Dolores Lorenzo tiene 83 años. 40 de ellos los ha vivido entre papeles, denuncias, informes médicos y despachos oficiales, arrastrando la pena de ver a su hijo, Isidoro Hernández Lorenzo (23-9-1953), un enfermo mental diagnosticado de esquizofrenia; abandonado por la administración sanitaria canaria que jamás lo atendió con arreglo a su estado de gravedad. La Salud Mental en Canarias y sus carencias pasan por Dolores. Poca gente he conocido que hayan emprendido una lucha sin cuartel para lograr algo que no debían mendigar los enfermos, mentales o no: atención digna.

Para situar al lector diremos que un día de principios de 1994 Dolores estaba desesperada porque su hijo "Isi" se escapaba de casa, agredía, amenazaba a la gente. Su madre y hermanos ya no podían con él. "Acabará matando a alguien", advertía temerosa. Y ese día se presentó en la puerta de LA PROVINCIA "a ver si sale alguien y le cuento lo de mi hijo", pensó. Así supe de su existencia.

En sus manos llevaba una bolsa plástica llena de papeles. Eran firmas recogidas en su peregrinar por pueblos, reivindicando la ansiada cama hospitalaria para liberar a su familia de un riesgo cierto. Al muchacho se le desencadenó una enfermedad mental (esquizofrenia) cuando estaba cumpliendo con el Servicio Militar en Madrid. "Creo que tenía unos 20 años", cuenta su progenitora. Lo devolvieron a casa y, desde entonces, las cosas fueron de mal en peor. Hace un año y poco que su cuerpo no resistió y murió. Su madre lo que quiere ahora es pasar página no sin antes dedicarle un último reportaje a su memoria, el homenaje amoroso de su razón de vivir, sin más.

En mayo de 1999 Dolores ya no sabía qué hacer y denunció en el Juzgado cómo se encontraba su hijo y el peligro que suponía para la familia. "Aunque cuando estaba bien, que eran pocas veces, era buenísimo, las cosas como son", precisa. Un día de ese año Dolores, que ahora cuenta con 83 años, puso otra denuncia después de que le dieran el alta en el hospital. "Vivir lo que yo he vivido no lo ha vivido nadie. En mi casa todo eran agresiones, gritos, insultos, carreras, problemas con sus hermanos, etc., que, y así se lo dije al juez, un día acabarían en tragedia. Pero a un hijo no se le abandona nunca. Desde por la mañana me iba con él a pasear, de guagua en guagua. A entretenerlo".

Dolores se hizo guerrillera a la fuerza. Desconocía de lo que sería capaz por un hijo enfermo. Y cuando tenía 71 años, un día se envalentonó y sin pensarlo dos veces llamó a un vecino para que le hiciera un escrito exigiendo un sitio para ingresar al hijo. Solita se echó a la calle a recoger firmas. "Me anduve toda Gran Canaria". Pero poco a poco Dolores cogió carrerilla y acabó haciendo pegatinas contra la administración, "para ponérselas en todas partes", y pancartas en la azotea que luego colocaba allá donde le dejaban. El texto era siempre el mismo: "Atención y dignidad para los enfermos". Todavía tiene algunas guardadas.

Hasta entonces ella y todas las madres que estaban en la misma lucha vivían alejadas de los problemas relacionados con la salud mental porque la vida les había llevado por senderos bien distintos. Un día, la pesada losa de la enfermedad les cayó encima y no les quedó otro remedio que reaccionar y combatir la desidia administrativa con pancartas, protestas, apariciones en la prensa y reuniones. En primera fila, Dolores.

Lo que pasa es que "un hijo duele mucho y un hijo enfermo mucho más". Lo cierto es que poco a poco Dolores y sus compañeras, la mayoría mujeres, se fueron agrupando en torno a la Plataforma de Familiares de Enfermos Mentales y desde allí unas tiraron de otras, compartieron angustias y problemas, y se dieron cuenta de que había que echarse a la calle.

"Yo misma no tenía ni idea de que las cosas en Salud Mental estaban tan mal. Cuando me hablaron de esquizofrenia me asusté. Pero pensé, bueno, lo meteríamos en un centro y ya está. Cuando me enteré de que no había nada, que no había camas, que todo es un desastre, el mundo se me vino encima. ¿Qué hacíamos entonces? Luchar. Yo creo que son muchos los que no tenían ni idea de lo mal que están las cosas para estas personas".

Un día, lo recordaba hace poco Dolores, un grupo vinculado a la extinta Plataforma De Familiares de Enfermos Mentales, tan ruidosa y necesaria entonces y hoy, se colaron en un Pleno del Cabildo Insular de Gran Canaria; se acomodaron en los asientos como ciudadanos interesados en lo que se iba a debatir. Mentían. Presidía José Manuel Soria. Nadie se percató de que esos hombres y mujeres que ocupaban los asientos eran familiares de enfermos mentales que estaban cansados de gritar en el desierto. Nadie les hacía caso. "Le voy a contar lo que hicimos", relata orgullosa. "Todos nos pusimos una rebeca pero debajo llevábamos una camiseta blanca que decía: "Hoy me tocó a mí, mañana a ti". Antes alertaron a los fotógrafos de prensa: "No dejen de mirarnos". De pronto, todos ellos, una docena o así, se quitaron la rebeca y dejaron al aire la camiseta blanca con la leyenda. Fueron expulsados del salón. Más follón, más ruido mediático. Misión cumplida.

La buena de Dolores ha tenido diez hijos, cinco han muerto. Su vida ha sido tan dura, de tanta miseria, que sin haber apenas ido al colegio desarrolló una capacidad para luchar contra dragones. Vivió durante años sin agua, sin luz, sin comida: "Si había un pan era para mis niños. Mi marido fue muy trabajador y cargaba bidones de agua hasta la casa por carretera de tierra. A veces no podía con tanto peso y se le caía, pero él volvía a la fuente para que no faltara en la casa. Buen hombre". Un dato que describe cómo ha sido la vida de la valiente Dolores es que fue madre y hermana al mismo tiempo; ella y su madre estuvieron embarazadas a la vez.

"Pero mire, ponga que mi hijo Isi era muy bueno; cantaba muy bien, se sabía todas las de Manolo Escobar pero yo le decía cállate, Isi y me hacía caso. Perdona, mamá, me decía".