Elegir los planos para montar la exposición El patrimonio arquitectónico perdido ha sido difícil, confiesa una de sus comisarias, Argelia Camino Pérez, que es técnica del Archivo Histórico Provincial. Pero ahí luce, hasta final de mes en el Castillo de Mata, con más de 50 originales de arquitectos como Laureano Arroyo, Fernando Navarro o Eduardo Laforet, cuyos proyectos dieron forma a Las Palmas de Gran Canaria desde mediados del siglo XIX hasta los años cincuenta del pasado siglo.

Y es que la riqueza del fondo documental del Ayuntamiento ha complicado la labor de Argelina Camino y Noelia Pérez Hernández, la otra responsable de la muestra. Ambas decidieron agrupar los proyectos en obras públicas y privadas, pero siempre relacionadas con edificios o espacios emblemáticos que han desaparecido o han quedado desvirtuados por las sucesivas reformas.

Se trata de iconos como el Puente de Palo, el de Piedra o el de Verdugo; la primera Alameda de Colón o la Plaza de Las Ranas y su antiguo estanque. Sitios emblemáticos que se han perdido, al menos tal y como se concibieron, pero que perviven en la memoria de generaciones no tan mayores, entre ellas la de la propia Camino, que aún recuerda correr el barranco del Guiniguada entre los puentes que unían Vegueta y Triana, su zona preferida de la ciudad.

Por ahí, precisamente, comienza la exposición, con los planos del puente de Palo y el de Verdugo. Este último es anterior al de Piedra, pero el imaginario colectivo tiende a confundirlos. Entonces se construyeron hasta siete pasos elevados porque las riadas del Guiniguada se los llevaban a cada momento, explica Camino. El último lo hizo el Cabildo y fue el de Piedra, pero "poco duró porque en 1971 deciden que era mejor hacer la autopista", añade la comisaria durante la inauguración de la exposición, que abrió sus puertas al público el pasado miércoles y se podrá disfrutar hasta el 30 de junio con motivos de las Fiestas Fundacionales.

En la misma vitrina de los puentes hay planos de farolas y balaustradas, incluso un detalle de cómo se hacían las plicas: entonces un proyecto y pasar por el notario era suficiente. Hablamos de finales del siglo XIX, cuando sólo se permitían las construcciones en madera por el arraigo del purismo. De hecho, tras quemarse uno de los cuatros kioscos, su propietario, Eufemiano Fuentes, presenta un proyecto racionalista para restaurarlo, con una arquitectura más típica de la época, pero la ciudad lo rechaza para conservar el ornato. La cosa, ya conocida, degeneró con el avance de la carretera, agrega la archivera con ironía.

En otras de las vitrinas se exhiben los planos de las dos grandes épocas del tranvía: primero a vapor y luego eléctrico. Para la ocasión se ha elegido el tramo que aún es visible en Triana, con sus raíles al descubierto en la zona central de la Calle Mayor, así como un detalle de las malogradas cocheras.

Mención especial merece la escuela pública que se construyó en Arenales, un barrio que crecía al calor del turismo y del desarrollo del Puerto de La Luz y que, por tanto, necesitaba un centro para educar a los niños. Su autor fue Laureano Arroyo y diseñó hasta el mobiliario de la escuela, desde los pupitres hasta la mesa del profesor.

Otro espacio desaparecido son los cuatros pilares para beber agua de la plaza de Santa Ana. Se hicieron para evitar que los vecinos se deslomaran al recoger agua e incorporan un detalle novedoso: los chorros con cierre, un invento traído por los ingleses para evitar las pérdidas de las antiguas acequias. Son los primeros de este tipo que se instalan en la ciudad.

El empuje de los comerciantes asentados en Arenales -lo que ahora viene a ser la calle Venegas- marca otro hito importante en la ciudad, pues reclaman que se abriera la muralla de Vegueta y Triana a la altura de Francisco Gourie. Los pormenores de ese expediente, incluidos los permisos pedidos a Capitanía Marítima y los plazos de ejecución, revelan con exactitud donde estaba la muralla y el cubelo de Santa Ana. No se conservan restos del viejo torreón y por eso se creía que estaba a la altura de la Biblioteca, pero no es así porque los comerciantes solicitaron permiso para hacer almacenes en esa zona y surgen negocios como la desparecida heladería Los Alicantinos.

Mercado

En esa zona baja de la ciudad también destacaba la antigua pescadería, aunque del mercado anterior al actual no existe ningún documento. Lo único que queda son los planos de la pescadería, que estaba en el barranco del Guiniguada. "Era otra joya, no entiendo por qué se la cargaron. Había muchos mercadillos de madera para vender el género y se tenía que pedir permiso para instalarlos", asegura Camino. En esos puestos se vendían pollos enteros y por cuartos, como revela la ficha que se exhibe en el museo. La fachada de la pescadería daba a la trasera del Mercado, y donde ahora hay un aparcamiento antes estaba el Matadero Municipal, con sus galerías subterráneas que se fueron deteriorando.

El primer matadero data de 1860 y se hizo cerca del actual restaurante Herreño. Era pequeñito, cuenta Camino, pero suficiente para cubrir las necesidades de Vegueta y Triana. Pocos podía permitirse la carne en ese época.

Luego, a finales del XIX, con el crecimiento de la ciudad y el poderío de los ingleses, la ciudad se abre al Puerto y se hace un matadero muy moderno, con veterinarios, laboratorios y refrigeradores a modo de cubículos en los que se metía el hielo para conservar las carnes.

La zona del ocio

El parque de San Telmo era uno de los ejes del ocio. Se logró con la desamortización de los bienes eclesiásticos, como el resto de plazas, y se hizo con una parte del convento de San Bernardo. Era pequeño, pero tenía su kiosco. Luego se ganó terreno al mar y se amplió hasta el actual parque infantil. Estaba equipado con baños públicos.

El origen de la Alameda de Colón, con la desamortización del convento de Las Clarisas, también está documentado. Al principio era un bosque que se correspondía con la entrada al convento, pero luego se levanta una Alameda en condiciones que coincide con la época del hierro. El proyecto es de Laureano Arroyo, con columnatas, un kiosco de la música y cascadas al fondo de la plaza. Otra generación, la modernista, instala luego azulejos al considerarlo anticuado. Se mantiene el kiosco y se agrega una balaustrada obra de Fernando Navarro.

El ingenio privado

Entre las obras promovidas por particulares figuran las lavanderías, con sus piletas y un sistema de evacuación para no contaminar el cauce público, como la que se hizo en La Puntilla, donde está el restaurante Casa Carmelo. También destaca el Cine Hermanos Millares, hoy convertido en el Hotel Imperial Playa, o el Teatro de San José, en la otra parte de la ciudad, menos importante pero con unos planos para la posteridad, con mujeres que bailan sobre el escenario y hecho en papel encerado y tinta china de calidad.

Otras piezas son los molinos de viento, los escaparates portátiles para los comercios y el Hotel Metropole, hoy convertido en Ayuntamiento y antaño el capricho de un inglés que se hizo una casa y la amplió para alquilar habitaciones.

Y con los británicos llega el turismo, la afición a bañarse en el mar y las casetas de madera en la orilla, donde las señoras dejaban sus ropones para darse un chapuzón en Las Canteras.