para que me venga a buscar". En la mayoría de ocasiones eran salidas por el placer de salir, es decir, no para cumplimentar compromiso alguno. "Llegaba a la discoteca y hablaba con chicas y chicos jóvenes. Llamaba la atención. Don Juan me recordó siempre a Tierno Galván, siempre", concluye los que vivieron esas experiencias con un alcalde tan recordado.