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Fiestas Fundacionales Hijo Predilecto

"Las claves de mi éxito han sido la constancia, el trabajo y la seriedad"

"Compré una empresa que fabricaba detergentes y, como no sabía como funcionaba, perdí dinero", asegura Joaquín Galarza Rehues, presidente de la empresa Galaco

"Las claves de mi éxito han sido la constancia, el trabajo y la seriedad"

¿Ha recibido muchas llamadas de felicitación?

Sí, muchas; de amigos. También de comerciantes, algún cliente.

Más de 50 años como empresario, ¿cómo ha podido resistir?

Con mucho esfuerzo.

¿Cómo comenzó?

Yo era un niño de posguerra e iba al colegio, que hoy es Las Arenas -entonces se conocía como el de Don Antonio-, y a las 12 ó 13 años tuve que salir porque en casa necesitábamos el dinero. Mi padre había muerto en la guerra y era el único varón; tenía tres hermanas. Mi madre me buscó un trabajo en unos puestos de confección que se instalaban en el mercado de Las Palmas. Entonces no existía la confección como la conocemos. La gente compraba telas y se hacía el traje. Aún me acuerdo que para un traje de caballero hacían falta tres metros de tela de doble ancho, de 1,50 centímetros de ancho. En el puesto, que era de una gente de Teror, se vendían hasta peines.

¿Cuál fue su primer sueldo?

Como era niño, mi madre negoció. Me pagaban 50 pesetas [0,30 euros]. 12,50 pesetas a la semana, que es como se pagaba entonces. Mi madre me dijo: dile a Antoñito que te pague por meses porque el dinero me luce más. Pero, cuando llegó la hora de pagarme, me dio 50 pesetas. Y le dije: Antoñito te has confundido. Son cien. Y me dijo: dile a tu madre que el negocio está jodido y que si le interesa bien y, si no, también. Era una época en la que no había ni seguros, ni nada, había mucha escasez. Se lo cuento a mis nietos, que tengo ocho y tienen de todo, y no lo entienden.

¿Allí ya vio que se le daban bien los negocios?

No. Fue después de trabajar en una tienda en Triana -Almacenes Tamadaba-; tenía unos 25 años. Allí vendí telas durante unos diez años. Me marché y estuve un tiempo sin trabajar. Y ahí fue cuando se me ocurrió ponerme por mi cuenta. Al lado del Pérez Galdós estaba la tienda Miguel Lantigua González, que vendía de todo a las tiendas pequeñas y también podías ir a comprar. Comencé a comprarle hilos para coser, de zurcir, alfileres, agujas; que vendía luego en las tiendas de aceite y vinagre. Y empecé a buscar cosas en la Península. Veía en una revista que una empresa fabricaba o vendía tal cosa y yo le escribía para solicitar ser su representante. Una de las primeras cosas que conseguí, que fue lo que me hizo crecer, fue un detergente en pastilla -Detespum-, que se fabricaba en Valencia.

¿Aquí no existía?

No. Te estoy hablando de la época en la que no había ni detergente en ningún sitio. No se había inventado. Para lavar se utilizaba un producto que se llamaba Tierrasol, que era una especie de tierra o sosa cáustica que la mezclaban con algo. Fue lo que a mi me lanzó. Luego cogí la representación de una casa valenciana que hacía perchas, peines de hueso y cepillos de dientes. Aquí no había nada. Traía productos de la Península y tuve incluso la representación de una empresa belga que hacía botellas de vidrio en color esmeralda para el Seven Up, que en España no se fabricaba. Y empecé a crecer. Me compré mi piso, otro a mi madre, me casé y me fui renovando con otros productos.

¿Qué papel tiene hoy en la empresa Galaco que fundó?

Estoy de adorno (ríe), aunque soy el presidente de la compañía. Hace ocho o diez años delegué en dos de mis hijas y en mis dos yernos. Creo que hice bien. Uno se ocupa de Publicidad y Marketing; otro es director general; Marisa y Laura son vicepresidentas de la compañía. Yo realmente no hago nada, aunque vengo todos los días.[ Participa en las decisiones más importantes y estratégicas de la compañía, apunta su hija Laura].

¿Cómo es hoy la compañía?

Tenemos unos 300 trabajadores y distribuimos unos 8.000 productos.

¿Cuáles han sido las claves de su éxito?

La constancia, el trabajo y, sobre todo, labrarte fama de serio en tu negocio. Nunca ha sido todo un camino de rosas. En 1981, cuando el Golpe de Estado en España, tuve dificultades. Porque unas veces medio mueres de éxito; que fue lo que me ocurrió entonces. Crecí de modo muy rápido. En ese momento todo el mundo cree en ti. Y hay otro instante, de hoy para mañana, en el que la gente ya no se fía. A mí lo que me gustaba era la parte comercial y delegué la financiera.

¿Un empresario siempre tiene que controlar ambas partes?

Usted ha oído eso de que no se deben de meter todos los huevos en un mismo cesto. Pues siempre que me salía de lo que yo conocía perdía dinero. Compré una empresa que fabricaba detergentes y, como no sabía como funcionaba, perdí dinero. Luego me ocurrió lo mismo con una empresa que fabricaba compresas y pañales, que no es nada fácil porque lleva muchos componentes. Así que hace mucho tiempo decidí no hacer experimentos. Lo que se nos da bien es comprar y vender. Hemos fortalecido nuestra marca.

Pero de los fracasos se aprende...

¡Sí!

¿En qué momento se dio cuenta que tenía que delegar en la segunda generación?

Tengo cuatro hijas pero solo dos quisieron continuar con el negocio. Siempre he estado rodeado de mujeres. Mis hermanas y mi madre, mi mujer y mis hijas, y ahora tengo tres nietas. Pero tus ves las actitudes de ellas. [Ha sabido delegar, subraya Laura]. Yo no quiero que hagan las cosas como las hice yo, porque yo tuve mi época y ésta es otra. Quiero que tengan su criterio.

Viendo su trayectoria y la de otros colegas de su quinta, ¿cómo definiría al empresario canario?

Es de una casta diferente. Cuando estas en la España peninsular estás en un continente. Pero aquí tenemos la dificultad de que somos un Archipiélago y hay que llegar a las otras islas, aunque tu estés instalado en Gran Canaria. Menos en La Gomera y El Hierro estamos en todas, aunque a mí me gustaría ser como Sansón y juntarlas todas. Eso te obliga a tener un stock, almacenes y personal en todos los sitios. La doble insularidad, de la que hablan los políticos.

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