La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aquí la Tierra/ Políticas de la mirada

Aviso a navegantes

El taller que Luis López Díaz construyó en Miller Bajo es una prueba de que lo mejor de la cultura aguarda en cualquier parte

Taller de automóviles construido por Luis López Díaz en el Polígono Industrial Miller Bajo.

Cultura es una de las dos o tres palabras más complicadas de la lengua española. Más que nada porque, de tan abarcante, puede significar cualquier cosa. Hoy, por ejemplo, hablamos de cultura del esfuerzo o de cultura visual, lo mismo que de cultura del jamón, de cultura del móvil y hasta de cultura del pelotazo. Pero si nos mantenemos en los límites de una de las acepciones clásicas del vocablo, la que lo asocia con producciones humanas que impulsan la elevación del espíritu, no por ello quedamos protegidos ante las paradojas: por ejemplo, la de que nos topemos con creaciones dignas de ser tomadas en consideración como alta cultura, pero que pasan inadvertidas para la sociedad por hallarse en contextos a los que ésta otorga escaso valor simbólico. En Las Palmas, un caso elocuente es el del taller de automóviles que el arquitecto Luis López Díaz construyó en el Polígono Industrial Miller Bajo, en 197.

Cualquier folleto de promoción de la ciudad invita al turista a visitar Vegueta, Ciudad Jardín o la Playa de Las Canteras. No existe, en cambio, díptico, tríptico o libreto alguno que lo anime a pasear por Miller Bajo. Es de creer, que tampoco serán muchos los residentes que se levanten un día y se vayan al polígono industrial, no a comprar sanitarios, azulejos, motocicletas o escayola, sino a cultivar su espíritu. En principio aquí no hay nada que ver. Y, sin embargo, ahí está, inadvertida probablemente también para muchos de los que pasan por delante suya y hasta penetran en ella, la obra de López Díaz, en la calle Diego Vega Sarmiento, número16.

Éste es uno de esos edificios hechos con huesos, más que con piel. Lo fundamental en él no son tanto los revestimientos - tan importantes hoy en tanta arquitectura- como la estructura: Sus fachadas están retranqueadas varios metros por la alineación de las calles para aparcamientos, y la zona de maniobra de coches para engrase, lavado y salidas del taller, lo mismo que la de las rampas, están guarecidas por la gran cubierta de hormigón, que vuela audazmente varios metros hacia afuera y remata su vigorosa presencia.

Profesor jubilado del área de Construcción de la Escuela de Arquitectura de Las Palmas, Luis López Díaz es recordado por sus antiguos alumnos, muchos de ellos hoy reputados profesores o directores de prestigiosos estudios, como uno de los mejores enseñantes que tuvo nunca ese área del centro de enseñanza de Tafira.

López no se ha prodigado en la escritura, pero hizo también algunos artículos como el que publicó sobre esta obra en 1977, en la revista Informes de la construcción, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el que se apoya este reportaje.

Otra cuestión es cómo una torpe foto de aficionado, tal que la que ilustra estas líneas, puede hacer justicia a esta obra mayor que en la actualidad acoge la sede del concesionario y los talleres de Citroën. Desde luego sería una atrocidad, si quiera para referir un detalle, mutilar el perfil de la cubierta, tanto en la toma como en el corte de la foto para su insersión en una página. Afortunadamente, este periódico cuenta con un equipo de diseñadores que no sólo hace bien su trabajo, sino que es perfectamente capaz de obrar el prodigio de que una mala foto parezca una foto pasable. Lo contrario sería como, para seguir con ejemplos de edificios modernos y contemporáneos de Las Palmas, mostrar el Hotel Cristina, de Manuel Roca, o la Iglesia Evangélica Coreana, de Andrés León Boyer Ruiz-Beneyán, disociados de sus respectivos paisajes; la Playa de las Canteras y los Jardínes Rubió; reducir el antiguo seminario de Secundino Suazo a su iglesia y obviar sus cuatro pabellones exentos; convertir la Colonia I.COT, de Miguel Martín, en un triste conjunto de dos o tres viviendas u, otra espléndida obra en antiguos terrenos industriales, exhibir una única imagen del Edificio Inakasa, de Alexis López y Xavier Díaz, y cortarle el pliegue en altura de una de las esquinas de su fachada.

Por lo demás, una fotografía nunca será un sustituto de una experiencia espacial y al lector de este reportaje -si es que hay alguno, aparte de quien lo escribe- al que estas líneas le haya despertado la curiosidad por este edificio, lo que le toca es ir a visitarlo. A ponerse a flotar ante él y en él. Pues, como cualquier ciudad, esta urbe es un océano en el que confluyen aguas diversas: profundas y superficiales, cálidas y gélidas, peligrosas y apacibles, límpidas y nauseabundas. Un océano en el que, como una espléndida baliza, se erige esta construcción tal que un aviso a navegantes.

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