En la década de los cincuenta, un poco antes y después, los betuneros, así se les llamaba entonces, patrullaban la ciudad formando parte del paisaje; en los barrios no había pero, todos procedían de los barrios altos que son los bajos.

En la calle Bravo Murillo al lado de la churrería La Madrileña estaba la "cuadrilla" de la ciudad. La formaban diez o doce, unos al lado del otro juntos a la caja, muy llamativas adornadas con tachuelas de metal amarillas y otros objetos muy abrillantados. Al paso de la muchachada peatonal solían, casi gritando, decir: ¡limpia, limpia señor!

Era la manera que tenían de llamar la atención del cliente. Algunos tenían sus clientes fijos. Había camaradería y buen rollo -como dirían hoy- y respeto pese a estar todos juntos con el mismo objetivo.

Había uno que destacaba por tener una caja y la banqueta rodeada de bisutería, banderas y monedas: Era un señor mayor y arrastraba una pierna al caminar y le decían de apodo El loro.

Habían por muchas zonas de la ciudad. En el Mercado de Vegueta -La Plaza- en la esquina de l churrería solían estar dos, en la plazoleta de Las Ranas otros tantos, en el Parque San Telmo lo mismo, y en la plazoleta de Cairasco había uno que era exclusivo para la clientela del popular Hotel Madrid.

Ya en el Puerto, la cuadrilla, por decirlo de alguna manera, estaba situada en el centro de Catalina Park. Solían haber entre diez o más, todos de pie al lado de sus relucientes cajas. Uno sobre todos se hizo muy popular: Pepe el Limpiabotas, le faltaba una pierna y podía presumir de haber recorrido medio mundo. Otro también bastante popular era Agustín Robaina El Corcobao. Era muy bajito y tenía joroba. Llamaba mucho la atención por sus juegos malabares, que solía hacer con el cepillo para llamar la atención. Un día acertó una quiniela de catorce y lo pregonó por todo el Parque a grito pelao, dejó la caja, se compró varios trajes, un peluco de oro y empezó a ir a todas partes en taxi, frecuentando salas de fiestas y toda clase de saraos viviendo a lo grande al máximo, hasta que llegó al mínimo...

Un día apareció por el parque con la caja bajo el brazo, cabizbajo y silencioso pero, conociéndole -yo lo conocí de niño- seguro que se estaría diciendo: Que me quiten lo bailao.

Los betuneros del Catalina Park tenían cierta ventaja pues con la llegada del turismo sueco se incrementaba la clientela. Algunos hasta empezaron a chapurrear idiomas. Yo creo que fue en esa época cuando empezaron a ser Limpiabotas.

En la calle Ferreras había una parada de taxis y un bar muy conocido, muy frecuentado por cambulloneros. Por esa zona y por el Mercado del Puerto había un limpiabotas muy popular y apreciado Pancho el conejero. Físicamente se daba un aire con el actor Cantiflas a quien solía imitar, también sobre el ring pues era boxeador profesional conocido como Robinson. Realizó muchos combates en la gallera y cuando ganaba, al día siguiente no trabajaba, se emperchaba y se paseaba por su zona de trabajo. Todo un personaje.

Los limpiabotas ocupaban un espacio público en precario y por ello necesitaban un permiso. El Ayuntamiento les hizo llevar una placa ovalada de metal que ponía: limpiabotas y numeradas. Esto les acreditaban para ejercer su trabajo en determinados sitios. Hacían su trabajo al aire del momento. Iban uniformados con camisa y pantalón azul oscuro.

He de significar que también fueron personajes muy populares, los vendedores de periódicos callejeros, pero de ellos nos ocuparemos en otra ocasión.

Si me lo permiten tengan presente que les estoy contando de cuando el cochemolina iba por Triana haciendo más ruido que la máquina de café de los bares.

De cuando los vendedores de la ONCE en las esquinas gritaban "Cincuenta iguales para hoy". De cuando estaban fabricando la popular Casa del Coño y la muchachada peatonal decía: "¡Coño, fuerte casa!" cuando Gregorito el guardia, en Bravo Murillo, frente al café de Justo Mesa, por navidades, recibía una tonga de paquetes de regalos de los conductores. Cuando se podía comprar cigarrillos sueltos y era muy conocido un cigarrillo rubio fabricado en Guanarteme, El Gabinet. De la época del Droper y el Baya-Baya, de cuando la chiquillería del Risco de San Nicolás y de San Antonio, íbamos por todo el Paseo de Chil caminando hasta la Playa Las Alcaravaneras, en alpargatas, otros descalzos y algunos con camisas hechas de los sacos de azúcar que venían de Cuba. Y todos con el bocadillo de chorizo en un cartucho y un membrillo.

De cuando se atracaba más en el puerto que en la ciudad, con la llegada de los Castle los Montes y el Yoba... Cuando nos mandaban los americanos la leche en polvo y los quesos de bola color amarillo azafrán.

Cuando la UD Las Palmas le ganó por 4 a 1 al Málaga de Zamora en el estadio del Marino CF -luego Insular- con once canarios y ascendió a primera división por vez primera con Montes Castañares, Juanono, Yayo, Tatono y Paco Elzo, Padrón, Manolín, Tacoronte, Peña y Cedrés.

Como anécdota diré que jugaron trece canarios pues en el Málaga jugaron Manolo Torres y Beneyto. De cuando Pepe Monagas, en el Teatro Cine Hermanos Millares en la Puntilla salía al escenario y decía aquello de "Fuerte oló a cafén, caballeros".

El tiempo pasa volando dirían algunos. Otros, cada tiempo tiene su tiempo, pero la sombra del tiempo siempre estará presente en el tiempo.

¡Qué tiempos, aquellos tiempos!