La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aquí la Tierra El azar y la necesidad

La señal

Un joven camarero, licenciado en Filosofía, se encuentra el 'Libro de los muertos', texto sagrado de los antiguos egipcios, en un macetón de la calle Ángel Guimerá

Un mediodía cualquiera en la calle Ángel Guimerá de Las Palmas. Cielo despejado. El sol despliega toda su potencia de radiación sobre la materia inerte y sobre los seres vivos que transitan por esta parte de la superficie terrestre. G., que acostumbra a transitar por este tramo peatonal de la vía para ir a su trabajo -es camarero en una cafetería cercana-, ve un objeto que llama su atención en un macetón junto a la trasera de la antigua Clínica del Pino. Se acerca y encuentra que es el Libro de los muertos, una edición del antiguo texto egipcio publicado en 1976, en Barcelona, por Producciones Editoriales. G. piensa que alguien lo ha dejado ahí para que lo coja otro alguien. Se lo lleva.

Treintañero, licenciado en Filosofía, G. tiene predilección por obras como los Fragmentos de Heráclito, las Meditaciones de Marco Aurelio, las Confesiones de San Agustín y el Principio Esperanza de Ernst Bloch. También siente debilidad por la revista El Jueves y por la serie televisiva mexicana El Chapulín Colorado, que ve de cuando en cuando por internet. El resplandor del sol, deidad suprema para los egipcios, suele poner de buen humor a los humanos, pero este día G. está contrariado: "Me tocaba trabajar a turno partido y eso me mata".

Antes de ponerse a despachar cafés con leche y sandwichs de atún y millo y de berros, especialidades del establecimiento en el que trabaja, G. dispone de unos minutos para hojear el libro. Le llaman la atención los sortilegios de este texto que se utilizó desde el Imperio Medio (hacia 1550 a.C.), y que están subrayados por el que, quizá, fue su último propietario. Así el titulado "Para revivir tras la muerte", que reza como sigue: "¡Oh tú, dios del Disco lunar, que irradias en las soledades nocturnas! ¡Mira! ¡Entre los habitantes del Cielo que te rodean, yo también te acompaño! Yo penetro a mi capricho ora en la Región de los Muertos; yo difunto, ora en la de los Vivos sobre la Tierra, a todas partes donde me conduce mi deseo".

G. siempre ha pensado que cuando se muera "será como una cinta de cassette que se acaba, salta el 'play' y ya está", de modo que no encuentra de especial utilidad las recomendaciones para superar el juicio de Osiris cuando llegue su hora. No obstante, cuando lee a saltos las páginas de este libro, en origen escrito en papiro o sobre sarcófagos y paredes de tumbas, se acuerda del colegio, de un profesor que le enseñó a descifrar el significado de los jeroglíficos del país del Nilo y hasta a escribir frases con ellos. Desgraciadamente G. ha olvidado esta escritura ideográfica, como le cuenta con deje melancólico al reportero, delante de un 'appletiser' en un establecimiento de la competencia: la cafetería Teror.

El enigma impregna todo lo que se halla escrito en este libro, incluida la firma de quien pudo ser su último dueño, trazada bajo la fecha de 1977. Imposible saber si éste forma aún parte de los Vivos sobre la Tierra o si ha ingresado ya en la Región de los Muertos. Y si esto último fuese el caso, menos aún hay manera de averiguar si se las tuvo que ver con el dios momificado de piel verde tocado con la corona Atef y portador del cayado "heka" y del látigo "uas".

Si el misterioso firmante se encontró cara a cara con Osiris, lo más probable es que esté arrepentido por toda la eternidad por no haberse hecho enterrar con el Libro de los Muertos, para tener sus sortilegios a mano. Sea como fuere, el volumen reposa ahora en las estanterías de G., entre títulos como La cartuja de Parma, La Eneida, Dejar de fumar es fácil, Cuentos, de Máximo Gorki, e Instante en Lucio Fontana, de Francisco León, una voz insular portadora de registros antiguos, antiquísimos.

Ya de regreso, mientras se estruja el cerebro para cumplir puntualmente con la entrega semanal de su "Aquí la Tierra", el reportero piensa que, en vez de escribir este reportaje, lo que en realidad le apetece es estar tirado a la bartola en la playa de Las Canteras o mirar las chorradas que escriben sus amigos en Facebook. Y, por no se sabe bien qué asociación de ideas, entreveradas con estas cavilaciones, le viene a la mente también el sortilegio titulado "Para no trabajar en el más allá", que dice textualmente así: "Para levantar los brazos de aquellos que están impotentes y abatidos, llego de Hermópolis. Soy yo el alma viva de los dioses. En la Sabiduría de los Espíritus-servidores de Thoth, yo he sido iniciado". Pero, de entre todos los pensamientos que se agolpan en la cabeza del periodista, hay uno que persiste con especial insistencia: el hecho de que G. se encontrase el Libro de los Muertos entre la antigua Clínica del Pino y la cafetería Teror, bajo el sol intenso de mediodía, constituye toda una señal. Pero si G. se lo hubiese encontrado por la zona del Obelisco, entonces el asunto habría sido para ponerse a temblar.

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