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La ciudad en llamas

Dos graves incendios asolaron los archivos de Las Palmas de Gran Canaria en su historia

Hoguera en San Juan. LA PROVINCIA / DLP

Cuentan que la memoria histórica de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria quedó arrasada por dos grandes incendios. El primero, en 1599, cuando los piratas de Van der Does la atacaron y asolaron durante dos días y, en una gran pira, quemaron muebles, adornos y documentos. Dos siglos y medio más tarde, en 1842, volvieron a arder los archivos históricos en el incendio que arrasó las viejas Casas Consistoriales de la Plaza Santa Ana. La relación del fuego con Las Palmas de Gran Canaria no se limita, pues, a las hogueras de anoche. De hecho, San Juan ni siquiera fue su fiesta principal durante la mayor parte de su existencia, desde su nacimiento hace 538 años.

Aquellos dos incendios históricos tuvieron un gran impacto en la reconstrucción colectiva del pasado: "Las Palmas ha perdido dos veces la memoria: una, cuando el holandés hizo una hoguera purificadora donde ardió toda la blasfemia católica y los papeles de los saqueados archivos -oficiales y privados- de la ciudad; la otra ocasión fue cuando unas manos -nativas e intencionadas- duplicaron la acción de Van der Does incendiando el archivo del Ayuntamiento", sostiene el escritor Lázaro Santana en el libro Memorias de la ciudad. Y concluye: "Reconstruir su biografía ha sido una tarea ardua; y aún quedan lagunas esenciales en su tejido que serán imposibles de recubrir".

Instituciones e investigadores particulares han escudriñado, sobre todo en las últimas décadas, en ese pasado perdido de Las Palmas de Gran Canaria, imprescindible para comprender su identidad. "Al hombre le importa saber quién es, y para ello no sólo precisa saber a dónde va, sino principalmente, no ignorar de donde viene", recuerda Santana. A los pueblos, y las ciudades que habitan, les ocurre lo mismo.

Por ello, resulta muy loable la iniciativa municipal, puesta en marcha este año por vez primera, de recrear en el Parque Santa Catalina (hoy de 9.30 a 13.30 y de 16.00 a 19.00) el originario campamento militar que se levantó a orillas del Guiniguada y que, cinco siglos después, se ha transformado en la ciudad de hoy. Los visitantes podrán contemplar cómo era la vida en aquel núcleo urbano medieval: sus vestimentas, armaduras o herramientas de uso diario. En su invitación a participar en esta escenificación histórica, la Concejalía de Turismo explica que "el público podrá comparar y comprender cómo fue el choque de culturas entre castellanos y aborígenes y las batallas que les enfrentaron en el Guiniguada".

El choque fue mayor y más cruento de lo que recogen las versiones más populares de la historia y que, desde la Conquista misma hasta la reconquista de Franco, han incidido en las bondades de la integración castellana de las islas.

El periodo en sombras

Desde su fundación hasta la quema del pirata holandés, Las Palmas de Gran Canaria vivió uno de sus periodos de mayor prosperidad. Encerrada en sus murallas y eminentemente rural, la ciudad creció en torno a la caña de azúcar. Su valor comercial como primera ciudad de Ultramar en las rutas hacia la América conquistada, la convirtieron además en una auténtica -entonces sí- plataforma tricontinental.

Las llamas que encendió Van der Does marcan, según los historiadores, el principio de un largo declive que se prolongó durante tres siglos. La mejor muestra de ello es que de finales del XVI al XVIII el perímetro de la ciudad permaneció invariable. En su libro Las sombras de la ciudad, Pedro Quintana trata de dilucidar en qué medida influyó el ataque de Van der Does en la pérdida de protagonismo de la ciudad de Las Palmas y su paso a un segundo plano en la estructura jerárquica del Archipiélago. Analiza el impacto de la incursión pirata en la trama urbana, el mercado, la inversión? y también en la psiquis del palmense de entonces. Y concluye: "A pesar de la secuela de horror y destrucción que el ataque dejó tras de sí, con la consiguiente parálisis administrativa, labor y coste de la reconstrucción, etcétera; el impacto psicológico causado en sus habitantes, aunque difícil de medir, parece la consecuencia más importante y permanente dejada por la incursión del holandés".

