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El Pueblo Canario se resiste a morir

El recinto celebra su tradicional tenderete de cada domingo con novedades

Actuación y visitantes, con el mobiliario nuevo y la camioneta con comida al fondo, ayer. QUIQUE CURBELO

Robert y Helma paseaban por la ciudad en bicicleta cuando de repente escucharon melodías de fondo. Como si del flautista de Hamelín se tratara, la música les llevó hasta el Pueblo Canario donde decenas de bailarines danzaban al son de una folía. La historia de esta pareja holandesa refleja en parte la situación del Pueblo Canario, un lugar emblemático que vive de espaldas a la ciudad por el mal estado de parte de sus instalaciones y al cierre del bodegón; un espacio al que los turistas llegan a veces de casualidad debido a la escasa promoción. A pesar de todos los contras, este histórico enclave resiste cada domingo gracias a la interpretación de canciones canarias que atrae la curiosidad de los visitantes.

La de ayer era una jornada especial. La principal novedad estaba en la entrada al Museo Néstor, donde una pequeña camioneta roja despachaba algo de comida: hamburguesas con carne canaria, unos bocadillos con queso tierno, algunos dulces y refrigerios. Era la solución para que los asistentes pudieran comer algo ante el cierre del bodegón que hasta hace apenas unos días estaba abierto. Pero a Pedro González, director musical de la Agrupación Folclórica San Cristóbal, no le convence el remiendo. "No le pega mucho; no es muy de Néstor", decía, para añadir que preferiría "un ventorrillo, algo más de artesanal, más acorde a este sitio".

Dentro del vehículo, ajeno a todo, estaba David Hernández. Reconocía que apenas tenía productos canarios, pero avanzaba que pronto iban a estar disponible. "Casi ni hemos tenido tiempo para prepararlo", declaraba Hernández, quien reseñaba que por ahora la instalación de Chef on the road, como se llama el establecimiento, en este lugar será temporal. El primer día, que calificó de "piloto", estaba siendo normal".

Otro de los estrenos era el mobiliario. El Consistorio instaló 80 sillas, 22 mesas y 6 parasoles para los más de un centenar de personas que se acercaron ayer al Pueblo Canario. A tenor de lo visto, se quedaron cortos. "No tenemos donde sentarnos ni tampoco donde resguardarnos del sol", afirmaba la húngara Judit Hock. También se quejaba de la falta de sitios donde tomar algo porque, aunque la camioneta ofrecía bebidas, "está muy lejos", contaba Hock, quién se las apañaba en un banco situado junto al antiguo restaurante para seguir los bailes. Pilar Rodríguez, que es una asidua, es de la misma opinión. "Me he traído el refresco de casa porque no sabía lo que había y también hacen falta más sombrillas", apuntaba mientras construía una sombra con cualquier objeto.

Roberto y Helma, procedentes de Holanda, asimismo buscaban un hueco para apreciar la cultura canaria. Sentados en las escaleras, contaban que llegaron de casualidad hasta el Pueblo Canario porque ni tan siquiera en la oficina de información turística les indicaron nada de este histórico acto. Y lo sorprendente, en su opinión, es el abandono que tiene esta zona que calificaban de "joya". "Tienen que organizar más cosas durante la semana, poner un restaurante en el que podamos comer después de las actuaciones porque es increíble que un domingo, a las dos de la tarde, se cierre", comentaba Helma en un perfecto español.

En la tienda Artesanía Fataga, que a final del presente mes cerrará sus puertas tras décadas abierta, sus empleadas no dejaban de despachar. La llegada de dos cruceros a la ciudad, el Aida Sol y el Mein Schiff 4, hicieron que hubiera más gente que otros días, como reconocía Paqui Almeida, una de las empleadas. Para la propietaria, Pepi Nadal, el parche preparado por el Consistorio con la instalación de la camioneta es lo menos malos. "¿Qué es mejor, que no pusieran nada? Hay que verle el lado positivo", subrayaba.

Y es que, a pesar de los contratiempos surgidos, la mayoría de los turistas estaban encantados con lo que veían. Como Ingalill y Reyan, dos suecos que mientras pelaban naranjas señalaban que les había gustado las isas y folías que salían de los timples, laúdes y bandurrias.

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