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Aquí la Tierra El poder de las imágenes

Fetiches

El rótulo del restaurante Las Canteras muestra en un detalle a un nativo engalanado que baila sobre la arena con una turista nórdica que lleva los pechos desnudos y zapatos de tacón

Fetiches

Las playas han sido, desde tiempo inmemorial, zonas de contacto entre los indígenas y los extranjeros, lugares en los que se establecen intensos intercambios culturales, beligerantes, unas veces, amistosos, otras. En Las Palmas, zona de contacto por excelencia ha sido la Playa de Las Canteras, que a partir de los años sesenta provocó una transformación radical del perfil cultural de la ciudad con la arribada del turismo de masas, encabezado por los visitantes nórdicos. A estos, principalmente, busca seducir el rótulo del restaurante-pizzería Las Canteras-Skandinavisk Centrum, en el número 59 de la avenida de la playa, y en el que aparece esta curiosa pareja que danza bajo una palmera: él engalanado de la cabeza a los pies, con corbata y sombrero canotier. Ella, con falda, tacones y los pechos desnudos.

Es obvia la genealogía del detalle de esta imagen comercial, presente en un extenso cuerpo iconográfico, que refiere el encuentro erótico de gentes autóctonas y foráneas en una playa insular, bajo una palmera cimbreante. Basta pensar en las láminas dieciochescas que ilustran los viajes a Polinesia de Bougainville o del capitán Cook, o en la película sobre el motín de la Bounty, con Marlon Brando en el papel principal. Pero en todas estas imágenes la representación indígena corre a cargo de una mujer y la extranjera, y civilizada, a un hombre. Pero, a juzgar por su pelo oscuro, en esta imagen del restaurante Las Canteras, el componente nativo, en cambio, es masculino -además de ser el que hace el aporte civilizado con su atildada etiqueta- mientras que la mujer, esquematizada en blanco y azul, como su "partenaire", es una rubia nórdica, sus cabellos son claros, que desata su lado salvaje con sus tetas bailarinas.

Fetiche. Los portugueses acuñaron esta palabra, equivalente a hechizo, para referirse a los objetos a los que los salvajes negroafricanos otorgaban poderes mágicos. Con el tiempo, el término dio origen a otro vocablo nuevo, fetichismo, que denomina la devoción hacia estos objetos materiales a los que se atribuyen poderes de encantamiento. Este concepto, tan importante en la cultura moderna, terminó por abarcar también ciertas pulsiones de los civilizados, en cuyo interior también habita un salvaje. ¿Y a que viene toda esta digresión? Pues al hecho de que la turista nórdica baila en la playa soleada, en el sentido opuesto de la sombra de la palmera, con los pechos descubiertos pero con zapatos de tacón, lo que en el sistema hormonal masculino los convierte en punto focal del deseo, en fetiches que simbolizan dominación y que avivan la pasión del individuo que pasa su brazo derecho bajo los senos de la turista, que se deja llevar.

Cándida y perversa a la vez, esta imagen refuerza su mensaje, además, mediante el estampado de la falda de la mujer, que, por una parte, hace pensar en las olas del mar y, por otra, en un electrocardiograma que devela que su pulso porta una ligera excitación. El del pantalón del hombre en cambio, que, como la prenda de la mujer, es plano, no simula la ilusión de volumen corporal, incrementa la vis cómica de la escena: sus lunares hacen pensar en un pantalón de payaso o, mejor aún, en la tela de un traje de faralaes de una bailarina flamenca. Un contrasentido ridículo, sin duda, pero también un reclamo castizo para unos visitantes del norte a los que cautiva todo lo español.

Exponerse a los rayos vivificantes del sol. Bailar desenfrenadamente bajo una palmera. Dejar que las hormonas hagan su trabajo. Y, después, como el tiempo que transmite la imagen es de un presente eterno, toca dar cuenta de una buena pizza como la que entra en escena por el lado derecho.

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