Y aún no había logrado despegar del todo cuando se produce la segunda quema de la memoria de la que fuera denominada inicialmente el Real de Las Palmas: "Fue entonces cuando acaeció el siniestro de las antiguas casas consistoriales, hecho que nos dejó descrito un espectador coetáneo", narra Carlos Platero en su historia de las alcaldías de la capital grancanaria. Su testigo explica que "a pesar de los esfuerzos que hicieron todos los vecinos por salvarlo de las llamas, el horroroso incendio redujo a cenizas el archivo dónde se hallaban depositados desde el tiempo de la conquista muchísimos documentos interesantes". Y añade: "Convertido en polvo en muy breves instantes, privó al pueblo canario de una riqueza inmensa, y de mayor precio y valía que la plata y el oro, por hallarse consignados en aquellos viejos legajos los hechos heroicos de sus antepasados". Según Platero Fernández, "hubo sospechas de que el incendio fuese provocado, pues entre las calcinadas ruinas se encontró, no muy dañado, el arcón de madera que hacía la vez de caja de caudales municipal, con un gran agujero practicado en su fondo y vacío de contenido".

Solo tras la Ley de Puerto Franco y con el inicio de la construcción del nuevo Puerto de La Luz -en sustitución del inservible muelle de San Telmo- es cuando, a partir del siglo XIX, Las Palmas de Gran Canaria comienza a adquirir el aspecto que hoy conocemos. Y se transforma en realidad en dos ciudades: la señorial Vegueta y comercial Triana, frente a la emergente zona portuaria. La llegada de los británicos va a ser, además, esencial para la modernización y reactivación de la economía de ésta y el resto de ciudades canarias. Y, sobre todo, para abrirla al mar que, para sus habitantes, había sido hasta entonces una amenaza.

El alma de la ciudad

En los debates con distintos sectores que abrió el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria para actualizar su plan de marketing, la pregunta recurrente sobre la que finalmente derivaba el intercambio de opiniones era: ¿Qué la identifica? ¿Quizá su clima, el mejor del mundo según el estudio que la Universidad de Syracuse realizó en 1996 comparando 600 ciudades turísticas del mundo? ¿Su playa de Las Canteras, un referente geológico, biológico, paisajístico y vacacional? ¿Su historia como primera ciudad de Ultramar, emulada en otros lugares de la América de la Conquista, con su Catedral, el barrio de Vegueta y el paso de Cristóbal Colón como principales vestigios? ¿O su estratégica situación geográfica como ciudad-puerto, puente de la soñada tricontinentalidad? Cabría referirse incluso a otros referentes que pudo tener y no tuvo, al renunciar por ejemplo sumisamente a ser observada desde uno de sus enclaves más hermosos, La Isleta, sustraído al uso de los habitantes primero por el mar y luego por una ocupación militar que perdura hasta nuestros días.

En el brainstorming que promovieron los responsables políticos y técnicos de la Concejalía de Turismo, se mencionaron otros posibles referentes menores que pudieran servir de iconos turísticos: entre ellos su Catalina Park, símbolo de su cosmopolitismo; o incluso su característica panza de burro, que llevó a los pioneros del turismo a fletar guaguas al sur para que sus visitantes pudieran coger sol.

Pero la identidad de un pueblo no se limita a definiciones relacionadas con su aspecto físico, geográfico o climatológico. Debe estar referida, sobre todo, a la personalidad colectiva de sus habitantes. A su alma. Y en este sentido, la indefinición es aún mayor. Sin llegar al extremo de afirmar, como sostiene algún intelectual, que Las Palmas de Gran Canaria es en cierta medida una ciudad "desalmada"; lo cierto es que la configuración de su identidad no termina de definirse. Así lo cree, al menos, una buena parte de los diversos escritores, historiadores, artistas o investigadores de diversas disciplinas que se han dedicado a "pensar la ciudad". En ella confluyen, como en el conjunto de Canarias, el espíritu del conquistador castellano y el nativo cautivo, sometido a reglas de vida que nada tenían que ver con su mundo conocido. De la persona libre y la que no lo fue. Y a esa paradójica personalidad se ha incorporando, progresivamente, una diversidad de influencias significativas que han contribuido, también, a configurar su identidad. Pero, ¿cuál de esta amalgama de almas prevale en los habitantes de la ciudad?

"Los nativos de Las Palmas nos hemos sentido siempre desprotegidos: esa, al menos, es mi sensación. Y hemos decidido muy pocas veces el destino de nuestra ciudad", reflexiona Lázaro Santana. Para otros intelectuales, la define sobre todo el mar. Pedro Lezcano la siente así: "El mar ha arrojado a la isla en una resaca de siglos ya la espada de un caballero, ya los grilletes de un corsario, ya el rosario de un clérigo. Nuestra historia ha consistido en esperar qué nos traía la próxima marea". Escritor y poeta dejan en el aire la duda de si, ya entrado el siglo XXI, los nativos de Las Palmas de Gran Canaria estamos decidiendo el destino de nuestra ciudad o seguimos esperando la próxima marea.

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