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Entrevista

Smoris: "Al ver a niños envueltos con mantas y celofán supe que no tenían elección"

"Ninguno se quiere ir, porque es su tierra, y al fin y al cabo lo que pasa es que se ven forzados", destaca el coordinador de Proactiva en Canarias

José Luis Smoris, coordinador de Proactiva en Canarias. JOSÉ CARLOS GUERRA

¿Qué destaca de la ponencia sobre su experiencia en Siria?

Está más enfocada al hecho de que una empresa privada haya sido capaz de crear una ONG para poder dar servicio fuera en esta crisis humanitaria. Cómo a través del planteamiento privado se puede llegar a realizar una labor de este tipo.

¿Cómo comienza esta aventura humanitaria?

La empresa decidió que había que hacer algo con lo que estaba ocurriendo e incluso puso dinero sobre la mesa para por lo menos ir para allá y ver lo que estaba ocurriendo. La sorpresa fue que era bastante más que lo que salía en televisión, era mucha más gente la que estaba cruzando el estrecho de la que nos imaginábamos. Fue llegar y desde el primer día ya se tuvo que actuar. Nosotros ya sabíamos que había gente ayudando en la costa de Lesbos, pero teníamos la duda de si en el agua también, y empezamos a atenderlos también desde alta mar, a unos cuatro kilómetros de la costa.

Usted ha estado personalmente también.

Sí, yo he estado dos veces, y ahora después de Semana Santa me iré otra vez, a Lesbos.

¿Cómo es el modus operandi allí?

Desde las cinco de la mañana, el barco ya está operativo y atento a cualquier mañana. Y otro equipo sale antes del amanecer y se coloca en una zona alta para controlar todo. Y de noche hay voluntarios que están haciendo rutas por la costa, y en cuanto avistan o les dan un aviso, nos alertan y salimos. Eso es constante.

Y ustedes los acompañan hasta la costa.

Sí. Guiándolos para que no vayan a una zona de acantilados y puedan desembarcar en una zona segura.

¿En qué tipo de embarcación suelen llegar?

En una zódiac grande, de unos ocho metros, y van montadas 40 ó 50 personas. A veces la zódiac ni se ve, porque va a ras de agua, solo se ve a la gente. Y van con motores precarios y si se les paran no saben arrancarlos.

¿Qué ha sido para usted lo más duro de la experiencia que ha vivido allí?

Lo más duro es ver cómo la gente se arriesga a hacer eso. Hay mucha gente que te dice que no había visto el mar en su vida. Para nosotros el mayor estrés es que casi no les miramos a ellos, sino que miramos el bote y en las condiciones que va, porque en cualquier momento se puede deshacer. Y cuando pasa, son 50 personas de golpe en el agua.

Como el título de la confe-rencia, eso de que no tienen elección.

Sí. En cuanto les ves cómo llegan sabes que no tienen elección. Tú ves a un crío de cinco días y sabes que la señora ha dado a luz en Turquía, no es que venga desde Siria con el niño. Con todo, decide arriesgarse; eso es porque no tenía elección. Ves que el niño está envuelto en una manta, en un corcho, en un chaleco salvavidas, en otra manta y todo eso con celofán como si fuera un paquete; cuando te lo dan no sabes si está vivo o muerto, y empiezas a desenvolver hasta que ves al bebé, que abre los ojos y te mira? en ese momento ya te quedas tranquilo. Cuando ves esas cosas sabes que lo han tenido que hacer porque sí; ¿qué madre en su sano juicio se arriesgaría cuando no sabe ni nadar?

¿Qué comentan ellos al llegar? ¿Qué expectativas tienen?

Casi todo el mundo lo tiene muy claro, y los sirios sobre todo. Su nivel cultural es medio-alto, son gente preparada, con dinero incluso, y ya vienen con una idea más o menos atada. Recuerdo, por ejemplo, un grupo que eran cinco médicos y que luego me los volví a encontrar en otra isla y nos decían que iban camino de Inglaterra a terminar su especialidad y que en cuanto pudieran volvían. Lo que está claro es que nadie se quiere ir, porque es su tierra, y al fin y al cabo lo que pasa es que se ven forzados.

¿Cuál es el perfil y la procedencia de la mayoría?

Hay de todo. La última vez, antes de venirme, había dos de República Dominicana. En total, de los que llegan, la mitad son sirios y la otra mitad son de otras nacionalidades, más o menos. Lo curioso es que el ferri, de Turquía a Lesbos, cuesta unos 30 euros; ellos están pagando unos 1.000 ó 1.200 euros, y se montan unas 50 personas. Las embarcaciones que les dan, contando el motor, valen más o menos eso. A algunos, las mafias turcas les dicen que, antes de llegar a la costa griega, cuando les falten unos metros, que pincharan la embarcación porque si no les obligaban a volver; pero es mentira, en la costa no hay policía para decirles eso, y tampoco se hace.

¿Cómo valora, a nivel personal, todo este asunto de los refugiados en general?

Yo creo que todos haríamos lo mismo si ocurriera esto en nuestro país; el que toma las armas las toma para arreglarlo y el que no, se queda en casa hasta que no puede más y luego huye. Y los que están saliendo son las personas que han tenido la suerte de no haber muerto. Nosotros aportamos nuestro granito de arena e intentamos que ese trocito de mar no se convierta en un cementerio, que ya lo es, porque ha muerto mucha gente. Pero que las cosas no están haciéndose bien también está claro, porque no deberíamos estar nosotros allí.

Deberían implicarse más las instituciones de los distintos países, se refiere, ¿no?

Debería haber más gente allí. Los primeros que han estado ayudando a esta gente ha sido la población de Lesbos, los cuatro pueblos que están allí en la costa han hecho algo increíble; cuando al principio no había nadie más allí ayudando, ellos los acogían, les daban comida? Y hasta los pescadores hacían los rescates como mejor podían. La labor que han hecho y que siguen haciendo es encomiable, sin pedir nada a cambio y sin decir nada.

A nivel personal, realizar esta labor le reconforta, ¿no?

Sí, te sientes bien. Cada uno tendrá sus motivos; yo lo hago porque me gusta y me dedico a esto desde hace muchos años. A mí me gratifica, es algo que siempre me ha gustado y lo llevo como un trabajo más. Lo pasas mal, no descansas y físicamente acabas reventado, pero compensa. Me dedico a las emergencias desde los 16 años.

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